Húmeda y calurosa resultaba la noche en el populoso barrio porteño de Once. Transcurría el 30 de diciembre de 2004 y estaba pronto a comenzar el recital de Callejeros, banda que cerraba el año con el último de tres conciertos.

El clima post 2001, la efervescencia juvenil, el rock como guarida y refugio contestatario, y una banda que llegaba en franco crecimiento, auguraba una noche especial. Sin embargo, “era como que algo extraño estaba pasando, había algo diferente, yo lo tomaba como una cuestión mía, sentía y me sentía raro ese día, pero lo relacionaba con fin de año. Pero esto después lo hablé con varios sobrevivientes y a muchos les pasó lo mismo”.

Quien relata es Juan José Valiente, sobreviviente de la mayor tragedia no natural ocurrida en Argentina y originario de Pichanal, localidad ubicada en el noreste de la provincia de Salta, distante 250 kilómetros de la capital provincial.

En Pichanal. Juan en el centro junto a amigos del pueblo (Imagen: gentileza Juan Valiente)

“Me crié transitando entre Pichanal, Embarcación y Orán, esos fueron mis lugares de recorrido constante; de hecho, estudié en Embarcación el secundario, y aunque muchos recuerdos de aquellos años se van alejando con el tiempo, pierdo la memoria, pero no las raíces”.

Juan rememora contemplando metafóricamente hacia atrás y hacia el norte. “Los recuerdos que más tengo y que forman parte de mi vida son las épocas de carnaval, mucho folklore, mucha guitarra y vivir eso como algo súper natural del día a día en la infancia, con mucha música, donde la guitarra y el bombo eran algo común y la radio transmitiendo esa musicalidad en lo árido del lugar”.

Los recuerdos comienzan a brotar inevitablemente con el devenir de la charla: “era bastante solitario, desde muy chico me iba al río San Francisco a sentarme y mirar el atardecer, o el amanecer. Otra parte que recuerdo bien era esperar el bondi para irme a Embarcación u Orán, porque mi adolescencia transcurrió entre esas ciudades, algo que después me marcó porque estuve constantemente viajando, recorrí varios lugares de mochilero acostumbrado a ese estar en el camino”.

Y allí, en el mismo Chaco salteño, comenzó el acercamiento con el mundo del rock. “La primera vez que escuché un disco de rock fue en Pichanal, porque mis hermanos tenían un equipo de sonido, eran una especie de DJ, ponían música en cumpleaños de 15 y casamientos, entonces compraban mucha música. En esos tiempos, por ejemplo, se ponía de moda Mi perro dinamita, de Los Redondos, y había que comprar el vinilo obviamente completo, entonces estaba el tema de moda, pero todos los otros también. Ahí empecé a escuchar algo diferente a lo que se escuchaba siempre”.

Juan junto a su madre en Pichanal (Imagen: gentileza Juan Valiente)

Juanfa, como lo conocen sus más cercanos, resalta: “como muchos jóvenes de la zona, nos íbamos a estudiar afuera, y yo me fui a Córdoba con intenciones de estudiar diseño gráfico, incursionando a partir de una cámara de fotos de mi papá, que era un aficionado a la fotografía, me fui para este lado artístico. Empecé diseño gráfico y no me gustó, así que terminé metiéndome de lleno en la fotografía”.

Una vez en la Docta el rock no le resultaba ajeno ya que gracias a su hermano DJ, había podido absorber gran parte de aquella cultura.  “Cuando llegué a Córdoba comencé a ir a recitales de rock, y no me resultaban ajenos, estaba de alguna forma acostumbrado, porque en el norte uno va a las peñas y escucha música en vivo todo el tiempo, para mi era lo mismo pero con el rock, tenía los mismos condimentos”.

“En Córdoba comencé a meterme de lleno en el palo del rock, y ahí también me tocó vivir un fenómeno que se estaba dando en ese tiempo que era internet. Entré a un grupo de chat en la página de Los Piojos y empecé a conocer a diferentes personas de la onda. Ahí me quedé hasta la crisis del 2001 estudiando una carrera que implicaba comprar muchos materiales y en ese tiempo se fue todo a la mierda, así que volví a Pichanal, por toda la crisis, me quedé un poco y decidí emprender viaje para Capital, donde vivía mi hermano”.

