Si alguien se propusiera contar la historia argentina prescindiendo de manuales y ensayos, y sólo dispusiera de un puñado de historietas como documentación bibliográfica, compondría un insólito tratado, sin fechas ni referencias precisas, donde los hitos sociales y políticos de este país estarían narrados en innumerables (y admirables) metáforas. Desde invasiones del mundo exterior a ministerios aterradores; desde noches eternas a asesinos desmemoriados; desde baños donde vive la imaginación hasta heladeras donde los alimentos luchan por conquistar el hielo; desde reinos azules a barrios grises, e incluso, hasta países gobernados por cosos demasiados verdes. La historieta, qué duda cabe, es más divertida que la historia, y es además capaz de insinuar aquello que los historiadores no pueden explicar: qué imaginan los hombres cuando la realidad es una pesadilla.
En ese tratado imaginario, habría una entrada reservada, desde ya, a Metro-carguero. Rezaría más o menos así: historieta de ciencia ficción en clave distópica, dibujada por Domingo Mandrafina y escrita por Enrique Breccia. Consta de seis capítulos de ocho páginas cada uno, de riguroso blanco y negro. Fue pensada para el mercado europeo y por eso apareció por primera vez en la revista española Zona 84, en junio de 1984. En Argentina se la leyó un año después, a partir del número 9 de la primera época de Fierro. Se la considera un clásico entre las historietas aparecidas en el punto bisagra entre el fin de la dictadura y el inicio del período democrático, como por ejemplo Perramus, Reino Azul, Ministerio, o Ficcionario.
Su metáfora, pese a lo evidente, no deja de ser efectiva: la historia transcurre en un mundo subterráneo dividido en 13 niveles conectados por vías férreas por donde corren a gran velocidad poderosos trenes de carga que viajan con extraños cargamentos, algunos de los cuales pueden incluir a personas como alimento. Bajo la tierra, la luz del sol es un mito demasiado antiguo como para no creer que exista. La historieta empieza con una duda que, al mismo tiempo, es su premisa: “¿Qué habrá ocurrido allá arriba, en la superficie? Sólo los más viejos lo recuerdan”. De hecho, en todos los niveles, donde subsisten toda clase de seres humanos (los hombres de las cavernas, los guerreros, los trabajadores de circos, y más), el sol es considerado una divinidad llamada en ocasiones “El Gran Padre Amarillo”.
Los personajes principales son un maquinista llamado Rengo y su acompañante Cri-cri. El Rengo está cansado y lo único que quiere, como todos los seres de la oscuridad, es ver el sol. Cri-Cri reniega con la obsesión de su amigo, pero obedece. Y entonces un día el Rengo decide prender motores hacia la luz contra todas las advertencias. Así, se lanzan hacia el primer nivel. Junto a Cri-Cri, viajan un Oligosensor que adivina lo que obstruye las vías, y el loro Verdemúdez que anticipa sucesos. Ellos serán sus brújulas. Pero los de arriba lo saben todo y harán lo imposible para detener al Rengo. Cualquier similitud con la realidad es cierta. Tras una serie de peripecias, donde incluso se cruzan con personajes de Julio Verne, el Metro-carguero sigue más allá de la punta de rieles donde se dice que es el fin del mundo. Y cuando el lector quiere saber si el sol es o no es “redondo, tibio y dorado como un melocotón”, la historia se interrumpe.
Desde entonces, muchos editores soñaron con publicarla en formato libro, y lograr que Enrique Breccia escribiera un último guión y que Mandrafina se pusiera finalmente a dibujarlo. Todos esos intentos fueron infructuosos. Para ambos autores era una historieta que “así quedó”. La negativa a darle un cierre se fue haciendo leyenda, a la que se sumaron sus declaraciones. Mientras Enrique sostenía que fue “un juego entre amigos”, Mandrafina sumaba elementos más realistas, como la necesidad de un ingreso para pagar el alquiler del estudio-oficina donde trabajaban, en aquellos años, además, varios dibujantes como Osvaldo Cataldo, Alberto Macagno y Rubén Marchionne. Pero toda leyenda se alimenta también de datos concretos: entre 1984 y 1985, ambos dibujantes trabajan para las revistas de Récord y Columba, y cada uno, además, estaba enfocado en proyectos personales: Breccia iniciando su inmortal obra El Sueñero, y Mandrafina le daba forma a esa maravilla llamada El caballero del Piñón Fijo con un Carlos Trillo inspiradísimo, en plenitud creadora.
“Cada tanto se acumulaban las deudas y teníamos que hacer un laburo”, explicó Mandrafina a Facundo Vázquez, autor del detallado prólogo de esta edición. “Habíamos encontrado ese recurso para facilitarlo y, además, para gratificarnos. Porque el trabajo en equipo, colaborando todos en el mismo proyecto, hacía que salieran cosas muy divertidas y creativas. Ahí influyen las distintas líneas y los estilos de cada uno de los que integraban el grupo. No solo Enrique y yo”.
Esta aventura subterránea es entonces, un proyecto, hecho en los ratos libres, dato que no implica que fuera de menor calidad, sino que explica algunas resonancias que el lector pueda percibir de otros climas y de otros colegas (sobrevuela, notoriamente, el espíritu jodón de Trillo). Sobre esto acota Vázquez con acierto: “Aunque predomine el estilo de Mandrafina, hay viñetas en las que salta a la vista su trazo y otras en las que aparecen recursos y técnicas que no son las más comunes en ninguno de ellos dos”.
Entre el apremio económico y la diversión, Metro-carguero (y de ahí su importancia) conserva el instante mágico que debe existir en toda dupla. Y esa magia es la que hizo de esta historieta no terminada sea, incluso, un clásico. Porque en términos de historietas, las interrupciones de series siempre conllevan historias curiosas para contar. ¿Acaso la falta de un final no puede leerse también como una sensación en aquellos tiempos acerca del no final de la dictadura (su influencia nefasta se prologaría durante años tanto en lo económico como en lo social), o sobre la incertidumbre de aquel inicio democrático?
Pero lo importante, más allá de las especulaciones es que, después de 40 años, la leyenda llegó a su fin con la edición para Deux que preparó y cuidó el narrador Mariano Buscaglia (con gran diseño de Máximo Fiori), que no sólo reune los seis episodios originales sino que logra sumarle un cierre: un largo y misterioso texto (no dibujado) escrito por Breccia que, con gran astucia y claridad, no habla de los pormenores de la historieta, sino que desliza su visión de la historia, su derrotero, donde ya no importan las fechas o los hechos, sino dar crédito a esa voz murmurante que reclama que la vida debe ser una aventura, o no será nada.