El cuento por su autor
Escribí “Shakira” en dos madrugadas de octubre del 22 en un hotel de Copacabana (ventana al contrafrente) mientras mujer e hijo dormían.
A eso de las 7 AM de la segunda mañana puse “fin”, cerré la laptop y encaré al trote la estatua de Clarice Lispector y su perro Ulisses en la playa de Leme, el barrio donde ella vivió durante la década del 40. Le dediqué el cuento ahí, sin aire y con sentidas palabras, y se lo vuelvo a dedicar acá.
“Shakira” es una caracterización compuesta por algunos ámbitos geográficos de Neuquén, además de varios sucesos menores que me contaron y otros que viví, como esa visita imprudente con mi hermano Tom al peligroso barrio de Los Pumas o la perrita boxer que vivió en casa toda una mañana de domingo.
Respecto de los personajes y la trama: a la manera del prólogo de Huckleberry Finn, no hay que buscar ni moraleja ni motivo, ni buenos ni malos. Todos viven, todos pisan la línea. Algunos por desidia o desinterés, otros por resentimiento y otros porque no se terminan de dar cuenta de lo que hacen. Hasta la protagonista -con la que empatizamos- arma su gran movida final partiendo de una forma egoísta de ver las cosas.
Por último, me parece ver en ella (que no tiene nombre) a la protagonista del relato lispectoriano “Restos del Carnaval”, que estaba leyendo en ese viaje a Brasil.
Shakira
A Clarice Lispector
A la mañana estábamos tomando unas birras en la plaza con el Alejo y el Venado y a la tarde estábamos enterrando al Morci. El Alejo siempre decía que el Morci era el mejor perro del mundo. Después pasó ese auto, lo mató y no frenó ni para mirar.
Yo le gritaba Morci vení y venía. Sentate y se sentaba. Era mío pero un poco también de ellos. Lo lloramos mucho, le volcamos una botella entera en la tumbita. El Alejo estaba ciego del odio y además había visto el auto. Iba con un bull terrier francés, esos petisitos.
-Un pitbull francés -medio lloraba- pelotuda.
Yo también, capaz del shock, me quedé pensando en ese perro careta. Estaba vivo y el nuestro estaba muerto. El Alejo dijo que el auto era un Audi A4. Esa noche me dormí pensando en el Audi A4.
Íbamos con el Venado y estaba re denso, me empujaba, me tocaba el culo, tuve que pegarle dos piñas porque a la primera no captó. Yo justo pensaba en el Morci y lo vimos: el Audi A4. Nos quedamos un rato largo escondidos al frente, en el lugar entre dos camionetas. Al final nos rajó el dueño de una casa. Nos fuimos a la vuelta y cada tanto nos asomábamos a vigilar el auto. Mismo color, todo. Me empezó a hervir el corazón.
El Alejo cayó al toque, agitado, y se puso a analizarlo pero llegó una mina, se apoyó en la puerta del Audi A4, habló un rato por celular, se subió y se fue. Teníamos odio y rencor. El Alejo quería dársela a la mina. Yo también. Ahí empezamos a batir los barrios más top. Fuimos a Alta Barda, recorrimos el que está arriba del shopping, bajamos al río y nada.
-Seguro está en un country.
Había un par que se podía entrar por la costa pero en el primero casi nos detonan el ojete.
-Vos tarado -le dijo el Venado al Alejo-, haciendo huevadas.
Los guardias nos habían visto cuando el nabo del Alejo se metió a un jardín a agarrarse algo. Igual volvimos flotando por la orilla con pelota nueva y terminamos abajo del puente de la isla. Ellos llevaban los celulares con la mano levantada para no mojarlos.
***
Yo estaba cansada de la ciudad. Quería irme al interior. Volver al norte, a Chos Malal, de donde era mi abuelita, o algún lugar donde no te tiren los autos encima, un lugar para respirar el aire, esas cosas que me contaba ella. Salir y ver las montañas y la nieve, pasear, tener trabajo, tener perros como el Morci, ovejas, escuchar Shakira. Y no vivir con miedo. Y que no me pase más eso de acercarme a lo que me hace mal.