Junto a amigos con los que iba a recitales (Imagen: gentileza Juan Valiente)

Aterrizando en la gran ciudad

Arribado a la Capital, Juanfa comenzó una nueva etapa en su vida. “La llegada a Buenos Aires, gracias a mi hermano, fue muy buena porque me abrió las puertas y un poco la cabeza también, para poder vivir en una ciudad tan caótica, yo seguía siendo un pibe de pueblo, pero me animé y no le tuve miedo”.

Los lazos construidos desde Córdoba en los años de estudiante a través de las hoy viejas redes sociales, fueron materializándose con la llegada a la ciudad. “Gracias a los amigos que me había hecho en los chats, conocí mucho el under del rock, y conociendo el under, empecé a descubrir otras bandas, entre ellas a Ojos Locos. Empezamos a ir a verla todos los fines de semana y la vida se convirtió en ir recitales todos los fines de semana”.

Inmerso en el submundo del under, los lazos de amistad se tejían al compás de ensanchar el universo de bandas para ver, escuchar y descubrir. “Tenía una amiga, la Coneja, que vivía en Villa Celina, y me decía que de ahí surgía una banda que se ponía buena y que había que ir a ver. Así fue que empezamos a seguir a Callejeros”.

El recital de Callejeros del 30 de diciembre de 2004 tendría como teloneros nada más ni nada menos que a la banda que seguían tanto Juan como su amiga. “Esa noche en particular fui a ver a Ojos locos. Porque en realidad yo tendría que haber ido al primero de los tres recitales de Callejeros, porque tocaban el primer disco que era con el que comencé a escucharlos, y el último disco era como el más careta, como le decíamos en esa época, el más comercial, con el que se hizo conocido”.

Amigos de la vida y recitales (Imagen: gentileza Juan Valiente)

Aquella noche

“Pasó mucho tiempo, creo que inconscientemente me quiero olvidar de algunas cosas”, murmura Juanfa y agrega: “lo que más me impactó es tener la muerte ahí, porque más allá de ser una persona aventurera, nunca estuve en situaciones de peligro, siempre fui bastante cuidadoso, sabía con quién juntarme, quizás una cuestión de pueblo”.

"(Aquella noche) yo estaba contra la pared con mi amiga la Coneja y otros pibes más que habíamos conocido. Me acuerdo que ella tenía enyesado el pie; primero vivimos el recital de Ojos Locos, que para mi fue el mejor que hicieron, y hasta en un momento pensé en irme de lo bien que la había pasado, pero al final, nos quedamos”.

Minutos antes de las 23 horas comenzó el show central. “Empezó a tocar Callejeros y nos fuimos para adelante, y la Coneja, que estaba en andas de un pibe, me tocó el hombro y me apuntó para arriba, cuando miré vi solamente una llamita y que caían unas gotas, cuando volví a mirar empezó una llamarada tremenda que quemó la media sombra, vi que se prendió fuego todo el techo, era un cielo de fuego y dije, ‘chau, acá me muero quemado'”.

(Imagen: gentileza Perfil)

“Ahí fue un bardo porque todos nos asustamos y quedé aplastado contra la pared mientras de reojo veía cómo se prendía fuego todo el techo. Golpeaba la pared ingenuamente creyendo que la iba a romper mientras pensaba que se nos caía encima el fuego. En esos segundo que pensé que me moría, pensé en mi mamá, en mis hermanos, pensé que era el final y me daba pena por mi mamá, ‘¿cómo me voy a morir acá tan lejos?, pensaba, pero de repente se apagó el fuego y se puso todo oscuro y dije, ‘una oportunidad más, estoy vivo’”.

