Delicioso y difícil de una manera compleja, como “un alimento cuya abundancia vital necesitara un cierto tiempo, un arte de cultivar el néctar de la tierra, es decir el infinito y sus misterios”, describe con dulzura la brasileña Abigail Campos Leal, doctora en Filosofía, el libro No nos van a matar ahora, de su conmatriota Jota Mombaça, con traducción de Diego Cepeda.
Jota Mombaça es una "marica no binaria, racializada como parda, nacida y creada en el nordeste de Brasil", según su auto definición. Artista multidisciplinar, nacida en Natal en 1991, vivió en Portugal y Holanda.
Herida y productiva, “tan podrida como triunfante en mi vía de escape, enferma de desesperación y, sin embargo, más segura que aquellas para las que el acceso al mundo del arte global y de la academia está bloqueado”, precisa.
En No nos van a matar, que publica en Argentina la editorial Caja Negra, señala las tensiones entre ética, estética y política que atraviesan la vida y el conocimiento.
El libro es un grito desesperado en forma de una serie de textos, una colección de melismas construidos para formar una trinchera, construir un conjunto de pistas -“no una biblia”, aclara la autora- para sustraerle al tiempo su orden habitual.
No nos van a matar ahora es una compilación de críticas para tomar registro de las vías explícitas y enrevesadas con que la blanquitud eurocentrista y el fundamentalismo cisgénero ejercen violencia. La conciencia trágica del colapso en marcha es el punto de partida para elaborar rutas y tácticas de fuga en una época que pende de un hilo y que tiene fuertes señales de fin de mundo.
Lo sustancioso de las ideas de Mombaça es que vienen a decirnos que, mientras haya imaginarios que se compartan hay otros modos de vivir y resistir. Los escritos están fechados en las ciudades de Atenas, Guimaraes, Berlín y Lisboa, entre 2017 y 2020, que es como decir ayer.
Carta a las que viven y vibran a pesar de Brasil; En el quiebre, juntas; El mundo es mi trauma; Rumbo a una redistribución de la violencia desobediente de género y anticolonial son algunas de las secciones y sus títulos elocuentes refieren a los intereses puestos en valor en el libro cuyo lugar de enunciación busca desactivar las gramáticas del poder en los cuerpos.
Poesía, autobiografía, ficción especulativa, ensayo, manifiesto y tanto más, las palabras danzan entre los sueños, las profecías y una realidad muy cruda para referirse a la relación entre monstruosidad y humanidad.
La premisa de Mombaça es que el mundo se ha ido organizando de modo tal que el acceso al conocimiento es desigual, no existe un lugar común de ingreso al habla y a la escucha, las violencias no están distribuidas de manera uniforme. Su pensamiento fractal cuestiona los modos de pensar capitalistas e insiste en que el coloniaje no sólo es una deuda moral sino también, y sobre todo, económica.
Su visión necropolítica hace de ella alguien pesimista, pero el suyo no es un apocalipsis fijo, congelado, sino (aunque suene paradójico) un pesimismo vivo. Mientras escribe, la artista mira el país natal reciente, gobernado por el ultraderechista Jair Bolsonaro. Lo observa con desencanto en su crueldad y miseria, consciente de que el terror y la tristeza no comenzaron allí, sino con el desembarco bestial de los conquistadores y que la utopía de una edad de oro para Brasilis, no tendrá lugar. Brasil no es la promesa de un mundo posracial, sino una distopía antinegra y antiindígena.
Sin embargo, aunque el presente está colapsado, el futuro puede ser moldeado. La apuesta es poder escapar a la captura de las fuerzas reaccionarias del mundo. “Que la imaginación (para la lucha) no se centre en el hombre y en reestructurar el poder universalizante, sino en una fuerza decolonial que libere al mundo por venir de las trampas del mundo por acabar”. Pero además, tensiona los límites de lo que denomina “proyectos románticos de liberación de una izquierda que se mantiene bajo las mismas lógicas de dominación que, afirma, quiere subvertir”.
Mombaça escribe desde un cuerpo clasificado por las normas como oscuro o sea políticamente negro, con memorias originarias potiguaras y tapuias y su anulación en la construcción de la identidad brasileña. Pero también por la urgencia de muertes contemporáneas, como el asesinato a quemarropa de Marielle Franco, quien se preguntaba en uno de sus últimos tweets sobre la muerte del joven Matheus Melo: “¿Cuántos más deben morir para que acabe esta guerra?” y por el crimen contra Bruno Candé, actor portugués de 25 años, perpetrado en Lisboa, en julio de 2020, horas antes del Día de la Conciencia Negra.
Para visibilizar cómo oprime el poder, señala la artivista, se debe ir más allá de mostrar experiencias y saberes oprimidos. Por eso cuestiona la lengua que le fue enseñada “en la que toda palabra está mancomunada a la reproducción de nuestra ininteligibilidad”.
Mombaça propone estudiar el terror y concebir formas colectivas de superarlo para trascender el estado zombi actual, e invoca el accionar del guerrero Zumbi del Quilombo de los Palmares (1655-1695), líder de los esclavos negros del nordeste.
Su obra resalta el hecho de que las instituciones culturales se apropian del trabajo de personas trans y racializadas para promover una imagen de diversidad e inclusión y satisfacer el consumo de una audiencia blanca y cisgénero.
El texto se enfrenta al supuesto equilibrio de muchas narrativas de inclusión y a su dimensión seudo reparativa, un ejercicio de desconfianza extrema que busca preservar el espacio sideral de la imaginación ante el extractivismo amigable que caracteriza la mercantilización de los aparatos críticos negros, desobedientes sexuales y de género.