-Miren -el Alejo se había conseguido un carrito para tirar en la bici. Dijo que era para ir a todos lados y ver si podíamos agarrar el auto reputo.
Me encantó, el Alejo tenía esas cosas. Así que le buscamos unas ruedas. Empezamos a andar por ahí juntando latas, cartones, y al final nos terminamos ganando unos mangos.
En el rancho las cosas mejoraron un poco. Estábamos en un terreno que quedaba ahí nomás de donde empezaban las bardas. Había una construcción abandonada adelante y como diez lavarropas y no sé cuántas heladeras entremedio. Había yuyos, zapatillas, era alto basural. Atrás de todo, el rancho. Hecho bosta pero se podía vivir: yo hasta colgué un cuadro que rescaté. A veces encontraba revistas. También soñaba que los pibes no volvían, y algunas noches se me cumplía. Gracias a lo del carro, en una semana junté como dos mil pesos. Los tenía abajo de un lavarropas. Con la plata me pasó algo espectacular: empecé a tener planes.
***
Un día, de culo, lo vimos. Al Audi A4. Estábamos en la entrada de un country al fondo de la Obrero Argentino. Uno con paredes gigantes. Ni daba andar por ahí porque estaba cerca del barrio de los Pumas pero el Alejo había tenido una visión. Eso era el pegamento, le dijo el Venado, y nos cagamos de la risa, igual fuimos y al rato lo alcanzamos a ver.
Entonces empezamos a andar por ahí. Tuvimos un poco de lío con unos de los Pumas, les dijimos que nos habíamos perdido y tocamos. Los días que volvíamos íbamos bien pegados al río así no nos agarraban.
Y bueno, al final lo vimos llegar al Audi A4. De pedo. El Alejo se hizo el boludo y salió corriendo por un costado del country. Lo iba siguiendo desde afuera por unos círculos que había en el paredón para mirar el río.
-Ya sé dónde vive el hijo de puta.
Nos dijo que la casa del loco estaba bien metida para adentro. Me asusté mal. El Venado quería prenderle fuego el auto. Están en pedo, les dije. Tenemos que meternos al barrio, es una movida. ¿Pero no lo extrañás al Morci?
Le dije que nada me lo iba a devolver. Me pegó una cachetada. Que no me pase de pilla. El Venado ni saltó y esa noche dormí con el cuchillo agarrado. Se quisieron pasar de vivos y tuve que tirar un par de facazos. A mitad de la noche salí y me senté afuera. Dormí contra la pared y me levanté temprano, lista para irme. Unos chetos me habían matado al perro y mis amigos estaban re violentos. Ya no iba a llorar más.
Me pidieron perdón a su manera: hablando cosas dulces. Ni cabida. Estaba podrida. No me importaba, los acompañé, empujé el carrito, junté la misma mierda, todo bien.
-Eh, wacha, dale.
-Estoy bien loco, rajá.
Pateaba latas, piedras, medio sacada. Morfamos unos panes que al Venado le daban en una panadería piola. Yo no tenía ganas de nada, pero despacito fuimos esquivando los Pumas, encarando para el country, y cuando me di cuenta estábamos atrás.
-Me voy a la mierda. No me ven más.
El Venado me manoteó el culo y cuando me di vuelta el Alejo me arrebató el cuchillo. Venís con nosotros o te cortamos. Mirá que te vas a hacer la otra, el perro también era tuyo. Qué también hijo de puta, le dije, el perro era mío.
Se me acercó. Me dijo despacito, bien en la cara: acá las cosas se hacen así. Con la mirada se la juré. En silencio esperamos la noche y nos mandamos al paredón del country. Era muy alto pero entre los tres pudimos. Del lado de adentro el paredón era más bajito. Tremendo lugar. Césped, canchas de tenis, altas naves, luces en el suelo, (algo que yo no había visto nunca) y al final, como llegando a un bosquecito, el Audi A4 en una casa gigante. Nos escondimos atrás de un Jeep sin techo con una estrella en el capot y un bidón rojo que tenía sogas.
