Aunque algo menos que el blanco (su color natural), el mármol negro es un material capaz de resistir miles de kilos e incluso hasta el contacto con fuego. La misma solidez que transmiten las pantallas del estadio de Ferro en la noche del domingo 15 de diciembre, donde YSY A presentará su noveno disco y reafirmará la convicción de haber forjado en hierro su propia historia. A poco más de siete años de agotar el Malvinas Argentinas para despedir El Quinto Escalón, hoy no hay pausa que parezca tentar a Alejo sino es para dejarlo suspendido en el aire.
Una bandera quedó cubriendo parte de una platea alta: "Buenos Aires es amor, el Oeste presente". El tono de leyenda en el que vive YSY se pudo leer en estos días en carteles espectaculares que armaban frases a partir del nombre de sus álbumes y cerraban con la sentencia: "Con el tiempo tiene más peso el pasado". Hablar de tono no es menospreciar su condición de ídolo generacional. Sí, YSY es leyenda, pero para sostener la épica es necesario transitar otros espacios (no parece estar interesado en hacerlo).
En el estadio dos chicos discuten por qué hay gente que voluntariamente elige platea. "Yo creo que les gusta YSY pero no tanto como para bancarse estar ahí en el quilombo. También es más hormona, mucho enfieste". Miden el nivel de fanatismo por la disposición del cuerpo al caos. Reminiscencias poco felices de nuestra historia reciente. Mencionarles el show de 2018 compartido con C.R.O en el Ópera no sólo les caga la trágica teoría del aguante, también la señalan como "under". Parámetros generacionales, quizás. Ambos hacen música y siguen hablando del tiempo que les podría llevar tocar en un estadio. “En cinco añitos me veo, eh. Yo quiero lograr eso en la gente, tocar a las nueve y que a las cinco estén todos los atrevidos haciendo bardo”. Parámetros generacionales de éxito, seguramente.
Con una platea despejada y una previa conducida por el siempre joven Lucho SSJ, cerca de las nueve de la noche podrán leerse en pantalla las instrucciones que el espectáculo demanda: avisá que llegaste, acordate de tomar agua, cuidá tus cosas, agarrá las demoledoras, ya arrancamos. Los tips vienen ilustrados con una silueta de varón que hace ejercicios de entrada en calor. Verlo a YSY requiere entrenamiento, desde el efecto de sus canciones, que pasan muchas veces (sobre todo en sus primeros dos discos) del extrañamiento a la adicción y la destreza física, para sobrellevar el salto continuo. Esos movimientos secuenciales que empezaron con la actividad del show en Obras de 2022 se establecieron como gag y acabaron desarrollando una campaña, una capitalización más que parece convertir la metáfora en un hecho concreto: YSY A, el líder del movimiento (del trap y del sísmico).
Alejo es un yonki de la épica, de ese humo sagrado que se eleva cuando sucede lo extraordinario. Un nene cachetón de trece años encabezando una tropa de pibes listos para romperse la garganta a golpes de acotes en la batalla que sea. Es el trap argentino por antonomasia y no estuvo en el festival que hace una semana se presentó (aunque no haya nada más alejado) como una galería de representantes del género. Incluso su circuito de lugares donde tocar también fue curioso: no pasó por el Movistar Arena (en Argentina), del Luna Park migró a Obras, también hizo temblar la cancha de Huracán.
El único que respeta su ortodoxia trapera a nivel masivo es el que lo puso de moda en la Argentina, el que tiene el oficio. Ya nadie es trapero, ahora son figuras públicas, CEOs de su propia imagen. Sus propios financistas. YSY deja que sean sus canciones las que hablen. "El tiempo se convierte en una droga en la ciudad", arranca De repente, tema de su último disco.
