La noticia cayó como una bomba atómica en el corazón de los seguidores y fanáticos: Warner, la compañía cuyo logotipo prologó gran parte de las películas dirigidas por Clint Eastwood a lo largo de una carrera de más cinco décadas, sería lanzada en los Estados Unidos en apenas cincuenta salas de cine antes de desembarcar directamente en la plataforma Max. Algunos países europeos disfrutaron de un lanzamiento sensato pero en el resto del mundo, y en Argentina en particular, nada de nada. Ni una pantalla grande a disposición del largometraje número cuarenta de un cineasta con mayúsculas que el pasado mes de mayo cumplió 94 años. ¿Su última película? Difícil afirmarlo, ya que su obra tardía viene despidiéndose, en apariencia, desde hace bastante tiempo, un crepúsculo felizmente extenso y fructífero. El último gran autor clásico del cine de Hollywood –aunque el clasicismo en su filmografía es un término siempre en tensión– entrega con Jurado Nro 2 otra reflexión sobre cuestiones éticas y morales intrincadas, enfrentando a las instituciones con algunos de sus miembros, iluminando en el camino la construcción de lo colectivo bajo el particular prisma de lo personal.
Disponible en nuestro país desde hace un par de días en la plataforma Max, el último Eastwood es un film complejo, de múltiples aristas, aunque eclipsadas detrás de la fachada de un relato directo y transparente. Una película de juicio que no se parece a casi ninguna otra película de juicio, más allá de sus cualidades superficiales. Una historia excepcional e incluso excéntrica que parte de una situación fuera de norma para deconstruir y reconstruir la figura del héroe silencioso. El héroe anónimo: aquel que, lejos de hacer alarde de ello, lo es precisamente por su introversión y/o la falta de consciencia de serlo, consecuencia directa de un dilema de difícil resolución. Con las actuaciones centrales de Nicholas Hoult, en uno de los mejores papeles de su carrera a la fecha, y otra ajustada performance de Toni Collette –a veintidós años de su trabajo en conjunto en Un gran chico como hijo y madre, respectivamente–, Jurado Nro 2 es otro ejemplo de un tipo de relato cinematográfico que ya no parece tener lugar en la industria de Hollywood, y que por ello mismo ha caído bajo los golpes de las nuevas reglas de juego del universo audiovisual.
“El cine no es para mí un deporte intelectual, sino un oficio emocional”, declaró recientemente Clint Eastwood en una de las escasísimas entrevistas ofrecidas a la prensa. En la extensa conversación con la reluciente revista impresa The Metrograph, el actor y realizador detalló además que “a veces te gusta un guion y te gustaría hacerlo como actor; otras el guion te resulta atractivo porque te gustaría dirigirlo. Uno siente cosas sobre ciertos proyectos y le gustaría poner su impronta en ellos, porque si cayera en otras manos podrían comenzar a ver las cosas de una manera diferente. No es divertido cuando alguien dirige una película sin ver realmente el material. Cuando trabajabas con realizadores como Sergio Leone o Don Siegel todo era divertido, y las cosas salían como querías que salieran. Si lo hacés vos mismo y sale mal, te toca recibir los golpes; si sale bien, recibís la gloria”. Algo de eso debe haber sentido el director de Los imperdonables, Million Dollar Baby y Gran Torino al leer el guion original de Jonathan A. Abrams que terminaría transformándose en Jurado Nro 2, un largometraje tan personal como cualquiera en su filmografía. Los buenos, los malos y los feos. Aquellos que no salieron tan bien y, desde luego, las obras maestras.
CRÍMENES Y PECADOS
El primer narrador, aunque sería más correcto ubicarlo como motor del punto de vista principal, es Justin Kemp (Hoult), un joven periodista y futuro padre que parece haber dejado atrás su adicción al alcohol y observa con optimismo el comienzo del resto de sus días. No será la única mirada que atraviese las casi dos horas del relato, pero sí la más relevante, al menos hasta la clausura. Con él se abre el film, atento a la posibilidad de ser elegido como jurado en un caso de homicidio ocurrido en la ciudad del estado de Georgia donde vive, trabaja y, muy pronto, será responsable de una nueva vida. El avanzado estado de embarazo de la esposa lo tiene algo nervioso y la posibilidad de que el nacimiento se adelante no parece llevarse bien con sus obligaciones como ciudadano. Jurado Nro 2 avanza hacia la selección de los doce miembros del jurado, donde Justin es elegido, como tantos otros, precisamente porque preferirían no estar en ese lugar, como afirma la jueza, garantizando de esa manera cierto grado de imparcialidad. Imparcialidad que, en más de un caso, no parece estar confirmada con certeza: los prejuicios, algunos de ellos lógicos, cabalgan y todo parece indicar que el acusado, un hombre con un pasado violento y criminal, fue quien golpeó y arrojó al vacío a su novia luego de una fuerte discusión que tuvo lugar frente a una docena o más de testigos. El hombre reafirma su inocencia contra viento y marea pero todo parece estar en contra suya, a pesar de que las evidencias son, como suele afirmarse en la jerga, circunstanciales.
