¿Dónde estoy, dónde me pongo?
Pepe Biondi, 1961.
¿Dónde me opongo?
Rudy, 2024.

Sabrá usted disculpar, mi querido lector, que no esté hablando, ni escribiendo, últimamente, de los avatares del surrealismo político partidario que recorre una y otra vez el territorio de nuestra querida patria. Esto se debe básicamente a que no sé qué decir; en segunda instancia, a que no creo que tenga la menor importancia lo que yo diga o deje de decir; y en tercera, última pero no menor, a que ni siquiera a mí mismo me interesa lo que yo pueda decir al respecto.

A decir verdad, tampoco me interesa demasiado lo que digan otros; y esto, aunque esté escrito después, quizás sea lo más grave, no por un tema personal, sino porque este desinterés es un fantasma que, como diría Carlos Marx, recorre el país y el mundo, y no se trata ya del comunismo –si hay un milenial leyendo estas líneas, puede preguntarle a su abuelito qué era eso, y quizás reciba un aullido de coyote (¡Uhhhhh!), como respuesta–, sino simple y contundentemente de prestar atención.

En la medida en que escucho, veo y leo el ajedrez político, se me hace cada vez más “gueimoftronesco” . Es decir, más similar a aquella serie “Game of Thrones”, que podíamos disfrutar desde la pantalla de nuestras teles sin temor a que los dragones nos quemasen, que a una realidad que se desparrama en la calle con personas reales, de carne (carísima) y hueso, deseos, demandas, necesidades, derechos, frustraciones y angustias, que por más que apaguemos la tele o cambiemos de canal, siguen aquí y allí.

La discusión político-estadístico-socio-antropo-astro-econo-meteorológica acerca de si después de un año de Mileinato del Río de la Plata estamos mejor o peor, es más digna de un extraño capítulo del Superagente 86, Seinfeld o Los locos Addams que de un magazine autopercibido serio.

Porque hay quien puede decir que la inflación está muy baja, aunque los precios estén muy altos, sin temor a caer en la contradicción permanente. Porque hay quien puede decir que a mayor cantidad de despidos, el país se vuelve más confiable sin que las carcajadas de su auditorio se oigan hasta en las antípodas. Porque hay quien puede afirmar “dedocráticamente” que “cuanto peor, mejor”, sin tener que explicitar que en realidad está queriendo decir “cuanto peor estemos nosotros, mejor está él/ella”. Tan invisible se volvió “el otro” que ni siquiera hace falta nombrarlo.

Porque se oye, se ve, se chamuya sin demasiado prurito que lo fashion del momento es ser un reverendo hachedepé, mientras que ser cuidadoso y respetuoso del otro se ha vuelto vintage.

Porque está lleno de gente que hace cosas costosísimas y se autocondena al sufrimiento y el sometimiento, con tal de “pertenecer”, de no quedar afuera de sitios que no existen, que son totalmente imaginarios.

El costo de vida es relativo según cobre uno en pesos, dólares, excusas, reproches, palos o kuelders. La inflación no bajó para quien un mes llega como puede hasta el 30; el otro mes, hasta el 25; y ahora no pasa del 15. No está fácil la cosa para quien tiene que usar la tarjeta de crédito, que quizás no tenga, para pedirse un kilito de osobuco. No está mejor de ánimo quien ve caerse a pedazos un país; ni para quien se pregunta, más allá de resultados electorales, cómo es posible que se caiga tan estrepitosa y rápidamente algo que se suponía que tenía bases tan sólidas.

La ultraderecha, ya lo sabemos, hace un diagnóstico de la enfermedad que puede ser cierto, pero propone la eutanasia como tratamiento. Si nos quedamos en el diagnóstico, caímos en su trampa.

El campo popular, por su parte… ¡Uy, acá tendría que decir algo, aunque sea terminar la oración, pero, como diría Serrat, “no hago otra cosa que pensar en ti, y no se me ocurre nada”!

Hay quien dice que hay que barajar y dar de nuevo. Otros, que se trata de tirar el mazo y usar uno nuevo. Otros no sabemos ni siquiera a qué se juega. Hay quien se las da de crupier, pero ni bien agarra las cartas, se le vuelan todas y con suerte solo le queda el joker en la mano. Hay quien está cansado de tener siempre el mismo juego (con el que pierde hasta cuando gana). Y mientras tanto, según las estadísticas, hay cada vez más gente que no cree en las estadísticas.

Sugiero al lector acompañar esta columna con el video de Rudy-Sanz “Impunidad de rebaño”