“Las librerías universitarias de la provincia tienen un potencial social. Son democratizadoras del derecho a la lectura. Antes los pibes solo podían acceder a determinados libros o editoriales si viajaban a la capital”, afirma Manuel Obligado, que hace once años trabaja como librero en la librería universitaria de la Universidad Nacional de General Sarmiento, que depende de la editorial de la UNGS.
El oficio de librero
Se crió en 9 de julio y tuvo la suerte y el privilegio de empezar a leer de muy chico. Fue su abuela la que le contagió la pasión. “Mi abuela materna había nacido en un pueblo que se llama La Niña, de cien habitantes. Ella siempre decía que los mejores días de su vida eran los que pasaba el que vendía las revistas en continuado. Era una gran lectora y fue mi modelo a seguir. El primer libro que me fascinó que leímos juntos fue Las mil y una noches” confiesa Obligado, quien también leyendo ese libro soñaba con alguna vez escribir el cuento más largo del mundo. Ya de adolescente se escapaba del pueblo para ir a Buenos Aires en búsqueda de las novedades editoriales. Se la pasaba en librerías. “Yo no me daba cuenta de lo injusto que eso era, que yo tuviera que pagar un pasaje y hacer 300 kms para acceder a la literatura”, recuerda.
Durante muchos años trabajó como librero en distintas librerías comerciales de Capital Federal y fue un shock llegar a trabajar a una librería universitaria donde el fin no era vender, sino ser una especie de guía. Alguien que orientara y ayudara a que lectores y libros se encontraran.
“Al principio no entendía nada. Después empecé a entender. Los chicos que vienen a la universidad, no tienen libros en sus casas, en general. Son en su mayoría la primera generación de estudiantes universitarios. Empecé a darme cuenta de que era también una responsabilidad. Por ahí era la primera vez que muchos gastaban plata en una novela y yo quería que esa novela les diera ganas de leer todas las otras”, relata y agrega que algo que también le sorprendió para bien fue darse cuenta de que la plusvalía de su trabajo se la quedaba la universidad pública y no una empresa. Eso es algo que se dio cuenta que lo gratificaba, y hacía que cada día quisiera pensar más y más estrategias para que la lectura se convirtiera en un hábito de todos los estudiantes.
“El ejercicio de la lectura te ayuda a flexibilizar las relaciones entre las ideas. Amplía las posibilidades que tenés para razonar. Te ayuda a comprender al otro, a imaginarte, a imaginar. Te hace disfrutar el silencio, te hace disfrutar la soledad, te hace no necesitar a otro para estar pasándola bien. Te posibilita diálogos menos superficiales, más desarrollados intelectualmente. De libro a libro, a través de los siglos, se dan diálogos de personas que estuvieron mucho tiempo solas elaborando sus ideas, entonces son conversaciones mucho más profundas y duraderas. Te ejercita la capacidad del placer por el lenguaje. En fin, te vuelve más empático”, sostiene Obligado y sus palabras resuenan en estos tiempos donde se levanta la ignorancia como bandera y el pensamiento crítico está en fuga.
Un pequeño gran problema
Para este librero, como para cualquiera que conozca el mundo del libro, el gran problema de un país tan grande como la Argentina es la distribución. Las distancias en el territorio son muy extensas, sumado a que si los libreros no ofician como promotores de la lectura, gana la promoción del mercado. La autoayuda como género y los autores extranjeros de best sellers. “El estado debería hacerse cargo de generar una red para que los libros de autores argentinos y editoriales nacionales viajen y lleguen a todos lados”, dice Obligado, quien también sueña, junto con la REUN (Red de Editoriales Universitarias Nacionales), con algún día organizar una distribuidora universitaria, ya que las universidades cuentan con una estructura nacional, territorial y geográfica que permitiría romper ciertas lógicas mercantiles.
Es sabido que las grandes cadenas de librerías compran con descuentos tiradas enteras y tienen acceso prioritario a novedades porque garantizan visibilización simultánea en muchas ciudades. “Yo creo que sería muy útil que funcionáramos como una distribuidora. Todos los sistemas tendrían acceso al stock de otras librerías universitarias y, si yo no tengo un libro, lo puedo buscar en alguna otra. Podríamos abrir cuentas con las editoriales en conjunto y eso lograría que les interese más estar en nuestras librerías, porque garantizaríamos exposición en muchos lugares al mismo tiempo. Además de que compartimos criterios con todos los libreros. Siempre uno sabe más de un tema que otro. Generaríamos espacio de diálogo y capacitaciones. Me parece que sería una manera muy interesante de lograr visibilizar el trabajo que hacemos, que es importante, yo creo que hay que jerarquizar el oficio de librero”, reflexiona Obligado.
El librero es el factor humano que rompe con el algoritmo. Es quien puede posibilitar la llegada a lecturas que no son similares, sino que marcan diagonales sobre los gustos de los lectores y amplían su concepción sobre el mundo. “Los libreros tienen que dejar de ser vistos como empleados de comercio, porque el trabajo que hacen por la bibliodiversidad es mayor”, agrega.
La propuesta que sostiene junto con la REUN es simple, y merece ser atendida. Las Universidades, en su mayoría, cuentan con editoriales propias. Una distribuidora universitaria sería una buena forma de que se replicaran las voces de las y los autores universitarios por todo el país, y que se rompiera con cierta forma “aporteñada” de escribir y mirar el mundo. Cuestión que le marcan mucho en la librería, los alumnos.
Más a mano
“Hay una construcción muy fuerte del imaginario porteño. Cuando los libros salen de cierto mundillo, también notás que están escritos para determinado circuito y que por fuera de ahí no se sostienen tanto como creen. Yo creo que esta hegemonía termina resultando mala para todos. Nos enriqueceríamos más si tuviéramos la literatura de autores de otras provincias más a mano y son libros que no llegan porque es muy caro enviarlos y al revés, libros de la Provincia que tampoco tienen lugar en la capital”, reafirma.
La pregunta que sobrevuela la cuestión es por qué la librería en la Universidad cumple un rol parecido al de las bibliotecas, o en qué se diferencia una estructura de la otra. Obligado tiene una respuesta peculiar para hacerle lugar a la reflexión. Para él, la diferencia tiene que ver con el deseo. El deseo, muy mundano, de poseer la materia. “La gente quiere que el libro sea suyo, poder marcarlo, escribirlo, subrayarlo. Se juega otro placer. La relación que tenemos con los libros es una relación física; por algo hace años vienen anunciando el fin del papel y no caduca. Es una relación fisiológica. Queremos tener los libros en la mano, llevarlos de paseo. Leerlos en el bar, en la cama, a quienes amamos, a nuestros amigos”, concluye.
En tiempos donde la casa no es propia, en la mayoría de los casos, quizás tener una biblioteca de nuestra propiedad sea una forma de poseer algo y más aún de armar un universo a nuestra medida donde los libros, como cuadros, tienten a nuestras visitas a espiar cómo estamos pensando y entendiendo el mundo.