En pleno 2024, lo anunciaron de la forma más intempestiva: con un flyer fotocopiado que recortaron con trincheta a las puertas del bar y repartieron ellos mismos en el concierto de una banda amiga. Pero la noticia por supuesto giró rápido por internet: por unos días, las redes sociales de un puñado de entusiastas se llenaron de fotos de esos flyer encantadores, nuevos, pero como salidos de otro tiempo. Luego, pusieron online las entradas en pre-venta y en pocas horas se agotaron. “¡Como los traperos!”, bromea entusiasmada Nina Suárez, de 23 años, que se presenta con una remera recién estampada de la banda, y que por estos días se prepara no solo para una, sino dos funciones consecutivas que celebrarán la reunión única de Sué Mon Mont, el último emprendimiento colectivo de su madre, que este año está cumpliendo diez años de existencia.

Nina es actriz, música al frente de su propia banda y la única hija de Rosario Bléfari, esa fuerza de la naturaleza, que desde los años ’90 y hasta su muerte en 2020 no dejó de entregar música, cine, literatura e inspiración general a la escena independiente argentina. Con una capacidad imponente para reunir personas y hacer colisionar mundos, no sería incorrecto decir que desde editoriales a bandas, pasando por pequeños sellos y objetos audiovisuales, le deben a Bléfari alianzas improbables e impulsos espirituales y materiales de todo tipo. Después de una aventura solista prolífica y exigente, que bordeó la decena de discos, Sué Mon Mont fue la primera banda que Rosario Bléfari armó después de Suárez, ese proyecto fundacional que surcó el fin del siglo XX abriendo camino para sonidos y formas de hacer fuera de la norma. Fue con esa misma simpatía por el presente y sus posibilidades –que ella usualmente izó como bandera a contrapedal de cierta nostalgia que empezaba a aparecer en su propia generación–, que la autora encaró una nueva banda mirando a la generación que la precedía. Un puñado de músicos jóvenes que a principio de los dos mil armaba sus propios sellos, vivía al margen de la capital y por tanto se mantenía en permanente movimiento, anunciaba sus propias fechas con sus propios dibujos, grababa sus propios discos y hacía de la autogestión también una declaración de otra vida posible.

En 2014 el proyecto quedó formado como una verdadera superbanda del indie de ese momento, con miembros de proyectos jóvenes que por entonces empezaban o ya estaban a las puertas de públicos en franca expansión: Gustavo Monsalvo de El Mató a un Policía Motorizado, Tifa Rex de Los Reyes del Falsete y Marcos Díaz de Bosques. “Me gustaba mucho el disco. Creo que es el disco de Rosario que primero me entró de una. O sea, como poder despersonalizarlo. Nunca pensé: ‘Esta es mi mamá’. Lo empecé a escuchar un montón y siento que ahora post pandemia es una banda que suena re joven, tiene algo muy fresco, muy arrollador también, va para adelante”, dice Nina Suárez, sentada en un café de barrio muy cerca del Parque Chacabuco, junto a su ahora compañero de banda, Gustavo Monsalvo, que agrega: “También tocar estas canciones es como redescubrir la genialidad de Rosario, ¿no? De los acordes que usaba, de las palabras que usaba, las métricas. Las escuchaba de nuevo en el ensayo y decía: qué talento”.

La banda  creada por Rosario Bléfari se presentó por última vez en 2019. Foto: Archivo.

UNA BANDA SIN PASADO

Nacida en medio de una vorágine con intención de oasis, como forma de desconectar de los proyectos oficiales y la intensidad que incluyen cuando además son independientes, Sué Mon Mont fue y es una banda pequeña con apenas un puñado de canciones –un disco homónimo y un EP llamado Contratiempo–, que se pensó para aparecer y desaparecer a voluntad de sus integrantes: por eso es, en algún sentido, eterna. Y la palabra retorno o reunión, apenas una formalidad. Es más, en algún momento Bléfari la describió como su banda sin pasado. Y tal como diez años después anuncia una fecha festiva de forma analógica en medio de la vorágine digital, en su origen Sué Mon Mont se empeñó por hacer las cosas bien a su manera, a veces a contrapedal: debutaron un día martes lluvioso, por ejemplo. Suicidio asegurado para cualquier banda más especuladora acorde a los tiempos. O hicieron un ciclo de miércoles consecutivos en el Imaginario, ya que ese es un día libre para las bandas por antonomasia. Además, le pusieron un nombre insólito y difícil de pronunciar, incluso para algunos de sus integrantes: a Rosario el nombre se le presentó en un sueño, aunque ella no hablaba francés. Y desde el principio, fue pensada a la manera de una compañía de teatro, que se junta a ensayar y crear intensamente, presenta lo suyo intensamente y se disuelve sin más hasta el siguiente proyecto donde todo vuelve a empezar. Resulta difícil de creer, quizás, pero un artista que ha convertido su artesanía en un trabajo, se relaja y se distiende haciendo lo mismo de siempre, pero por diversión. “Así ni ellos ni yo íbamos a sentir que nos estábamos embarcando en una cosa que había que remar y remar para llegar quién sabe dónde. Era vivirlo intensamente, pero acotado”, le dijo Bléfari a Página 12 hace exactamente una década. “Es genial que el proyecto tiene esa característica por sobre todo. Incluso eso: hay un integrante que ya no está y es como que el proyecto mismo, con su forma de ser, lo resuelve solo”, dice Nina Suárez, desde el presente.