En ese momento el guion introduce varios elementos que harán las veces de pivotes narrativos. Por un lado, la conformación final del jurado, que de allí en más se comportará de manera similar al del clásico Doce hombres en pugna, con sus convicciones mayoritarias puestas en duda por al menos un renegado. Por el otro, la relevancia dramática de la figura de la fiscal, interpretada por Collette, una abogada que está comenzando su carrera política y cuya participación en ese caso particular –y el objetivo último de una sentencia de culpabilidad– podría ayudarla a conseguir el escaño. Finalmente, un elemento que no puede interpretarse como spoiler, ya que ocurre durante los primeros minutos de proyección y se convierte en el centro de gravitación de todo lo que vendrá: luego de conocer los detalles del juicio, Justin reconoce al acusado y también las circunstancias previas a la muerte de la víctima, ya que aquella noche, de forma absolutamente casual, se dio una vuelta por el bar donde tuvieron lugar los hechos.
Más aún, durante el regreso a casa durante esa fatídica noche de lluvia –un recuerdo dispuesto en pantalla a la manera clásica, mediante un flashback explicativo– el joven jurado recuerda haber tenido un accidente. Un golpe en el capot de su vehículo. Seguramente un ciervo, aunque a la luz de las nuevas circunstancias podría haberse tratado de otra cosa muy distinta. Los pilares de la trama se disponen así para construir un retrato sobre las culpabilidades e inocencias, las culpas y los remordimientos y, sobre todo, las decisiones éticas que se toman a partir de ellas. Justin Kemp es el jurado que sabe más que los otros jurados, o al menos lo sospecha. El único, en principio, que está dispuesto a discutir la culpabilidad del acusado ya que conoce de primera mano la certeza de la duda. Esa duda razonable que, según la institución jurídica y el concepto de justicia con jurados populares, debe guiar las decisiones a la hora de llegar a una sentencia justa.
UNA HISTORIA SOBRE LA GENTE
“Sentí que era vital dejar que el público sepa de entrada cómo son las cosas”, declaró el guionista Jonathan Abrams en una entrevista publicada por IndieWire, destacando el hecho de que la historia de Jurado Nro 2 no es un típico misterio criminal y judicial que se resuelve durante los últimos minutos, sino que el foco está puesto en la “exploración de las complicaciones éticas y morales del crimen. Clint quería que profundizara en los elementos humanos, eliminando todas las cosas que se sintieran demasiado intensas o superficiales. Lo primero que me dijo fue ‘Esta es una historia sobre la gente, las personas. Eso es lo que me gusta y por eso elegí hacer la película. Es muy difícil porque los jurados son doce personajes y hay que darle a cada uno de ellos una personalidad e, idealmente, esa personalidad tiene que aportar algo a la historia, de una u otra manera”. Y si bien no todos los jurados tienen un desarrollo dramático preponderante, al menos sí representan una visión humana o ideológica de peso, sin por ello caer en la categoría de estereotipo. Son dos miembros del grupo, amén del esencial Justin, quienes hacen las veces de peones narrativos en dos momentos disímiles de la trama. En primera instancia, el ex detective encarnado por J. K. Simmons, quien en determinado momento comienza a poner en duda la culpabilidad del acusado y toma al toro por las astas, investigando por su cuenta en contra de las reglas legales que se lo impiden. Por el otro, el jurado interpretado por Cedric Yarbrough, que parece tan convencido de la culpabilidad del reo que ninguna evidencia ni argumento podría hacerlo cambiar de opinión. Dos masas secundarias alrededor de las cuales Justin comienza a orbitar en los pocos momentos en que logra salirse de su propio centro de gravitación: el explosivo núcleo conformado por su sentido de la responsabilidad, la culpa y el miedo al castigo.
Abrams comenzó a pensar en la idea central de la película hace diez años, como un homenaje a Doce hombres en pugna, el largometraje de Sidney Lumet de 1957 considerado como uno de los grandes exponentes del género de juicio. “La idea central de Jurado Nro 2 es la de poder mirar un sistema que puede no funcionar de la manera que uno quisiera, pero que al mismo tiempo es el mejor sistema que tenemos. Espero que esa idea sea lo que la gente puede tomar de la película y llevarse consigo”. Al tiempo que el relato avanza, la atención deja de estar puesta en las discusiones a puerta cerrada del jurado y se enfoca cada vez más en la personalidad estresada y acomplejada del protagonista. Asimismo, cuando llega el momento de la deliberación final y la condena, el uso de la elipsis demuestra una vez más las intenciones expuestas por Abrams y abrazadas por Eastwood: lo importante no es el suspenso, el misterio, si el acusado será o no condenado. Lo que importa es que lo piensa y hace Justin y, una vez pasado el trance, qué hacen otras personas con la nueva información que cae en su regazo y su corolario directo, las sospechas. Es allí cuando el concepto de heroísmo vuelve a aparecer, aunque bajo los hábitos menos esperados. Si Jurado Nro 2 es finalmente el canto del cisne de Clint Eastwood (deseo: que haya más películas, y en salas de cine), la despedida se produce con un film inteligente y atrapante, nuevamente –y como en varias de sus últimas creaciones– protagonizado por hombres y mujeres “comunes” en circunstancias nada cotidianas. ¡Larga vida a Clint!