"Una camisa blanca colgada de una silla con una brillante mancha roja a la altura del pecho me hizo descubrir la existencia del teatro", cuenta el narrador de "El living", por Hernando Quagliardi. El relato de ficción, que en 2017 obtuvo el primer premio en la cuarte edición del Concurso Nacional de Literatura Fundación Proarte Córdoba, es el primero de los 14 que integran su primer libro de cuentos, El sueño absoluto, editado en Buenos Aires por el sello Diotima. Si bien nació en aquella ciudad, el autor vive en Rosario, donde se recibió de abogado y colabora desde hace diez años en la sección Contratapa de Rosario/12. Autor de tres novelas publicadas, integra con su ensayo "Insultar al fantasma" el volumen colectivo Diario de la contratapa. 31 textos para celebrar 31 años de Rosario/12 (2021, Universidad Nacional de Rosario y Página/12).
La obra de Quagliardi se extiende como un rizoma que conecta lo que estaba puesto en estantes separados: la literatura de ficción se mezcla con la historia de la literatura, en textos que invitan a la reflexión sobre lo extraliterario. Este campo, fascinante de por sí, está constelado de tensiones. Así, un autor argentino como Jorge Luis Borges puede constituir un obvio modelo literario para Quagliardi, quien sin duda admira su obra (donde también se produce ese cruce entre la crítica, la ficción y el ensayo), a la vez que aparece satirizado por sus opciones políticas.
La responsabilidad del intelectual ante las cuestiones de su tiempo, algo que parecía haberse ido por el desagüe del olvido junto con el siglo veinte, es retomada por Quagliardi como tema desde un humor tan ácido como serio, en un cuento-adivinanza que desemboca en escenas con ribetes absurdos.
"Los afligidos" requiere ciertas competencias del lector. Es un ejercicio de estilo y a la vez una ucronía (una especulación sobre lo histórico no sucedido) sobre una conjura de escritores antiperonistas para deshacerse del presidente Juan Domingo Perón, mientras la primera dama Eva Duarte estaba enferma. La acción transcurre a mediados del siglo veinte ("hacia 1951") y el cuento integra la segunda sección del libro. Los conjurados llevan apodos a manera de máscaras. Advertencia de spoilers: "el Poeta" es Borges; "el Biógrafo" es Adolfo Bioy Casares; "Ezapiel" representa a Ezequiel Martínez Estrada; "Denis" es la fácil: Julio Cortázar (quien usó ese su apellido materno como seudónimo, otro de los ídolos literarios de Quagliardi), y si no lo hubiera revelado el autor off the record jamás nos habríamos dado cuenta de que "El anfitrión" simboliza a Enrique Anderson Imbert. La conversación entre los conjurados es exquisitamente verosímil: comentan la actualidad política con una erudición a flor de piel en la que comparan a Perón y Evita con personajes históricos de la Antigüedad clásica y ficticios del teatro barroco, como si no pudieran tocar el presente sino con las pinzas del canon occidental.
Nacido en 1961, el autor debió reconstruir desde la investigación, o más probablemente desde esa especie de investigación involuntaria fruto de la pura curiosidad, que damos en llamar erudición, el grano fino de la voz de cada uno de aquellos buenos muchachos. Su fineza arqueológica llega al extremo de recrear una voz literaria de Borges para un narrador en estilo indirecto libre. Inteligencia artificial, tenele la cerveza. Después la cosa se desmadra un poco en un final con Perón mismo en un tono grotesco a lo César Aira.
La fecha de nacimiento es significativa: tenía 15 cuando fue el golpe de Estado de 1976, cuyo caldo de cultivo en una intelectualidad antipopular el mencionado cuento cumple en recordarnos. "Años de plomo", la primera y más extensa sección del libro, se abre con "El living" que es una pieza de cámara hecha cuento y un logrado ejemplo de ironía dramática. El libro de cuentos se cierra con el que le da título, el relato de un sueño alucinado que es como si se hubiera descifrado el código de la Matrix que ficciona la misma realidad, y accedido a una realidad otra y más profunda. Las melenudas "chinas" que aparecen a lo largo del cuento guardan una semejanza inquietante con aquellos personajes femeninos oníricos que en el ocultismo tibetano se llaman dakinis; también tienen largas cabelleras negras y obran de un modo parecido a las hadas occidentales.
"El sueño absoluto", el cuento, exuda la atmósfera de pesadilla anticipatoria de un mundo futuro industrializado en exceso. "Un efecto común de los relatos de horror de la literatura argentina es, me parece, la pesadilla", opinó Quagliardi en su contratapa "Insultar al fantasma", ameno ensayo sobre el género que contiene un breve cuento de terror en su interior y culmina con una carcajada, como los cuentos de E. L. Holmberg.
Entre las tapas azules de su nuevo libro, también puede leerse la sátira "Los talleristas", la ucronía futbolera-soviética "El penal de Deyna", la ficción política "Vals del Carnaval", y "Tania", remake oblicua y en clave del cuento "Esa mujer" de Rodolfo Walsh.
Algunos de estos relatos requieren del lector una intuición criptográfica; también se disfrutan sin saber tanto, se sostienen como ficciones autónomas más allá de que se descifren los guiños. Pero el juego del desciframiento aporta un disfrute extra. "La sangre" y "O por lo menos doble" evocan en sus finos detalles un pasado al que deforma la mala memoria deliberada de un testigo. Las pinceladas costumbristas de un tiempo ido colorean esta primera sección de cuentos, a la que pertenece el terrorífico "En tu hora de secreto". Los cuentos "Panadería", "Poetas muertos", "Laurel" y "El Rigoletto" completan las otras dos secciones.
En síntesis: un libro muy disfrutable, que con su precisa y magistral escritura invita al pensamiento y al juego, fiel a la mejor tradición moderna de la literatura: una que aún en estos tiempos de indigencia sigue recreando el mundo y creando nuevos.