Como artista (y negociante) nació con ventaja, entonces es inevitable preguntarse por el abundante tiempo a favor. La precocidad puede ser contraproducente en un presente comandado por la ansiedad. Cuando escribe, YSY convoca a la ambición, en ese frenesí de conseguir y poder más se contiene su narrativa, esa que por más sustento que haya obtenido, acaba cansando. Se encuentra en A por todo o Nunca fue por plata, donde rapea: "Hay una misión más alta que a mi alma ata/Dejar una marca en esta historia que es tanta/Subiendo la vara donde solo Dio' alcanza".
YSY es una figurita todoterreno. Se hacía su ropa, hay que descifrar lo que canta y consigue que aprendan sus canciones (o poemas, dirá hoy él) de memoria, no tiene hits que trasciendan a quienes escuchan el estilo o que sean reconocibles por otras generaciones, se dirige a sus fans como “Mi amor” aunque les hable a más de 30.000 manijas, es de los únicos que siguen sin recurrir a la banda en vivo, salvo excepciones. Es él y la pista, el hombre-máquina. También prescindió de bailarinas, a las que acudió en algún momento y le quedaban accesorias en el peor de los sentidos: él es también su propia erótica. YSY A, beba.
YSY es un ícono reflectivo, y un desafío para quien quiera enfocarlo. Si un punto de mira lo alcanza revelará sus marcas de ídolo: la lengua afuera, sus saltos y las gafas de raver, que hoy responden al nombre de su fandom: los "demoledores".
La dirección del show depende del volumen de su discografía. A lo largo de dos horas y tres vestuarios (que incluyen una remera estampada con fotos suyas) YSY jugará a desfilar canciones. Desde un plano a la portada de su reciente Trampa al tiempo, que agrupa todas las carátulas a la fecha, hará foco en cada una de ellas (a excepción del romántico Mordiendo el bozal). El camino será estricto, fuera del tracklist quedarán los himnos pre discos como Pastel con Nutella, Casi un G o Vamo a darle.
Rozando la decena de discos, entre EPs y colaboraciones, YSY creó su propio continente sonoro. Se arrimó al 11 de noviembre (una cifra que en la quiniela es el palito) porque fue el día en que el terminó El Quinto Escalón y desde ahí determinó la frecuencia de su obra, decisión que será desvestida y explotada esta noche. Alejo forrea por tener la libertad de no estar atado a un contrato que decida la frecuencia de lanzamientos, pero paradójicamente se obliga a hacerlo una vez por año. No se puede apurar la creatividad. Algo es evidente en su geopolítica: la posibilidad de detenerse no está ni cerca. Entre la sugestión numerológica y la independencia.
El niño Bhavi protagonizará el momento más armónico del repertorio, con algunos temas del álbum que armaron ambos: Tu dúo favorito. Unos pocos segundos bastarán para recordar cómo el grado tasmánico de su flow vuelve tarea compleja hasta los adlibs, a cargo del belga. El entusiasmo enloquecerá cuando salga Milo J a hacer Flechazo en el centro.
A falta de colores o climas, lo que el show de YSY ajusta es la frecuencia de decibeles. Entre alaridos y el dedo girando en la sien como señal de locura, los agradecimientos del artista serán a un solo actor de su empresa: los productores, esas figuras que desde el principio buscó con atención. No fue solo la hazaña de reunir once diferentes para Hecho a mano. Con los años cimentó un vínculo con Club Hats suficiente para pensar discos juntos. La idea de variedad, que es cada vez menos usual en la lírica de YSY, sí aparece en la factura de producción, un reconocimiento en Trampa al tiempo, con trazados federales (intencionales o no).
Así como en 2018, los artistas faneaban por Soundcloud a los que ahí le metían, YSY pone en la lupa a nombres como el puntano Chiru! o Emirsito, de Santa Cruz. Un gesto digno de quien vivió el under y parece adoptarse como atajo para intentar despintar sus formas. La incorporación de la monumental pianista de tango Noelia Sinkunas para algunos de sus proyectos, es otro caso.
El recorte de agradecimientos se sentirá frío. En lugar de celebrar por escuchar sus canciones, se referirá a ellas como "las reproducciones que nos dieron". El pibe sismo observa desde lo mecánico y se enciende por lo técnico.