El recinto totalmente en oscuridad, la gente gritando y apenas unas linternas prendidas de los primeros celulares que venían con ellas, era el panorama que se vivía dentro de Cromañon. “Estábamos amontonados, yo no caminaba, era la misma gente que me llevaba siguiendo la pared. Dimos con una barra de venta de bebidas que quise saltar porque empecé a sentir que la gente saltaba, yo no sabía a dónde me llevaba pero igualmente no pude pasar porque había mucha gente presionándome y no podía salir”.

“Me empecé a desesperar”, narra Juan, “y en cuestión de segundos no sentí más presión y sentí como que no había nadie alrededor mío, y pensé ‘¿para donde voy?, porque no veía nada’, si bien había ido a Cromañon y conocía adentro, en ese momento no me acordaba nada. Ahí me empezó a caer un humo espeso, me di cuenta que ese humo me iba a matar, no quería respirar y a la vez me estaba quedando sin aire. Quise salir y no podía caminar, en ese momento no sabía lo que estaba pasando”. Con gran fortaleza, Juan hace una pausa en el relato y continúa: “Después me dí cuenta que era la gente que estaba tirada la que no me dejaba caminar… porque yo pensaba que había salido toda la gente y que era el único pelotudo que se había quedado adentro”.

(Imagen: gentileza El 1 Digital)

La desesperación y el desamparo en el medio del shock y la oscuridad hacían parecer horas los segundos: “En un momento ví alguien con una remera blanca que estaba caminando, casi corriendo y dije ‘él sabe lo que está haciendo’, entonces lo seguí, veo que empieza a bajar y ahí me doy cuenta que estaba la escalera. Entonces busqué a esa persona con la vista y empecé a correr atrás de él, me caí, me tropecé, me volví a levantar, me tropecé un montón de veces, pero sin perder de vista a este pibe… en un momento no lo ví más pero en el fondo estaba la puerta, una puertita, y salí”.

Con la angustia y desesperación a cuestas, Juan se encontró finalmente en la calle. “No sabía lo que lo que estaba pasando. Cuando me pude dar cuenta de la situación, lo primero que pensé es ‘¿dónde carajo está mi amiga la Coneja, dónde están los otros pibes?’, y ahí comencé a correr por toda la cuadra de Cromañón gritando los nombres de ellos”.

Poco a poco Juan se fue encontrando con sus amigos, pero a su alrededor la tragedia se exhibía: “Empecé a ver salir los pibes que se descomponían... y otras cosas que prefiero no acordarme.. recién ahí me dií cuenta que algo heavy había pasado, ver chicos con la cara llena de hollín y vomitando, y mi cara también, que hasta ese momento no me había visto”.

(Imagen: gentileza Ricardo Pristupluk)

En ese momento todo el mundo empezó a gritar los nombres de sus amigos. “Entré en un estado de desesperación porque empecé a dimensionar lo que había pasado y me preocupaba no encontrar a mi amiga, quise entrar y justo apareció un grupo de chicos que me conocían y me dijeron ‘no, quedate acá que nosotros la vamos a buscar’, yo estaba en un estado de shock y claramente mi cara lo demostraba”.

Había sucedido todo tan rápido que ni siquiera las ambulancias estaban en el boliche. “Se empezaron a usar los bondis línea el 68 que tenía la terminal al lado, y cuando quise subir a uno de esos donde habían puesto a mi amiga, veo que estaba lleno de pibes, algunos medio sentados y otros, casi todos, tirados en el pasillo. Ella tuvo la ‘suerte’ de caer desmayada al lado de la pared, entonces nadie la pisó y tampoco el humo la alcanzó porque no llegó al piso, después de darme cuenta que la Coneja estaba viva, me duró dos segundos la felicidad porque me enteré que dos amigas no habían podido salir”.

Inmerso en ese estado de desesperación, “salí corriendo y me perdí, solo recuerdo estar sentado en un kiosco donde la gente me miraba como si fuera un pibe de la calle, pedí agua y seguí hasta llegar a la casa de mi hermano para abrazarlo, él no entendía absolutamente nada de nada”.