-Terrible Jeep -dijo el Venado.
La verdad que estaba buenísimo. Prendió la cámara del celular y encararon pero yo me distraje: frené y empecé a raspar una calco de un bulldog andando en skate. Enseguida me rescaté porque el quilombo me tiró para atrás, como una piña: una alarma empezó a hacer ruido y un montón de gente gritaba y puteaba. Los locos habían rayado todo el Audi A4 y le escribieron PUTO CHUPAPIJA con el chuchillo y le rompieron los vidrios y venían corriendo para donde estaba yo.
Me levantaron por el sobaco, a mil, era un quilombo. De bronca tiré un toscazo al voleo y le pegué a alguien. Salimos por el mismo lugar, nos raspamos subiendo, el corazón se me iba del pecho, casi nos matamos en la caída, quería decirles de todo pero les tenía miedo la verdad, en cada esquina flashaba girar para el otro lado y rajar para siempre al norte, a las montañas donde nacieron mi abuelita y mi mamá, lejos de esto, lejos del recuerdo de mi Morci pero en todos los tiros que me veían dudar me agarraban, es por vos tonta, dónde vas a ir sola, necesitás que te cuidemos, te queremos boluda, a veces te pasás de pilla pero te queremos cuidar.
Yo venía dura y cuando llegamos al rancho nos empastillamos. Me quisieron coger entre los dos. Les dije que sí pero que primero tenían que transar entre ellos. Me empecé a calentar pero se ve que ellos no porque el Alejo se sacó de encima al otro y me tiró una trompada fuerte en la oreja.
-Para que no te pongás tan ortiva.
El Venado también me vino a pegar pero lo frené de una patada. Les grité trolos de mierda y me mandé afuera. Sabía que no me iba a ir nunca de ahí. Por momentos parecía que estaba atada. Me tapé con unos diarios y pensé en las montañas con nieve y me quedé dormida y soñé con esa vida. Me levanté con el sol fuerte y mucha bronca. Entré y recuperé mi cuchillo.
Los desperté sin querer. El Alejo me quiso agarrar la pata, me zafé y salí. Me puse tensa con el cuchillo en la mano para esperarlos pero el Alejo gritó y y me tiré atrás de los lavarropas y se puso loco y el Venado le decía qué te pasa pelotudo, y el Alejo meta ayy ayy ayy:
-¡Mirá las visitas!
Se reían y yo me asusté. Gritaban somos famosos, video, Tik Tok, visualizaciones. Me di cuenta y empecé a temblar. Me llamaban. Querían festejar y me buscaban. Eran virales. Me hice más chiquita atrás de los lavarropas, me tapé con un cartón. Me quedé ahí. Gritaban fuerte pero yo ya había jurado que nunca más. Me acomodé el cuchillo en el cinto y saqué los ahorros de abajo del lavarropas. Extrañé a mi perro, porque antes cuando me pasaba algo malo lo abrazaba. Los otros me puteaban y gritaban que tenían muchos seguidores.
Empecé a arrastrarme hasta un rincón. No me quería mandar hasta la vereda porque podían verme y corrían más rápido que yo. Contra una pared meada me taré. Estaba entre correr a la vereda o trepar el paredón. Del otro lado había una casa con un montón de familias amontonadas. No tenían ni onda con nosotros, tenía que pasar rápido.
-¡Negra hija de puta!
Venía de adelante. Eran unos tipos bien vestidos, con musculosas y shores de florcitas. Había uno con la cabeza vendada: seguro había sido mi toscazo. Me trepé a la pared y me rajé el muslo con un clavo. Quedó carne enganchada pero renga y todo me seguí mandando, una vieja me puteó, los tipos de musculosa gritaban asomados desde el baldío. Manotié una remera.
