El teatro, igual que la democracia, se inauguran en el mundo de la antigua Grecia y conocen su esplendor en la época clásica. Teatro y política han convivido pues desde sus orígenes y sus vínculos han convocado el interés de muy diversos pensadores. Entre ellos, uno de los primeros que reflexionó y abrió juicio sobre este vínculo fue Platón. Hubo quienes se concentraron en la cuestión de la representación, una dimensión fundamental para la práctica teatral como para la política. Asimismo, ha sido significativo el interés de muchos estudiosos por el sentido profundamente político que tenía en aquel mundo clásico tanto el contenido como la puesta en escena de las obras.

El teatro tenía una importante función en la vida de la ciudad, generaba conciencia política y a las representaciones acudían tanto ciudadanos del llano como responsables de llevar adelante el gobierno. Platón no ahorraba críticas sobre el papel que los poetas y el teatro desempeñaban en la vida de la polis. Una de las referencias más sustantivas se encuentra en su última obra, Las Leyes, y se cifra en su referencia a la teatrocracia.

Más allá de críticas y detractores, el teatro interpelaba a la política y mantuvo ese comportamiento a la vez incisivo y sugerente frente al poder en diversos momentos históricos. Gran parte de las experiencias teatrales en diferentes puntos de nuestro país constituyen un ejemplo de ello. La ciudad de Buenos Aires, en particular, albergó una extensa programación teatral en el marco del Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA) el pasado mes de octubre. En su seno, una obra presentada sobre la tragedia de Eduardo II de Christopher Marlowe en el Teatro San Martín, El trágico reinado de Eduardo II, la triste muerte de su amado Gaveston, las intrigas de la Reina Isabel y el ascenso y caída del arrogante Mortimer, logró sugestionar al público. Con una exquisita dirección a cargo de Alejandro Tantanian la puesta centra su atención en la cuestión del poder y del deseo. A partir de un enorme despliegue actoral y escenográfico que incorporó una extensa gama de expresiones artísticas, música, danza y proyección de video acompañan todo el recorrido de la obra. Incrustada en lo alto del escenario, la proyección sobre una pantalla que hace las veces de telón y viceversa, nos dice que la acción también sucede en ese otro plano. Resultan así múltiples y simultáneos los lenguajes en los que se interpela a un público crecientemente atento a las pantallas. Una tragedia que como toda obra clásica dice sobre el mundo contemporáneo y que no se priva de guiños explícitos sobre la actualidad. Una actualidad política que el teatro también cuestionó desde otro género en Como nunca… ¡Otra vez! En este caso, el registro completamente distinto que dicta la comedia pone nuevamente el eje en la interpelación de la realidad política. Una vez más, la dirección de Tantanian incluye en el seno de un gran despliegue actoral y musical, las pantallas. Aquí, la proyección de videos tomada mayormente de registros televisivos y el uso de la animación opera de manera intensa y sostiene diversos momentos del espectáculo. La utilización del audiovisual dentro de la escena trasciende la visión crítica sobre la coyuntura, y sugiere una mirada más profunda sobre el orden de la representación política. Genera un espacio de resignificación que logra intervenir haciendo que el público se involucre en la escena tal como sucedía con los ciudadanos griegos cuando acudían al teatro. En esta línea, se alienta a los espectadores a no apagar los teléfonos celulares, a sacar fotos, a subirlas a las redes, a transmitir en vivo. Acciones digitales a las que se convoca al público y que pueden ser interesantes para publicitar la obra. Pero que, al mismo tiempo, pueden resultar potentes para difundir la crítica a un modelo político que no pone entre sus prioridades a los que menos tienen ni a las disidencias. Antes bien, genera el territorio fértil para que emerjan cuestionamientos sobre gran parte de los derechos adquiridos en relación con la cuestión de género. Juicios y prejuicios que se diseminan en medios tradicionales y en redes sociales.

Vale recordar que el mundo de las polis clásicas se organizó generalmente bajo la lógica del modelo patriarcal. Sin embargo, no necesariamente heteronormativo. Es decir, el maridaje entre patriarcado y homofobia no fue propio de aquellos tiempos. Las fuentes de la época evidencian la habitualidad de los vínculos homosexuales, general pero no exclusivamente, masculinos. Esta cuestión también cuenta con diversos abordajes analíticos en la historia del pensamiento.

No obstante, el entramado que une patriarcado con homofobia regresa hoy en la circulación de discursos cuyo contenido y dosis de violencia erosionan la democracia. En este panorama, en días recientes, una forma de resistencia se sumó a las gestadas desde los teatros y sus pantallas. En primer plano de un canal televisivo la conductora Florencia de la V. se despide de su audiencia y se define del lado de los pobres, los maestros, los estudiantes y los jubilados para cerrar: “porque creo en un país más libre de verdad, por eso ¡Viva la diferencia, viva los putos, viva las trabas, viva Perón!”

* Doctora en Ciencias Sociales. UBA-UNTREF