Luego de aquella trágica noche, las vidas de cada uno de los que estuvieron allí, no serían las mismas, “Me volví a Pichanal, primero a abrazar a mi mamá y un poco para conectarme de nuevo, porque literalmente me habían matado, me mataron en vida, y aquello que recordaba de chico, me volvió a la vida: el carnaval, escuchar de a poco un poco de folklore, volver a las raíces, ir para atrás”.

Luego de un tiempo en su terruño natal, Juan regresó a Buenos Aires. “No podía dormir, y los psiquiatras y psicólogos no daban en la tecla. Llegó un momento en que el psiquiatra me hacía un coctel de clonazepan tremendo para que me duerma, y la psicología a mi personalmente en ese momento no me sirvió mucho, lo que estaba necesitando era un poquito de vida entre tanta muerte”.

El carnaval como forma de revertir la muerte

Casualidad o causalidad, entre los tantos dispositivos de acompañamiento gubernamentales y sobre todo los autogestionados, comenzaba un taller de murga para sobrevivientes. “Por casualidad me enteré, y era muy loco porque una de mis amigas que no pudo salir de Cromañon esa noche, Mari, que era de la murga Fortineros de Corazón, que es de Vélez, cuando íbamos juntos a los boliches nos poníamos a bailar murga, gracias a ella empecé un poco a incursionar en la murga”.

“Sentía que tenía que hacer murga para relacionarme con el carnaval del lugar donde habitaba, porque en el lugar donde yo habité, donde nací, también me relacionaba mucho con el carnaval. Así fue que la murga y el carnaval me abrazó”.

Y esa relación con la tierra natal, comenzó a manifestarse en otros planos. “En mi situación mental súper oscura, conecté volviendo a mis raíces y a toda la musicalidad con la que me crié; o, por ejemplo, si tenía mucho dolor de estómago por la situación que había vivido, la hoja de coca era la única que me aliviaba, o sea, es como que volví todo en el tiempo y esa fue mi terapia, por eso digo que si no fuera por mis raíces salteñas no hubiera sobrevivido a Cromañón”.

 (Imagen: gentileza Juan Valiente)

“Los que nunca callarán” será la murga formada por los sobrevivientes, un lugar de refugio, contención y sublimación dentro de un espacio de liberación carnavalera. “La murga era lo que necesitaba en ese momento, necesitaba carnaval, una expresión de carnaval, y cuando ya pude salir con ‘Los que nunca’, que fue mi primera murga y la murga de sobrevivientes, me sentía bien, de hecho, tan bien que pensaba que estaba re loco, porque entre tanta muerte que hubo, yo estaba bailando como un desaforado, saltando, y eso me hacía sentir bien y al mismo tiempo mal”.

Y fue ese carnaval que lo atrapó de niño, el mismo que lo salvó de grande, por eso Juanfa es la persona detrás del proyecto El Ojo Murguero. “La fotografìa es una manera de devolver toda la vida que la murga me dio, hacer El Ojo Murguero, que sirve para mostrar la murga porteña y la murga Argentina en todas sus variantes, es un agradecimiento, y agradecer a mis raíces, que es lo que me enseñó mi familia en Pichanal, siempre ser agradecido”.

Aquella noche, vísperas de año nuevo, fueron 194 personas las que dejaron la vida en Cromañón; también fueron más de 1400 los heridos y posiblemente todos los otros que concurrieron, rebasando ampliamente la cantidad permitida para el local, sufrieron secuelas psicológicas.

Cromañón es una parte de mi vida, me guste o no, es algo que voy a llevar siempre, y, creo que me corresponde contarlo todo el tiempo porque no solamente siento que es la forma de hacer un poco de justicia, sino una forma de ayudarme a sacar todo, porque me voy a morir con esto”.

Como una gran elipsis, la vida de Juanfa, forjada hasta la adolescencia en las calientes tierras del norte salteño, esas que un día lo vieron partir en busca de nuevas oportunidades, fueron también las que lo vieron regresar y lo abrazaron fuerte a la hora de necesitar conectarse con la más profunda pulsión de vida.