Y esta chica que
durante un ceremonioso paseo de abril
con su último pretendiente
de repente no pudo tolerar
el griterío disonante de los pájaros
ni la alfombra de hojas en el piso.
Afligida por todo ese ajetreo,
vio cómo los gestos de su amante alteraban el aire,
mientras caminaba errático
por una jungla repugnante de helechos y flores.
Le pareció que los pétalos eran un caos,
y que toda la estación estaba mal.
¡Cómo deseó el invierno!:
una estación puntillosamente austera en su orden
de blanco y negro,
hielo y roca, cada sentimiento dentro de un límite,
y la disciplina escarchada del corazón
exacta como un copo de nieve.
Pero todo eso –aquellas cosas floreciendo,
con la rebeldía y la fuerza para que sus cinco sentidos soberanos
aterrizaran en una confusión vulgar-
constituían una traición insoportable. Que los idiotas
den vueltas embobados en el pandemonio de la primavera:
ella se retiró con altura.
Y alrededor de su casa instaló
una barricada de púas y control
para detener aquel clima anárquico y sedicioso
y a cualquier hombre insurgente que quisiera cruzarla
a fuerza de insultos, trompadas, amenazas
o amor.
Este poema de Sylvia Plath forma parte del volumen Antología poética que acaba de publicar Interzona, con traducción de Cecilia Pavón.