“Cada vez se hace más obvia la dificultad de que dos opciones partidarias efectivamente puedan proponer plataformas que abarquen los intereses de 337 millones de personas. El Partido Republicano parece tener una identidad cada vez más clara y restringida en lo que propone y a qué sectores y qué intereses busca representar”, sostiene Valeria Carbone, doctora en Historia por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y diplomada en Estudios Afro-latinoamericanos por el Afro Latin American Research Institute (ALARI) de la Universidad de Harvard, Estados Unidos. En cambio, “al Partido Demócrata le está costando más englobar al resto de la población, tratando de presentar una plataforma un poco más ‘heterogénea’. Desde la década del ‘90 la plataforma del Partido Demócrata con el clintonismo corrió su centro hacia la derecha. Por consiguiente, la propuesta del Partido Republicano se corrió más a la derecha aún”, agrega.
En diálogo con Página/12, Carbone, docente en la Cátedra de Historia de los Estados Unidos de América (UBA) e investigadora en la Cátedra Libre de Estudios de Estados Unidos del Instituto de Relaciones Internacionales (IRI) de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), analiza el triunfo de Donald Trump sobre Kamala Harris y el contexto que permitió al líder republicano regresar a la Casa Blanca el 20 de enero próximo.
--¿Cuáles son las claves que condujeron a Trump nuevamente a la presidencia y qué diferencias encuentra entre el triunfo de 2016 y el actual?
--Diferencias hay varias. La primera de ellas es que en esta vuelta lo que hay es una victoria de Trump por el voto popular, que es algo que no se había dado en ninguna de las elecciones anteriores -la presidencial ni las de mitad de mandato. Esa es una de las diferencias significativas e influyó en lo que es la retórica sobre la victoria de la elección. Por lo menos públicamente, esta vez no hubo denuncias de fraude. Esto dice mucho sobre la narrativa que se está imponiendo sobre los procesos democráticos y eleccionarios, no necesariamente en función de la victoria --porque en Estados Unidos la elección es indirecta y hay un colegio electoral de por medio--, pero sí en función de qué es lo que sucede con el voto popular. La segunda cuestión tiene que ver con la pérdida de votos populares para el Partido Demócrata, una diferencia sustancial en comparación con los que obtuvo en la elección presidencial anterior. Eso sí me parece significativo y es importante detenerse en qué pasó con esos siete millones de votos de diferencia con respecto a las presidenciales de 2020.
--¿Qué explica esa diferencia de votos?
--Hay que analizar si el electorado (demócrata) decidió no votar, si el nivel de abstención pudo tener que ver con cuestiones de la agenda o con todo lo que pasó en los dos meses previos a la elección. No me refiero necesariamente a Kamala Harris porque me parece que con el tiempo que tuvo para construir una candidatura logró acortar bastante la gran brecha que las encuestas preelectorales daban entre el Partido Demócrata con Joe Biden y Donald Trump. En ese sentido, ella hizo una gran elección. Lo que me pregunto es si no habrá influido el cambio de candidatura, sobre todo por cómo se dio la misma como la primaria en sí, que ganó Biden. Toda esa movida intrapartidaria pudo haber sido percibida por el votante demócrata de una determinada manera. En el análisis habría que tener en cuenta, también, que fue la primera elección desde el censo de 2020 con los nuevos dibujos distritales.
--¿En qué sentido ese nuevo esquema distrital pudo influir en la elección?
--Se puso en ejercicio una andanada de casi 100 nuevas leyes que en Estados Unidos se las conoce como leyes de restricción electoral. Son leyes que imponen nuevos requisitos para ejercer el derecho electoral en los 50 estados que se implementaron para esta última elección y que, según el consenso de los cientistas políticos y analistas, tienden a afectar particularmente al votante demócrata.
--¿Cuánto incidió la polarización y confrontación política en el resultado electoral?
--En Estados Unidos hay dos grandes coaliciones partidarias --el Partido Demócrata y el Partido Republicano-- que se reparten el poder sobre todo a nivel federal; eso invita a la bipolaridad. Siempre ha sido así. Hace unos 10 o 20 años estos dos partidos mayoritarios tenían una tendencia a repartirse las inclinaciones de los votantes. La mayoría se identificaba como demócrata o republicano y los independientes rondaban aproximadamente el veinte por ciento. Ya no. Según Gallup, los votantes independientes constituyen el bloque político más grande de Estados Unidos, con un promedio del 43 por ciento de los adultos estadounidenses que se identificaron de este modo en 2023, igualando lo que se registraba en 2014. La identificación independiente ha sido del 40 por ciento o más cada año desde 2011, excepto para los años de elecciones presidenciales de 2016 (39 por ciento) y 2020 (39 por ciento). El 27 por ciento de los adultos se identifica como republicano y demócrata, y la cifra demócrata marca un nuevo mínimo.
--¿Qué evidencian estas cifras?
