Durante la presentación del libro Borges/ Piglia: Una introducción a la literatura norteamericana del ensayista Juan José Mendoza, un periodista argentino que vive en Costa Rica se acercó para desafiarme: “Y eso que usted no conoce lo de Puig entre los ovnis”. Al terminar el acto, lo busqué para conseguir precisiones, pero aquel mensajero ya no estaba. No dormí hasta encontrar la historia.
Así arrancó el Anfitrión mientras nos preparaba fernet, suficiente fernet como para llenar cuatro vasos largos, porque esa noche calurosa éramos cuatro con mucha sed.
--Se dice, no sin fundamento, que esta es otra época más de las gobernadas por la mentira --retomó--. Los hitos de la mentira en la Historia Argentina están muy claros. Cualquiera puede trazar una línea de tiempo y marcar sobre ella las patrañas nacionales. Ahora, si a ese cuadro se le superpusiera otro con los hitos de nuestra literatura se obtendría un gráfico que dejaría en evidencia lo siguiente: ante cada engaño político, la literatura contrapone obras que lo delatan.
--¡Arriesgue, entonces, camarada! --soltó uno del fondo.
--Podría, pero lo que me interesa no son los valores de esa imaginaria filmina --dijo y sonrió--, lo que me interesa es encontrarle un porqué a la línea ascendente, es decir, los motivos de la escalada. Hoy la flecha sube sin parar en dirección al desastre. Estamos atravesando el guadal, y, como nos advirtió Mansilla: “conviene seguir rectamente la dirección de la rastrillada”, si no queremos terminar succionados por el fango.
--¡Al grano, compañero! --soltó otro con el bigote sucio de espuma.
Esta historia pertenece a la década anterior a la gran patraña que nos llevó al 2001; es decir, poco antes de que internet se masificara y cuando todavía las redacciones de los diarios tenían dirección fija, porque hoy se mueven, se arman y desarman en casas, hoteles, bares e incluso existen como links de videochat. Bien, en ese tiempo de las cosas presentes, era frecuente asistir a una galería de personajes estrafalarios que visitaban sin aviso las redacciones. Muchos se acercaban para dejar noticias, algunas reales y algunas incomprobables; otras falsas y otras deliberadamente distractivas. La literatura no quedó exenta de las estrategias de esos visitantes. Las supuestas entrevistas inéditas a escritores renombrados --siempre realizadas, claro, poco antes de que el autor recibiera el sacramento final-- fueron frecuentes en aquellos tiempos. Hay demasiadas historias de esos casos en la prensa nacional en donde los intrépidos ganaron unos pesos a costa de dañar el honor de quienes trabajaban. Reírse del crédulo es siempre el camino más fácil.
En ese tiempo, apareció en escena un tipo que llevó el engaño hasta la ficción inaudita. Nadie, con un poco de sentido del humor, podría desdeñar su caso. ¡Si la literatura nos ofrece tantas cosas increíbles, ¿por qué no vamos a leerlas todas?!
Al tipo lo voy a llamar señor X: el primer término, en minúscula, se justifica por el uso excesivo que hacía del peine de bolsillo y por los sacos que usaba (marrones) siempre dos talles más grandes de lo necesario. Y el segundo término, en mayúscula, porque esa letra designa a la gran usina de la mentira del presente. El señor X era una premonición del derrumbe.
Frecuentó las redacciones de los diarios desde mediados de los 80s y hasta mediados de los 90s. Ofrecía entrevistas realizadas a escritores latinoamericanos, conversaciones que, decía, eran producto de su vida aventurera. Para certificarlo, contaba que había recorrido África en un viejo jeep. También ostentaba dotes de bailarín, cantante y dibujante de historietas. El señor X había publicados artículos en diarios menores de Paraguay, México y España. Eran textos anodinos atados a cierta lógica (pobre) periodística del tipo: las mascotas de Cortázar con motivo del Día Mundial del Animal. También ostentaba un par de novelas non-fiction. Una de ellas tiene como protagonista a un famoso asesino en serie. Cuentan que el asesino recibió el libro en la cárcel y pidió ver al autor. El emocionado señor X viajó a Córdoba. Su pecho se hinchaba de orgullo al igual que el hígado de Truman Capote por los fármacos. Entró a la celda y minutos después pidió a gritos que lo sacaran: el asesino había enumerado, una por una, las mentiras y las había remarcado sobre su nariz. Pero aquellos mamporros no lo detuvieron.
--¿Para cuándo las fuerzas del cielo? --reclamó otro levantando su segundo fernet.
En 1992, dos años después de la muerte de Manuel Puig en México, circuló en Buenos Aires un libro bastante desprolijo de conversaciones con el narrador de General Villegas. El autor, claro, era el señor X. El libro se presentaba como una serie de charlas. Se indicaba que la primera, de 1981, había tenido lugar en algún bar de Caracas pero no se aclaraba nunca cuándo y dónde sucedieron las restantes. Al comienzo se ve a Puig atendiendo a un periodista con preguntas aburridas: “¿Te gusta leer?”. Pero, páginas más adelante, se advierten algunos ruidos de forma y contenido, y las preguntas del señor X se van deformando hasta la disonancia: “¿Fue larga tu etapa onanista?”. El Puig del señor X responde con vaguedades y esas vaguedades más adelante se amplifican en una serie de referencias equivocadas sobre obras y momentos de escritura, al punto de alejarse completamente de la visión de la literatura que tenía el verdadero Puig. Tras un crescendo de imbecilidades, se alcanza el clímax en la página 103, cuando el señor X dispara: “¿Creés en los platos voladores?”. La respuesta del falso Puig abre la puerta al delirio: “Sí, creo. Existen, vuelan y andan por nuestro planeta. No me cabe la menor duda. Te voy a dar una primicia exclusiva sobre platos voladores, verdadera en un ciento por ciento. Yo he vivido, no hace mucho, una experiencia increíble con los extraterrestres. Esta vivencia no se la conté a nadie, ni a mis amigos más íntimos, por temor al ridículo”. El Puig falso narra entonces que una noche en un campo en Brasil, fue encandilado por luces “verdeazuladas”. Al detenerse el destello, observa que aquello no era otra cosa que un plato volador. Luego ve a tres extraterrestres que “flotaban a unos cuantos centímetros del suelo” y que quieren llevarlo al planeta rojo: “Te venimos a buscar, Manuel, debes venir con nosotros”. El falso y ya desdibujado Puig pregunta como un idiota: “¿Cuál es el mensaje que están tratando de comunicarme?”. Los seres responden a coro: “Nuestro mundo te necesita”. Puig huye desesperado y los marcianos remontan vuelo en busca de algún escritor con más audacia.
El Anfitrión confesó que antes de contarnos esta historia consultó a los que saben. Así, habló con la ensayista Graciela Goldchuck, una de las que más conoce la obra de Puig, y coordinadora del portal ARCAS de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UNLP, donde se puede acceder a material esclarecedor sobre el narrador. Y también molestó al escritor Alejandro Agostinelli, autor de esa maravilla llamada Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina donde se analizan relatos sobre avistamientos de ovnis en el país para explicar lo marcianos que somos como seres humanos. Ambos consultados fueron lapidarios con el libro del señor X.
--¿No me diga que consideró la posibilidad de tomarlo en serio? --pregunté asombrado y entonado.
--No. Pero entienda usted una cosa --respondió el Anfitrión ofendido--. Como suele decirse: ¿qué sería de nuestra literatura sin el auxilio de lo que no existe?