Iba feliz, los chetos se mataban con los dos tarados y yo podía desaparecer tranquila. Me até el muslo con la remera, bien apretado. Hice media cuadra. ¿Qué les irían a hacer? Me olvidé todo lo malo y volví por la calle. Estaba el Jeep de la otra vez. Había una camioneta gigante: decía RAM. Las ruedas eran altas como yo, y me fui acercando. Tenían de todo: heladeras, sillas, parrilla, unos botes. Se habían metido en el baldío y puteaban a los pibes. En el Jeep estaba el pitbull francés. Tenía un collar de fierro, parecido al que sabe ponerle el Valentín a su perro, un pitbull normal. Los hace ver malos. Pero este era distinto, más fino. De los que se ven en internet. Entre los lavarropas se estaba armando goma porque los chetos agitaban. Eran varios. Qué suerte que los pibes eran picantes. Me asomé y los chetos eran tantos que tapaban el rancho.
Yo sé de miedo. Los chetos estaban cagados. Eran más pero se habían metido cuarenta metros en una boca gigante. Pasó una moto largando cortes y los hizo pegar un salto. Me reí mal y me vieron, por suerte los pibes justo contraatacaron y los chetos empezaron a cascotiar el rancho. Sonaban las toscas. Salgan negros de mierda. Hijos de puta. De todo gritaban. El pitbull francés me entró a gruñir. Yo le tenía muchísima bronca. Flashaba que el perro sabía que el Morci estaba muerto. Al fondo seguía la guerra. Los pibes gritaban. Mierda que iban a flaquear. Salí, salí, gritaban los chetos. Entre las dos camionetas estaba yo, rezando al pedo para que los pibes no pelaran los fierros.
El perro me gruñía y le tiré un cazote, que no le pegué. Escuché el primer corchazo y me tiré cuerpo a tierra. Decidí rajarme. Era el momento. El muslo me apretaba pero me la banqué. Agarré el perro, que era una perra, la agarré de la correa. Estaba atada así que le corté la correa con el cuchillo. La perra me tarasconeaba pero yo la llevaba colgando. Me fui tapando con la camioneta y, antes de irme para siempre, les tiré una heladera que tenían en la caja: se volcó y se le cayó agua, hielo, latas, carne, todo a la mierda.
-¡La perra!
Qué boluda. Corrí sin mirar para atrás, iba renga de las dos patas porque la otra me la había quemado pateando el escape de la camioneta. La perra pesaba pero yo iba rápido, con la sensación de que me iban a manotear el cogote. Hice unas cuadras y me escondí atrás de un conteiner gigante. La perra gruñía y me seguía tarasconeando, pero yo la tenía bien agarrada. Perra de mierda. La llené de basura, la froté contra la mugre, la hice vivir mal. Y también aulló y me asusté porque los chetos estaban patrullando. Ni pensé en los pibes. No me importaban. Cómo iban a ser tan pelotudos de subir el video al Tik Tok. Las camionetas frenaron cerca, los chetos enloquecidos gritaban algo que no entendí.
La perra me tiró un tarascón que me agarró cruda porque no le estaba prestando atención. La cacé de la correa y me gruñía mal. El collar decía APPLE y ahí me di cuenta: era lo que gritaban los chetos. El collar tenía la foto de ella y un teléfono. Qué nombre de mierda. Agarré el cuchillo y la miré. Yo apretaba los dientes del odio pero en vez de tajearle la nuca le corté el collar. Se ve que le gustó porque dejó de gruñir. Me tiré bien contra el conteiner. La perra seguía tensa y le dije:
-Quedate tranquila que nos comen.
Los chetos gritaban a pocos metros de nosotras. Estaban como locos. A un conteiner de donde estaba yo.
-Shakira. Quedate tranquila Shakira.
Se apretó contra mí, me lamió, me sonrió y no respondió ni a uno de los gritos que la llamaban. Le gustó llamarse Shakira. Mis enemigos se acercaban. Si me la daban, tenía como consuelo que se había hecho la boluda para quedarse conmigo.
Se podían oler los perfumes de los chetos. En diagonal al conteiner, cruzando la vereda, empezaba el basural, después un parque hecho bosta, después la villa y atrás la barda. Si podía meterme por el agujero de la alambrada no nos agarraban más. Le di a Shakira su primer consejo:
-Nunca te dejes manejar por giles.
La besé, la agarré fuerte y salí corriendo como nunca en mi perra vida.