El último concierto de Sué Mon Mont fue en 2019, durante esos días que estaban a punto de enrarecerse por la pandemia. Una Nina adolescente, que por entonces rapeaba, investigaba la guitarra eléctrica, tocaba covers de distintas bandas y se preguntaba cómo encararía un proyecto personal, cantó dos temas en el escenario. Su presencia ahora en la voz y la guitarra resulta una continuidad natural. Potencia y carácter podrían ser palabras que hermanan su voz a la de su madre, sin embargo son improntas bien distintas en la práctica. La suya es grave, profunda y expresiva. Uno solo puede quedar expectante sobre cómo será su interpretación y el ritual. “A veces uno ve a bandas donde están tocando los hijos de los músicos y decís, ‘Ah, claro, mira, está es la nueva generación’, pero yo no lo siento así con esto, yo tengo más afinidad con Nina que tiene 20 años menos, que con mucha gente de mi edad o de mi generación. Y siento que a Rosario le pasó un poco así con nosotros”, dice Monsalvo, que por estos días está celebrando también los 20 años del primer disco de El Mató con el Estadio Atenas de La Plata agotado tres veces.

Quizás esa franca colisión sea lo que define la eterna juventud de Sué Mon Mont, donde puede coexistir un flyer fotocopia y una preventa de internet con total organicidad, y tres generaciones diferentes pueden tocar naturalmente ese puñado de canciones tan simples y extemporáneas que parecen habitar un espacio indefinido en el tiempo. Desde entonces, de hecho, varias cosas cambiaron para todos sus integrantes. El Mató se convirtió decididamente en una banda masiva. Bosques acaba de estrenar nuevo disco, igual que Los Reyes, con sendas colaboraciones con Litto Nebbia mediante. Algunos, como Monsalvo, incluso tuvieron hijos y están a bordo de la vorágine natural de la vida. Aun así, cuando el periodista y productor Nicolás Igarzábal, un viejo entusiasta, les sugirió festejar el decenio de esa pequeña banda efímera, todos dijeron, francamente y sin pensarlo dos veces: sí.

CADA MOMENTO ES HISTÓRICO

Para Nina las cosas también cambiaron bastante. Pandemia mediante, y después de la muerte de su madre, ella tomó las riendas de su proyecto solista con un celebrado disco llamado Algo para decirte, para el cual también armó algo así como una superbanda con miembros de Cabeza Flotante y Bestia Bebé, con quienes no ha parado de tocar. En su último viaje a La Pampa, a la casa donde murió Rosario, Fabio Suárez, su padre, miembro fundador de Suarez, le anunció antes del retorno: “Me voy a quedar aquí”. Entonces Nina, ahora también heredera de los objetos de su familia –con todo el ludismo que uno pueda imaginar– ,volvió sola a Buenos Aires y al mando de una vida que mezcla a la vez memorabilia y actualidad, todos los tiempos en el tiempo, todo a la vez. “Me compré un arbolito chiquito de navidad y me puse los CDs ahí. También puse la guitarra, los pedales, dejé todo conectado como para siempre poder ensayar un poco. Tengo el disco de Sué Mon Mont ahí con el arbolito y pensaba como que todo esto le escapa un poco a todo lo del mundo moderno y de las redes. No sé, como que estas cosas analógicas, el arbolito, el CD, la guitarra, verlos a ellos en la sala y en el bar como que me hizo re bien”, dice Nina, acaso el manifiesto de ese mundo posible que comparte con los suyos: el festejo de lo pequeño y de lo bello, del hacer.

“Hay un escrito que siempre se comparte de Rosario que en una parte dice algo como ‘seguir con tu proyecto aunque todo el mundo lo considere un fracaso’. Eso para mí es genial, es hermoso. Es como muy romántico, ¿no? Darle para adelante. ¿Cuál es el problema? Defender tu proyecto”, dice Monsalvo. “Qué lindo. Además, sí, es como hacer algo que valga la pena. Para mí siento que vale la pena vivir y crear y hacer, incluso cuando en el momento piensas que no le va a importar a nadie. O sea, esas palabras que dejás están ahí y siguen existiendo después de vos”, dice Nina, con un optimismo que visto en estos tiempos resulta francamente radical. Efectivamente, el texto se difunde mucho todos los años y parece un manifiesto de una forma de ver la vida que para muchos tiene sentido. Bléfari lo escribió y lo posteó en sus redes el mismo año que fundó Sué Mon Mont, quizás, valga la pena recordarlo una vez más. Dice Rosario Bléfari sobre el presente: “Siempre tengo la sensación de que cada momento que vivimos es histórico, de ahí la importancia de estar en el presente, ir a recitales, encontrarse con amigos, leer a los escritores que viven, ir al teatro, ver las películas que se estrenan, escuchar los discos, hablar con las personas, recorrer la ciudad caminando, ir a una marcha, presenciar una sesión del congreso, hacer un trámite, ir al mercado, tener un proyecto y llevarlo adelante como sea, aunque alguien lo considere un fracaso, participar en lo que sucede, como sea, estar, vivir lo contemporáneo, sin nostalgia, es lo mejor incluso para cuando nos pregunte alguien si tenemos algo que contar”.

Sué Mon Mont se presentan el sábado 28 en La Tangente, Honduras 5317. A las 20 y 22.30.