A fines del mes pasado, cuando inicié esta columna, describí –entre otras cosas- el vértigo que sentía cada vez que salía a la calle: esa impresión de atravesar una zona de guerra, con natural estado de alarma. Retomo ahora esas imágenes porque, días después de la publicación, una amiga me envió una captura de pantalla de la nota, con dos palabras subrayadas en rojo: campo minado.
Enseguida, nos llamamos, hablamos. La escucho. En una pausa, la asociación libre me deja pensando en un tema de Juanes: “Fíjate bien dónde pisas/fíjate cuando caminas/ No vaya a ser que una mina/te desbarate los pies”. Ella dice que las derechas, acá y en el mundo, no piensan en las diferencias, que con ellas hay más obstáculos, más campos minados. ¿Será así? Tarareo la canción: “fíjate bien dónde pisas”. Y busco respuestas. Mi propia experiencia me dice que sí, que la expulsión en los grandes centros urbanos está a la orden del día y que las derechas globales excluyen a las mal lamadas minorías.
Transitar el territorio
Hago un repaso de las barreras urbanas. Viajo mentalmente a una antigua clase de secundaria, a la Constitución Nacional. Y en el presente, encuentro la interferencia, lo que me hace ruido. Porque, ya se sabe, del dicho al hecho hay un trecho largo. En el artículo 14 se asegura que “todos los habitantes de la Nación” gozan, entre otros, del derecho (…) de entrar, permanecer, transitar y salir del territorio argentino”. En ese universal, en ese todos (todas, todes) los habitantes, también estamos las personas neurodiversas, con diversidad funcional, en situación de discapacidad, les adultos mayores.
Lo asumo porque es tan hermosa, tan necesaria nuestra Constitución, lo asumo y enseguida pregunto: en ese universal, ¿estamos todxs? , ¿podemos transitar , salir y permanecer en el territorio? Para permanecer, tenemos que llegar ¿podemos? Desde la práctica diría que no. Pienso, casi automáticamente, en las políticas a medio hacer. Las bicisendas, por ejemplo. Favorecen el medio ambiente, sí. Cuidemos nuestra casa, porque el cambio climático existe. Ahora, ¿qué pasa cuando quienes no nos movilizamos en bicicleta necesitamos subir o bajar de un vehículo de ese lado ecológico de la calle? ¿por qué no hay una señalización, un protocolo, para propiciar la convivencia entre lxs disca y los ciclistas? De nuevo, pienso en políticas a medio hacer, como las cebras con relieve que facilitan la vida de las personas no videntes. Celebro eso, muchísimo.
Sucede que las mismas cebras traban los pies de quienes no tenemos una marcha estándar ¿qué es lo que impide pintarlas a la mitad, para que todes podamos ir y venir? Insisto, políticas a medio hacer, como el metrobús, que agiliza los tiempos de las grandes masas, pero deja afuera a quienes tenemos dificultades para atravesar grandes distancias ¿Por qué no establecer sistemas de transporte, planificaciones urbanas integrales que no expulsen a nadie de la ciudad? La CABA y las grandes metrópolis son, para les disca, para les adultos mayores “trampas mortales”, entornos hostiles, laberintos más complejos que los borgeanos. Todo parece indicar que mi amiga, la del subrayado rojo, tiene razón, y que las derechas, en lugar de quitar obstáculos, los siembran.
Llego a este punto y no quiero basarme sólo en mi experiencia. Mi vocación periodística me pide más fuentes, más voces para trazar un mapa desituación. Entonces, llamo, navego, consulto. Y doy con una fundación y con dos mujeres que tienen mucho para aportar.
Enorme retroceso
Primero, María Rodríguez Romero, coordinadora del políticas públicas en la Fundación Rumbos y encargada del programa de veredas explica que, en 2002, se incorporaron cuestiones de accesibilidad en el código de edificación de la ciudad de Buenos Aires. “Eso se vivió como un gran logro de las organizaciones de personas con discapacidad que pugnaron para que así fuera”, dice a Las12. Sin embargo, la actualidad es distinta. “Hubo un retroceso enorme con la sanción del nuevo código de 2018, que carece de enfoque social acorde con la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad. Este código reduce las dimensiones de las viviendas mínimas, a 21 metros cuadrados, y elimina la obligatoriedad del bidet entre otras cosas. Todo eso hace que las personas en silla de ruedas no puedan acceder a ciertos espacios”.
Ese mismo año también se sancionó una ley de subtes, la ley 6132 que permitió postergar por 20 años la obligación de eliminar las barreras arquitectónicas de la red de subtes de la ciudad. Rodríguez Romero remarca que las modificatorias “son un claro retroceso. En estos años del Pro en la ciudad, el espacio público se controla menos, los polos gastronómicos invaden el espacio público y dificultan la transitabilidad, los materiales utilizados para arreglar las veredas son de mala calidad, se hacen arreglos de espacios que no los requieren, zonas de empedrados y la falta de planificación hace que la CABA sea discapacitante. La normativa tiene que mejorar y acompañar los cambios sociales, pero en lugar de eso, las obligaciones se van diluyendo, son más laxas, se instalan como simples sugerencias y todo queda en el plano de las intenciones.”
Romper con una visión equivocada sobre la discapacidad
En la misma línea, Nora Lucioni –Doctora en Geografía, Profesora eInvestigadora Instituto de Geografía de la UBA, reflexiona sobre una serie de trabajos de campo de gran utilidad al momento de marcar accesos y obstáculos en la ciudad. “El propósito de seguir propiciando los relevamientos sobre accesibilidad urbana en el marco de las dos cátedras a mi cargo, sobre Sistemas de Información Geográfica de la carrera de Geografía de la UBA junto a Rumbos y al Programa de Discapacidad es para romper con una visión equivocada que la sociedad tiene sobre la discapacidad”. Inmediatamente agrega: “En cada operativo los estudiantes constatan de forma explícita que la ciudad es la ‘discapacitante’ y no el individuo con su ‘limitación’.
Para ello, a través de la elaboración de cartografía digital interactiva logran exhibir y visibilizar los problemas presentes en la vía pública. Esto no solo atañe al mobiliario urbano y vial sino también a las normas que la legislación impuso de manera equivocada. Específicamente, la responsabilidad principal de la construcción, mantenimiento, reparación y reconstrucción de las veredas, compete al propietario frentista. En otras palabras, los ciudadanos quedamos expuestos a que la apropiación del espacio público esté librada a decisiones arbitrarias de un privado.
Particularmente, a la generación de nuevos obstáculos sobre las veredas que impiden el libre paso de peatones, especialmente a los que tienen movilidad reducida. Las veredas son parte del espacio público y como tal, el Estado debe garantizar la accesibilidad segura sobre el mismo. Tras escuchar a María y Nora, vuelvo al mensaje de mi amiga, al subrayado rojo, a los gestos que son insuficientes si no se reflejan en los hechos. Para que seamos bienvendxs, como rezan ciertos slogans, la CABA podría replantear varios aspectos de su planificación urbana, todas las ciudades del mundo deberían hacerlo, para que transitar sea un derecho que todas las personas, también las diversas, podamos ejercer libremente, de verdad y no en el terreno de la fantasía.