Analía Couceyro empezó a actuar a los 14 años. Desde entonces, buena parte de su producción orbita alrededor de la literatura. Como directora de teatro y performance suele trasponer materiales literarios a espacios no convencionales. En Tanta mansedumbre –versionada, actuada y dirigida por ella misma– homenajeaba a Clarice Lispector e invitaba al público a tomar una taza de té en la intimidad del viejo Sportivo Teatral; El rastro, dirigida por Alejandro Tantanian, adaptaba la novela homónima de Margo Glanz y desplegaba su relato en la terraza del Malba; El nervio óptico recuperaba ensayos de María Gainza y proponía un recorrido por el Museo Nacional de Bellas Artes guiado por siete actrices; Nada de carne sobre nosotras da vida a las voces narradoras de los cuentos de Mariana Enriquez junto a Ariel Farace, Rocío Domínguez, Susana Pampín y Lisandro Outeda en el Cementerio de la Chacarita.

En 2022 publicó La edad justa (Documenta) junto a la fotógrafa Valeria Sestua y Dientes de lata (Chirimbote) en colaboración con la ilustradora Celeste Geretto; también participó de El libro de las fobias (Vinilo) con varixs autorxs. Yendo (Emecé) es su primera novela y, en diálogo con Página/12, cuenta que empezó como "un poema largo" pero fue mutando a partir de "la pulsión de la protagonista, su voz fue ganando terreno y empezó a imponer ciertas obligaciones narrativas". Se trata de una mujer casi menapáusica que toma decisiones extremas: deja de comer, corta lazos con su madre y se entrega a la adicción de espiar conversaciones ajenas en el transporte público.


–¿Cómo se te ocurrió ese vicio?

–La llama que encendió todo empezó textualmente como en el caso de la protagonista. El mundo está lleno de información. Depende cómo está una y en qué momento llega para conectarla con algo. Estamos en una época tan saturada de información, tan abierta, tan poco íntima, que al viajar en transportes públicos te das cuenta de que la gente escucha audios a todo volumen, habla por teléfono de cualquier cosa, se expone. Al mismo tiempo, eso mismo nos lleva a estar en una burbuja entonces hay poca relación. Ahí encontré un anzuelo y me pregunté qué pasaba si tiraba de ese hilo. El personaje deja de tener vida propia para dedicarse solamente al espionaje.

Couceyro piensa el arco del libro y señala que "al principio hay algo más gracioso y divertido y, si bien no pierde el humor en ningún momento, se va poniendo cada vez más denso". Cuando comenta la trama, muchxs se sienten identificadxs con esta compulsión un poco chusma. Yendo apuesta al verso diverso y al collage de textos en los que no sólo aparecen los chats robados sino también los intereses literarios de la protagonista. Ella se muda a Floresta y debe tomarse varios colectivos para llegar a su trabajo: una muñeca gigante instalada en La Rural que reversiona el proyecto original de los años '80. "Para mí era importante que tuviera un trabajo rutinario y con poca sociablidad, uno que le permitiera abstraerse del mundo. El universo de la muñeca apareció porque mientras escribía me daba cuenta de que el cuerpo era un tema central".

–Se actúa con el cuerpo pero también se escribe y se lee con el cuerpo. ¿Cómo te vinculás con eso desde este nuevo rol?

–Fue todo un descubrimiento. Durante el proceso hubo muchas horas dedicadas a la escritura y fui encontrando un espacio, una escena nueva para mí. Es un lugar de mucho placer donde se llega a grados de euforia muy importantes, un lugar que a primera vista no está tan vinculado con el cuerpo porque muchas veces se ve como algo más racional. Creo que escribo desde la actriz porque es difícil escindir una cosa de la otra. Son formas de ver el mundo y de buscar poéticas propias.

En la novela hay varias referencias literarias y cinematográficas, pero una de ellas funciona como hilo conductor: El carterista (1959), de Robert Bresson, definida por el director como "una película de manos, objetos y miradas". A su modo, Yendo también es una novela de manos, objetos y miradas. Las manos de las víctimas tecleando emojis y los ojos atentos de la espía están todo el tiempo en primer plano; lo que roba son palabras, cachitos de diálogos que luego se dedica a transcribir en sus largos viajes. "Hay algo con lo que me identifico profundamente. En un momento el personaje dice: algún día hablaré solo con palabras ajenas. Todos tenemos un millón de referencias, pero siento que los textos se me aparecen de una forma muy vinculada a mi trabajo, por haber aprendido tantos textos de memoria y por mi rol de lectora".

Analía lee vorazmente, subraya, asocia, linkea, toma notas y va armando sus propias constelaciones literarias. Para la escritura de esta novela volvió a ver la película de Bresson y regresó a muchos de sus textos: "Es un director increíble y tiene libros extraordinarios, dice cosas que son muy conmovedoras hoy". El robo es un eje central en la trama: robo como apropiación de la ajeno, cita o traducción de un universo. "Eso tiene que ver con la actuación: actuar es robar pero también es elegir con qué quedarse de la realidad, circunscribir. Uno no roba cualquier cosa. ¿Qué es lo que van a buscar los ladrones? Cualquier proceso creativo se trata de observar y elegir", subraya.

Hay rituales de actuación y rituales de escritura. Cuando se le pregunta por esa liturgia, Couceyro dice que sigue descubriéndose en esta nueva faceta y describe el proceso en función de la "voracidad" y una gran "avidez". Hasta 2023 pensó el texto como un largo poema, pero el impulso narrativo fue capturándola de a poco. De pronto empezó a llegar tarde a algunos lugares por culpa de la escritura y se encontró enviando notas de voz o garabateando ideas en el transporte público, como su protagonista. A la hora de definir su creación, asegura: "Siento que este libro es muy yo. Cuando iba a salir me dio bastante ansiedad y un poco de miedo la exposición, pero no tiene que ver con lo autobiográfico –aunque por supuesto hay algo– sino con la voz. Siento que como escritora encontré una voz que es muy mía".

En relación a la actual coyuntura, la actriz opina que "hay un nivel de tragedia absoluta" y remarca el vaciamiento en distintos sectores: "Lo veo en la cultura porque soy actriz, lo veo en la educación pública porque soy profesora de la UNA, mi papá es jubilado, mis hijos van a la escuela pública. En todas estas áreas hay horror y devastación, el panorama es espantoso. En el sector cultural, la economía está tiñendo todo lo que se hace, entonces es muy difícil sostener el teatro independiente. Las editoriales y librerías pequeñas la están pasando horrible, el cine ni hablar. Al mismo tiempo, creo que son espacios de resistencia y encuentro que se vuelven imprescinbibles. Cómo vamos a seguir es algo que tenemos que pensar. No es terrible solamente por cómo estamos viviendo sino porque hay un montón de gente que sigue sosteniendo esto, se habilitó un modelo de pensamiento que es bastante terrorífico. Sin menospreciar al que piensa distinto, es necesario imaginar de qué manera el arte puede facilitar un diálogo nuevo".