--Por un lado, que cada vez se hace más obvia la dificultad de que dos opciones partidarias efectivamente puedan proponer plataformas que abarquen los intereses de 337 millones de personas; por otro, que el Partido Republicano parece tener una identidad cada vez más clara y restringida en lo que propone y a qué sectores y qué intereses busca representar. Al Partido Demócrata, en cambio, le está costando más englobar al resto de la población, tratando de presentar una plataforma un poco más “heterogénea”. La otra cuestión a tener en cuenta es que desde la década del ‘90 la plataforma del Partido Demócrata con el clintonismo corrió su centro hacia la derecha. Por consiguiente, la propuesta del Partido Republicano se corrió más a la derecha aún.
--¿Puede explicar esto último el grado de abstención entre antiguos electores demócratas?
--Hay una base progresista muy grande que siente que el partido que solía representar sus intereses no los representa ahora. Otra cuestión tiene que ver con la estructura económica norteamericana actual. De la pandemia para acá, el tema de la inflación se ha convertido en un eje de debate muy importante en un país en donde el salario mínimo no se mueve desde la década del ‘90 y en donde hay una diferencia muy grande entre la mejora de los índices económicos macro y la mejora de las condiciones de vida y el salario real de la población. Me parece que eso está influyendo mucho en una nueva reconfiguración demográfica de la base electoral de los partidos y cómo la población entiende que su voto se puede canalizar en algo representativo. Y por otro lado, qué pasa en el medio, qué pasa con un sistema republicano representativo indirecto, cómo se transforma el voto popular en el reparto de poder en el Congreso y en la presidencia, porque hay un Congreso en el medio que en Estados Unidos tiene mucho poder.
--¿Qué valor tiene la democracia para el norteamericano promedio?
--En Estados Unidos ese es un debate muy profundo, pero también pendiente, en un país en donde desde sus orígenes se habla de democracia, pero desde sus orígenes también sectores importantes de la población --como ser la población afrodescendientes o de otros grupos minoritario-- no podían ejercer ese derecho electoral por razones de raza, credo u origen nacional. Allí, la noción de democracia está muy atada a la idea de capitalismo, como está pasando en todo Occidente en este momento. Esta situación amerita que nos hagamos un montón de preguntas sobre cómo contraponer la noción de democracia con el fascismo, los derechos individuales, la libertad y, sobre todo, con la participación electoral.
--Algunos analistas sostienen que Estados Unidos atraviesa una creciente fragilidad institucional. ¿Qué la causa?
--Lo describiría más como un cuestionamiento a la legitimidad del sistema institucional. Hay encuestas que muestran que la gente ha perdido confianza en el sistema institucional, que hay un mayor cuestionamiento a las instituciones políticas tanto a nivel local como estadual y federal, sobre todo al sistema electoral; hay una creciente desconfianza en relación a cómo se manejan tanto los funcionarios políticos hasta instituciones como la Corte Suprema. Esto también se relaciona con el cuestionamiento al sistema de lobbies y al rol del dinero en la política norteamericana. Entonces hay una gran disociación entre la confianza que tiene el público en las instituciones, que se conjuga con que en los últimos tiempos han aparecido cuestionamientos que vienen del mismo establishment, estas denuncias de fraude que se hacen patentes en los ciclos electorales, ya sea para las elecciones presidenciales o para las legislativas. Me parece que es una dimensión importante de esta crisis de legitimidad que está atravesando el sistema político norteamericano.
--¿Qué impacto cree que tendrá la elección en Argentina y la región?
--No creo que ocurran cambios sustanciales en cuanto a América del Sur. La gestión actual ha tenido un acercamiento enorme al oficialismo demócrata; el gobierno norteamericano ha invitado tanto a la canciller como al presidente en varias ocasiones. No imagino cambios sustanciales en la relación con Argentina. Cualquier mano extendida que se le haga al nuevo gobierno va a estar mediada por los organismos internacionales, el Banco Mundial y el FMI. Lo que va a estar en discusión no son los acuerdos en sí sino las condiciones de los mismos.
--¿Y en términos de política exterior global?
--Siempre dije que para mí lo más disruptivo de Trump en política exterior no fue necesariamente la relación con sus llamados “enemigos”. Para mí lo que intentó hacer durante sus cuatro años fue reconfigurar la relación con sus aliados y con sus países vecinos, México y Canadá. Pondrá el acento en el Acuerdo Estados Unidos-México-Canadá (USMCA), que es el nuevo NAFTA; la relación con los países europeos; y la participación de los Estados Unidos en la OTAN. Me parece que la agenda de Trump pasará por ahí y en cómo entiende las relaciones de Estados Unidos con sus aliados en un contexto que tiende al multipolarismo. Hay que ver si está alineado con la idea de que el multipolarismo se alinea con el multilateralismo. En otros aspectos de política exterior se va a volver a cuestiones más de “mano dura” o de menos negociación con algunos referentes, como con China, por ejemplo. Vamos a volver a la idea, no de competencia estratégica, sino de guerra comercial. En otro orden, creo que los ojos van a estar puestos principalmente en Ucrania, más que en Medio Oriente.
