Pintar, escribir, respirar. El pretérito es una manera de comenzar, el preludio de una vida que se apaga. El artista plástico y poeta que comprendía que tenía que despojarse para encontrarse en una existencia silenciosa que armonizara con las leyes y la música de la naturaleza era un compañero que compartía el pan de la palabra en el camino. Como discípulo del artista alemán Joseph Beuys (1921-1986), estaba convencido de que todo hombre es artista. El desacato fue su forma de irreverencia y rebeldía, el humus que le permitió burlarse del establishment artístico para inventarse otro sistema, donde vida y arte van de la mano, y construir otros circuitos de exposición y ventas desde la autogestión. Murió Remo Bianchedi a los 74 años, en Cruz Chica, las sierras de Córdoba que fueron su lugar en el mundo, la geografía que eligió en 1989 para poner en pausa al nómade que se alimentó de las experiencias vitales en Perú, Jujuy, Alemania y España, entre otros sitios donde vivió.

Escritura y vida

Bianchedi –que nació el 21 de mayo de 1950, en Buenos Aires- estuvo en Yarinacocha, Perú, entre 1967 y 1968. Luego de su experiencia amazónica, militó en la Juventud Peronista y residió en la provincia de Jujuy hasta 1976, año en que decidió exiliarse, y recibió la beca Albrecht Dürer para estudiar diseño gráfico y comunicación visual en la Escuela Superior de Artes de Kassel, Alemania. Allí tuvo como maestro a Joseph Beuys. Entre 1981 y 1982 vivió en Madrid, donde trabajó como maestro del Taller de Litografía del Grupo 15. En 1983, con el retorno de la democracia, regresó a Buenos Aires. La escritura no fue un cuerpo extraño en su vida, algo que apareció tarde. Al contrario, desde temprano su más fiel compañero fueron los cuadernos en los que registraba y volcaba sus anotaciones. Sus poemas aparecieron en revistas literarias aun antes de que expusiera como artista plástico; publicó Max y la bestia, El regreso del señor Lafuente, Vidas célibes, Yo no es otro y En Rimbaud Tilcara.

De las figuras humanas a los paisajes. Ese fue el tránsito, el ritmo cardíaco, las tenues huellas de la felicidad que fue desplegando en las numerosas exposiciones en las que participó, entre las que se destacan Bianchedi en Tilcara (1984), 1938, la noche de los cristales (1993 y 2003), De niño mi padre me comía las uñas (1995), Trabajos 2006-2010 (2010), Paisajes (2012), Ni cielos ni montañas (2014) –220 pequeños óleos- y En el cielo los poetas –50 pinturas y cada una llevaba el nombre de un poeta (Michaux, Lucrecio, Yupanqui, Tzara, Heraud, Thomas, Basho, Virgilio, Urondo, Ovidio, Donne, Williams, Novalis, Borges, Fijman, Rimbaud, Homero, Dante, Holderlin y Bustriazo Ortiz, entre otros). Las muestras más recientes fueron Variaciones Goldberg, Íconos votivos, En el jardín, Elogio de la austeridad, Frente al gran vidrio y, la última, Instantes perpetuos, una antología figurativa con obras de 1979 a 2019. Nada de lo humano le era ajeno. Quería materializar la práctica artística como vehículo de transformación social. En el 2000, junto a un grupo de artistas cordobeses, impulsó la Fundación Nautilius, un taller de diseño y oficios del que participaron chicos de la calle con la intención de capacitarlos para que pudieran conseguir trabajo.

En Rimbaud Tilcara (Letranómada), Bianchedi es tan “santo” como el poeta francés invocado en el título, un dios desacatado de su propio credo, como otros “santos” compañeros interpelados en ese viaje: Leonard Cohen, Bob Dylan, Tom Waits y Patti Smith. ¿Cómo no rendirse, hacia el final, ante esa especie de “ritual de purificación” de una voz poética que trenza conjuros –el conjuro de la mañana, el conjuro para las primeras imágenes, el conjuro de los primeros sonidos y más conjuros– hasta que el viento esparce esas palabras de su garganta para hablar en otros lugares? En ese libro fue el médium que orquestó un diálogo entre Sócrates y Rimbaud en el que se sacan chispas. “La escritura no me constituye, tampoco la pintura, tampoco mi apariencia. Quien me da forma y determina las manifestaciones de esa forma es mi espíritu. Según él, según su voluntad, pinto, escribo, respiro. Nadie más me dice qué debo hacer”, decía en una entrevista con este diario en septiembre de 2012.

Desacatar para inventar alternativa

Una suerte de hilo no tan invisible atravesaba el libro En Rimbaud Tilcara: la imposibilidad de “decir” el dolor. El artista, en cambio, afirmaba que durante cuarenta años de actividad artística en el mundo del arte lo único que había hecho fue manifestar dolor. Pero también emerge un lema que se disemina en el poemario y que se podría resumir en el verso: “¡Desacate sin motivo!” o también “Hablar en poema es desacato”. “Convengamos que nadie observa nada. Todos miran pero no observan. Todos hablan sin ver, sin tomar distancia, sin perspectiva, ‘con la ñata apretada contra el vidrio’. Todos actúan antes de pensar y así estamos. Todos opinan, pocos hacen poesía sus palabras. Hacer lo contrario es desacato, una manera de compensar. Hacer poesía es construcción de verdad. Hoy hablar de verdad es desacatar, desacatar el ‘propio gusto’, desacatar todo aquello que me impida ser pájaro y volar. Desacato mi propia gravedad”, planteaba Bianchedi.

Cuando Página/12 publicó la entrevista por la aparición de En Rimbaud Tilcara, el artista y poeta estaba profundamente emocionado, y por correo electrónico escribió unas palabras que brillan por su humanidad en tiempos en donde se exalta la crueldad. “No sabés la conmoción que causó en el pueblo. Laly el carnicero, Carlitos el kiosquero, Mingo el plomero, ‘la Chancha’ el cartero y otros amigos que son mi lugar de afecto estaban felices. ¡Ahora sos poeta!, me decían. Hoy el celular no paró de sonar. Me siento Mick Jagger”, bromeaba. “Sócrates y Rimbaud están festejando desde que les traje el diario hoy cuando desayunaban. Ellos tampoco lo pueden creer”.

Un cuerpo que escribe

Libertad y autonomía son dos palabras como columnas vertebrales que sostuvieron vidayobra, así ensambladas o pegoteadas desde la escritura, la oralidad y la práctica, un experimental menjunje que Bianchedi cultivó junto a su pareja, la editora María Eugenia Romero. Le dijo "no" nada menos que ArteBA. Desacatar, para él, era sinónimo de felicidad, una suerte de dicha animal que se expandía y le suministraba una serenidad radical. Bianchedi era un cuerpo que escribía. Y escribía con la voz, con la uña, sobre la piel. Escribir, explicaba, se parecía más a un ritual de sanación que al acto de hacer literatura. “Comienzo cuando la tarde casi se hace noche. Aparece una oración: ‘soy un cuerpo que escribe’. A partir de allí abandono mi yo civilizado y voy ordenando por tonos las palabras, las dibujo a lápiz sobre el papel de mi cuaderno, voy dejando que se asocien en libertad, por afinidades, que se multipliquen como bacterias que al entrar en el torrente sanguíneo se multipliquen de instante en instante”.

Desacató los mandatos para inventar alternativas. Bianchedi, un artista fuera de serie, vivió como deseaba hasta el final.