Se cumplió un año del gobierno de Javier Milei. Resulta inevitable la disputa por la lectura del “relato” y el verdadero sentido de la gestión de la coalición de la ultraderecha mileísta, apoyada por la derecha macrista y "amigables" diversos, que votaron la Ley Bases y vetos a leyes a favor de universidades y jubilados; para terminar “en el mismo lodos, todos manoseaos”.
El presidente hizo su balance en cadena nacional ratificando el rumbo, resaltando el éxito del superávit fiscal, la baja de la inflación y del riesgo país. En un acto asimilable a una confesión religiosa declaró que “se ahorraron 15 puntos del PBI, para devolverle el dinero al sector privado”. Asume que les transfirió una enorme riqueza a los supermillonarios, quitándosela a los trabajadores, jubilados y una amplia gama de la clase media. Coronó su festejo citando a su admirado Luis XV de la Francia pre revolucionaria y su frase para los tiempos “Después de mí, el diluvio”. Concluyó destacando el “logro” de haber cerrado el Ministerio de las Mujeres, Género y Diversidad y el INADI, que definió como “aguantadero de militantes”, en afirmación de su campaña contra toda idea de participación ciudadana, asumiendo el rol activo de militar en fuerzas políticas, sociales o culturales.
El presidente declaró su decisión de sostener una acción ofensiva de gobierno, unida a su perspectiva de batalla cultural, a la que asume como determinante; sobreactuando su triunfalismo confiado en la continuidad del apoyo del establishment y la prensa dominante, más allá de algunos quejidos vergonzantes por sus exabruptos y violencias antirrepublicanas. Cierto es que otros sectores se muestran permeables a la presión ideológica sustentada en que se debe “ser realista”; consecuentemente hay que aceptar los “triunfos” del gobierno abonando las expectativas que aún conserva una parte de la sociedad, a pesar del franco deterioro de su nivel de vida. Esos progresismos difusos y adaptativos de cierta intelectualidad, siempre emergen en los momentos de reflujo del campo popular. Cuando triunfó M. Macri en el 2016, fue caracterizado como una “derecha democrática”; cuando su esencia ideológica y política era otra expresión derechista, antinacional y oscurantista, liderada por un millonario corrupto. Toda la maquinaria ideológica y propagandística se monta, como ya ocurrió durante el menemismo; en la sensación de alivio que genera la desaceleración de los aumentos de precios y la estabilidad en el valor del dólar, aunque muchos ciudadanos y ciudadanas jamás hayan visto un billete verde. Este esquema, usufructuado también por Martínez de Hoz y Cavallo es presentado como antesala de un 2025 promisorio, en el cual se recogerá la cosecha por el esfuerzo, soslayando que durante este año se “crearon” cinco millones de nuevos pobres, tres millones de indigentes, incluyendo niñas y niños que pasan hambre; tarifazos arangurunescos del 200% y 300%, llegando al extremo de insensibilidad humana y social de quitarle la gratuidad de los medicamentos a los jubilados, luego de apalearlos con la policía bullrichistas cuando protestan.
El gobierno escinde su discurso de la realidad que vive la mayoría del pueblo. El presidente “explicó” que el salario pasó de 300 a 1000 dólares. Afirmó sin rubor que la recesión terminó y que se evitó un brote inflacionario del 17000%. Pero hay más: el ajuste lo estaría pagando la maldita casta y ahora descubre que ingresamos en un plan nuclear, desconociendo su existencia desde el primer peronismo. Milei finaliza con una profecía poética: “se vienen tiempos felices” y “se asoma el sol esperanzador” del mejor gobierno de la historia. No solo vende espejismos ilusionistas, también afirma su cuestionamiento y ataque a los valores de igualdad de género, justicia social, humanismo y solidaridad, respeto a las diferencias culturales, a los derechos humanos y lo último, agresión simbólica y política a los inmigrantes. Aceptar esta narrativa está fuera de toda postura política y moral. El balance mileísta es tan temerario que el diario El País de España, en su versión web, tituló: “Balance del primer año de Milei: más popular que nunca, con cinco millones de nuevos pobres”. El sarcasmo es notorio.
En aplicación de su ideología punitivista, la dupla Milei – Bullrich bajó por decreto la edad mínima de portación de armas de 21 a 18 años, ejecutando una copia burda y peligrosa de los fanáticos pro libertad de armarse, proveniente de los ultraderechistas del lejano oeste, ahora modernizados a fuerza de trolls y doctrinas inspiradas en el nazi fascismo. Su resultado lo vemos en las masacres protagonizadas por tipos portadores de armas sofisticadas que compran en el almacén de la esquina. Esta creación tiene además otra marca antidemocrática muy riesgosa: se decide excluyendo al Parlamento, avanzando hacia un sistema autoritario fujimorista, sustentado en decretos y vetos. En suma, el mileísmo y el círculo negro del verdadero poder del gran empresariado, los financistas locales y de Wall Street, tienen motivos para celebrar, a pesar de la impactante derrota parlamentaria por el caso del senador corrupto tránsfuga devenido en libertario.
Para el campo del pueblo y la oposición se ratifica el reto de la hora: lograr la unión política y social con la máxima amplitud, interpelando a todo el arco partidario, cultural, social y sindical antimileísta. Se trata de convocar al pueblo a la participación, presentando un núcleo de ideas y propuestas que responda a las demandas emergentes de la actual crisis orgánica, económica, social, cultural, ecológica, o sea, civilizatoria. La mayoría de la ciudadanía empobrecida, las clases medias que intentan eludir e incluso disimular su bancarrota y pérdida de horizonte, los universitarios y jóvenes científicos que ya no tienen lugar en su país, la comunidad cultural vilipendiada; todos ellos no pueden esperar. Resulta imprescindible generar una alternativa política hacia el futuro con un sentido nacional, popular y progresista. Un plan democrático de emergencia nacional que priorice la transferencia de ingresos de las minorías beneficiadas durante décadas, hacia la parte de la sociedad que viene perdiendo ingresos y derechos sociales. Todo indica que resulta imprescindible un cambio de época sustentado en las identidades políticas, su experiencia histórica, amalgamada con la incorporación de las nuevas generaciones.