Arcangela Sberna tiene la sonrisa de quien cumplió el sueño de su vida: terminar la secundaria y ser abanderada en el Centro Educativo Nivel Secundario N° 454 "Martín Miguel de Güemes" de Lomas de Zamora. “Si pudiera hablar con la niña que fui le diría, que lo logramos”, le dice a Buenos Aires/12.

Angie, como le dicen todos, está ansiosa y feliz. Este jueves 19 de diciembre no sólo termina sus estudios medios, sino que va a llevar la Bandera Nacional en el acto de graduación. Para ella, este reconocimiento es una herida que cierra 60 años después, ya que su papá no le dejó continuar después del primario. 

“Mi papá no me dejó, porque como todo italiano decía que la mujer tenía que ser de su casa y ocuparse de su marido y sus hijos, yo soñaba ser maestra pero no se pudo“, revela.

La experiencia fue, esta vez, completa. Se fue de viaje de estudios con su compañeros y cuenta que vivió “cinco días hermosos” en Córdoba. “Menos ir a bailar hice de todo”, asevera.

Hija de inmigrantes. Sus padres, José y Nazarena, llegaron al país escapándose de la guerra. Eran cinco hermanos que se instalaron cerca de Camino Negro, en Lomas de Zamora. “Vivimos en calle de tierra, conocí el barro, la zanja, la pobreza, pero con lo que teníamos éramos muy felices”, subraya.

Cuando comenzó la primaria, ni siquiera hablaba castellano. “En mi casa se hablaba sólo italiano y yo no entendía nada”, recuerda. Así y todo, terminó la primaria y hubiese sido abanderada, si no fuera por un hecho de discriminación que todavía la hace llorar.

“Decían que no podía llevar la bandera porque era italiana, algunos compañeros me decían 'tana muerta de hambre', por eso cuando me llamaron para decirme que iba a la bandera me emocioné tanto, porque sentía que me devolvían algo que le había sacado a esa nena de 11 años”, rememora. 

El curioso destino hizo que el patio de su casa diera al fondo de la Escuela 48, a la cual no podía ir por decisión de su padre. “Veía a las chicas pasar con sus carpetas ir a estudiar y yo no podía. Me dolía en el alma”, dice.

Si bien dice que con los años “entendió a su papá”, reconoce que se lo recriminó a lo largo de toda su vida. De hecho, se anima a imaginar que él también se arrepintió porque, cuenta, “con el tiempo fue cambiando”.

“Eso fue muy duro, pero fue un gran papá. Pude estudiar peluquería, costura y tejido, pero siempre dentro de casa. Él hizo lo que pudo en una época muy machista. Hoy por suerte los tiempos son otros”, dice y suma: “Me acuerdo continuamente de esa niña que quería estudiar. Era muy curiosa. Quería aprender de todo y lo hacía, aunque no pudiera salir de su casa, creo que si hablara con ella hoy le diría que lo logramos”.

Una vida de lucha

Madre de tres hijos, Marina, Cristian y Guillermo, que vive en España; abuela de cuatro nietos y separada hace dos décadas, el sueño del estudio se fue posponiendo por las obligaciones más urgentes. “Yo siempre dije que iba a hacer la secundaria pero después me casé tuve hijos, los crié, mi mamá se vino a vivir conmigo y se me fue postergando todo”.

Cuando fue mamá trató de criar a sus tres hijos con la libertad que ella no tuvo. Solo les pidió que estudiaran inglés, aunque otra vez la economía no ayudaba, pero ella se las rebuscaba. “Era el año 2001 y yo no tenía para para mandar a los tres a una academia. Así que hice un trato con la dueña: yo sería la peluquera de toda la familia y a cambio estudiaríamos los cuatro de forma gratuita”, puntualiza.

Después de la pandemia, y con sus hijos grandes, dijo: “Es ahora o nunca”. Aunque ahora la que se oponía era su mamá de 93 años. “Decía que la iba a dejar sola”, cuento.

Sin embargo, superó lo miedos propios de la edad y se puso a averiguar cómo era volver a estudiar luego de 50 años sin pisar un aula. "¡No sabía cómo eran ahora! Qué van a decir los chicos de una vieja estudiando", eran las cosas que se le pasan a la cabeza.

Pero se adaptó rápido y hoy camina por el Martín Miguel de Güemes mientras los docentes se acercan a saludarla y sus compañeros la miran con respeto y admiración. Ella para todas tiene escrita una carta personal, que guarda prolijamente en su cartera y entrega en mano. Lo primero que se destaca es su caligrafía perfecta y redonda, vestigios de tiempos pre informáticos. 

“Siempre me dicen que tengo linda letra, pero eso es porque yo me pasaba horas haciendo caligrafía, que en ese entonces se hacía con la pluma y se mojaba en tinta. Me acuerdo que me levantaba a las 6 de la mañana para que no me molestaran mis hermanos”, explica.

Y reflexiona: “Estoy muy orgullosa no solo por lo que lo logré, sino por lo que crecí en este camino. Siempre le digo a los chicos y chicas que saber te hace más libre, te hace aprender a no confiar de modo ciego. Se vienen tiempos muy duros y es mejor estar preparado”.

“Voy a estudiar inglés", cuenta horas antes de su graduación. "Ya averigüé todo, será en Banfield y en la próxima nota será porque terminé ese sueño”, adelanta con una sonrisa que no le cabe en su rostro.