--Uno de los ejes de Crisis y decadencia de Estados Unidos. Las presidencias de Barack Obama, Donald Trump y Joe Biden (Imago Mundi, 2024), que compiló junto a Pablo Pozzi, es la idea de un cierto deterioro de la hegemonía y el poder de Estados Unidos. ¿Cuál es el principal indicador hoy de esta situación?
--Lo podemos observar en varios aspectos. Desde la década del '90, cuando Estados Unidos vio cómo la lógica que había sostenido el mundo bipolar de la Guerra Fría llegaba a su fin con la caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética. En ese momento, el mundo pasó a ser unipolar, con Estados Unidos a la cabeza, capaz de definir los términos de un nuevo orden internacional. Sin embargo, esa situación duró apenas una década. Estados Unidos sufrió un primer cimbronazo a partir de 2001, el panorama global volvió a cambiar abruptamente, lo que obligó a Estados Unidos a replantear su poder y reconsiderar su relación con sus aliados en un orden internacional que continúa en proceso de transformación y en el que Estados Unidos lucha por preservar un lugar hegemónico en constante disputa.
--¿Dónde se observa con mayor claridad este proceso de transformación?
--Una de las cosas que el libro pone de manifiesto es que podemos ver aspectos de crisis de este poder norteamericano desde una mirada multidimensional, no solo desde el rol que Estados Unidos cumple en el orden internacional, sino en los aspectos económicos, en la política doméstica y en la situación de la clase trabajadora. Una de las cosas que revela mucho lo que pasó en la economía norteamericana de la pandemia en adelante es el hecho de que si bien los índices económicos han mejorado, eso no se refleja en el nivel de vida de las personas. Se evidenció el aumento exponencial de la brecha entre ricos y pobres e incluso entre ricos, la concentración de la riqueza en el 1 por ciento y cómo eso impacta a nivel social. Lo que vemos, también en la retórica del trumpismo, es que hay una percepción interna --y es un poco la bandera que lleva adelante el Partido Republicano con el trumpismo--, de que Estados Unidos no es lo que era, que no es el poder global que supo ser y que hay que recuperar ese rol hegemónico. Esta mirada es un poco la que comparte sobre todo un sector del Partido Republicano y que va a proponer políticas consecuentes con ello, pero también me parece que se refleja en el approach que tiene por ejemplo el Partido Demócrata hacia el orden internacional, un approach más multilateral que refleja estos cambios en el ejercicio del poder y sobre todo en el orden global.
--Hace un instante se refirió al rol del dinero en la política norteamericana. ¿Hasta qué punto este tema representa una preocupación de la sociedad?
--Los dos partidos contaron con apoyos económicos muy amplios y de sectores que apostaron a las plataformas de ambas coaliciones; hay mucho dinero que tracciona la política norteamericana. Son temas espinosos. En muchas encuestas preelectorales, además de la economía, la seguridad, la inmigración y el trabajo, el tema del dinero en la política norteamericana apareció como una preocupación del electorado: el rol del dinero no solo en las campañas electorales sino en la política en general, cómo se regula, quién lo regula y el rol de los donantes individuales y de las grandes corporaciones.
--Las redes sociales también se volvieron un actor clave en la campaña.
--Hay mucha influencia de las redes sociales, de los medios masivos de comunicación y del cyberterrorismo, pero esto es un recurso tanto de un partido como del otro. Lo mismo que el gerrymandering, que es una práctica legal en los Estados Unidos que apela la manipulación de distritos electorales para que, en casos en los que the winner takes all (el ganador se lleva todo), poder manipular un resultado electoral anulando el poder proporcional que pueda tener una minoría. Una de las deudas que tiene Estados Unidos, además de repensar la legalidad de una práctica muy cuestionable como la del gerrymandering, es revisar el rol del dinero en la política norteamericana, donde los lobbies y el tráfico de influencias son legales. En un país en el que es legal y está permitido que alguien le pague a un diputado por avanzar una agenda legislativa determinada, ¿cómo medís los casos de corrupción?
--¿Cómo?
--En líneas generales, la corrupción se mide porque el político o esa empresa no declara al gobierno federal (al IRS) que le pagó X cantidad de dinero a un determinado representante o funcionario o que contribuyó con ciertas sumas de dinero a sus campañas electorales. El problema pasa a ser la declaración, no el acto en sí. Entonces se presenta como una práctica común, muy normal y muy lógica para el marco teórico de ellos, de la cual también dependen los políticos para mantenerse en sus cargos. Es un tema que preocupa al electorado porque considera que son las personas con dinero las que tienen poder y son los que verdaderamente dictaminan la dirección de las políticas públicas. Y ello indefectiblemente influye en los índices de participación electoral. Si vos no pensás como ciudadano que tu voto va a cambiar algo, seguramente no te presentes a votar, entonces me parece que eso es un tema que también, como se hizo a principios del siglo 20, tiene que ponerse en agenda, que es un reclamo popular, pero que va a ser muy difícil que aparezca en la agenda legislativa de un gobierno o del otro.