A veces pienso que podríamos hacer una genealogía de las músicas que escuchamos, que aprendimos, que cantamos, que dejamos de cantar, que absorbimos por decisión o a nuestro pesar, porque los oídos párpados no tienen. Me interesa mucho la relación de la música, las canciones y la memoria. La música me mantiene a salvo. A veces las canciones son salvavidas, sí. Otras parece que fueran amigues, amores o amantes que se presentan sin avisar o que decidimos encontrar. Otras veces, son la posibilidad de sensaciones nuevas o de viajar en el tiempo. Creo que si hiciéramos una genealogía personal de la música que fuimos escuchando a lo largo del tiempo, sería una buena manera de entender nuestro modo de sentir, de pensar, de imaginar y de actuar.

Desde hace mucho tiempo me pasa algo que deja entrever esta profunda relación entre las canciones y el inconsciente: estoy en una situación determinada y, sin darme cuenta, sale un pedazo de letra y melodía de mi boca. Algo que no decido simplemente se presenta, de adentro hacia afuera, ocupa el espacio y se deja escuchar, si no es que me doy cuenta antes y lo detengo, o lo dejo ser. Esto me deja al descubierto, en el peor de los casos, y en el mejor, pone en evidencia lo que estoy percibiendo de esa situación. O algo que quiero, que siento, que me gustaría decir y no digo, no sé exactamente. Pero algo revela y me gusta prestar atención a eso que hay ahí. Es una especie de oráculo íntimo, una especie de “lapsus” o “fallido sonoro”.

“Apesar de você/ Amanhã há de ser outro dia/ Eu pergunto a você onde vai se esconder/ Da enorme euforia/ Como vai proibir/ Quando o galo insistir/ Em cantar/ Água nova brotando/ E a gente se amando sem parar”. Hace unos días estoy por entrar a dar clases y, mientras preparo el mate en la cocina del teatro, me encuentro cantando “Apesar de você”. Rápidamente se acopla una de las chicas del grupo, y cantamos juntas, como se cantan estas canciones. El resto del grupo se acerca: quien no la conoce, sonríe, unos se balancean un poco, mueven el piecito, a otros pareciera que algo les suena familiar al oído y tararean partes de la melodía. Y así, de pronto, nos encontramos reunides en una pequeña cocina un jueves fin de tarde en Villa Crespo cantando este samba no escuro.

Mi relación con la cultura brasilera viene desde siempre. Mi mamá y mi papá, Vida y Osvaldo, se exiliaron en Río de Janeiro durante la dictadura argentina. En el año ’77 nació mi hermana Sheila y en el año 81 nací yo. Pasé mi primera infancia en esa “cidade maravilhosa”. Ahí la familia se amplió rápidamente, mis recuerdos son de una comunidad de argentinos y brasileros con los que pasábamos el tiempo, descubríamos e inventábamos la vida. Se armó una red, una familia que hasta el día de hoy existe y sigue creciendo. Acá y allá. En el año ’88 volvimos a la Argentina, dicen que una de las razones principales fue que mi papá extrañaba los adoquines de las calles de Buenos Aires. Algo de cierto seguramente hay, pero imagino que muchas otras cosas también se debían extrañar. Yo tenía 6 años y empecé primer grado en la escuela pública.

Tengo dos recuerdos de esta etapa que me dan ganas de traer. Iba a la escuela Adolfo Van Gelderen, ubicada en la Plaza Las Heras. Nos juntábamos con mi grupo de amigas durante los recreos y horas libres en un patio muy amplio al fondo de la entrada, y algunas veces armábamos clase de portugués. Les enseñaba mi idioma materno y extranjero con canciones, cantábamos y armábamos coreografías. En aquel momento, muy auge de la MPB, acá se escuchaba mucha música brasilera. De manera que esa extranjeridad que yo traía era abrazada por mis nuevas amigas y por esta nueva realidad en la que me encontraba. Ya tenía para ese entonces otro ritual con mi hermana cuando nos quedábamos solas en casa. Poníamos en el tocadiscos del living el vinilo de Chico Buarque, y lo cantábamos completo. Nos invadían emociones, sentíamos cosas que no entendíamos, nos reíamos, nos daba vergüenza, bailábamos y lo que hacíamos que más me gustaba, era justamente ir poniendo esas palabras en la boca. Agarrábamos las letras e íbamos siguiendo en voz alta esa poesía compleja y hermosa, política y plástica. Esos laberintos de sentidos, esas repeticiones de lo diferente.

La voz de Chico es única y singular (como toda voz). Es suave, dulce, encantadora y potente. Sus composiciones tienen algo que no puedo explicar. La relación de las armonías con las letras, en toda su complejidad, la simpleza. Sus canciones son para mí como un viaje y un llegar a casa. Chico es único y es múltiple. Una voz que remite a otras. Es como un amor que remite a otros amores, y se expande. Es un amor colectivo, un amor “parceiro”. Pienso en Chico Buarque y pienso en Bethania, en Gal, en Caetano, en Gilberto Gil, en Milton, en Elis, en Vinicius, en Jobim, en Paulinho da Viola, en Marisa Monte, y así podría seguir. Y me permito una deriva más. También pienso en Clarice Lispector y ese fragmento de Un aprendizaje o el libro de los placeres, un libro que me gusta tanto, donde aparece también el “A pesar de” como idea. Cito un fragmento: “A pesar de, se debe amar. A pesar de, se debe morir. Incluso muchas veces es el propio pesar el que nos empuja hacia delante. Fue un a pesar de el que me provocó una angustia que, insatisfecha, fue la creadora de mi propia vida”.

Esta canción que elegí, compuesta por Chico Buarque durante la dictadura en Brasil, representa una época, y también resuena en todos los tiempos. Y en este tiempo que nos toca vivir, esta canción me da la mano y me gusta decidir decir y cantar, casi como un mantra: “Amanhã vai ser outro día/ Amanhã vai ser outro día/ Amanhã vai ser outro día”. Y si lo hacemos juntxs, mucho mejor.

Gabi Saidón, como Ela Kam, forma parte de la banda de música Ela&Donna. En teatro dirige y produce junto a un grupo de amigas y artistas la obra Cualquier jardín es Rusia entera. En cine trabajó en Los delincuentes, de Rodrigo Moreno y Tú me abrasas, de Matías Piñeiro, que tendrá su estreno en Malba durante enero. Es docente en el Excéntrico de la 18 y coordina talleres de investigación escénica y sonora.