Cuando a los 11 años cantó por primera vez en un acto escolar, algunas madres y padres que la escucharon se acercaron a los suyos para insistir en que la mandaran a estudiar música. “Fue un momento clave”, revela hoy Marina Wil. La canción en cuestión era Honrar la vida, de Eladia Blázquez. “Tener que cantarla y entender la letra a esa edad me conectó con algo profundo como el valor de la vida y lo que significa comprometerse con ella”, señala.

A partir de ahí, comenzó a formarse con una maestra que le abrió las puertas “a músicas que iban más allá de lo que sonaba en la radio”. Terminó la primaria y con la adolescencia en puerta, empezó a estudiar piano. Ese recorrido marcó un antes y un después en su forma de componer: “Si bien escribía canciones desde chica, el piano me dio un lenguaje musical más amplio y herramientas para expresarme”. Porque la expresión -o poder expresarse desde sus canciones- es para Marina un eje con muchos significados. Vuelve a aquel acto escolar: “Fue importante. Yo era una nena súper emocional, muy pendiente del mundo de los adultos, y esa canción me pegó fuerte”. 

Canciones chispa

A los 13, fue a cantar a Asia y en el avión, uno de los músicos le mostró todo el disco Peperina, de Serú Girán. Cuando escuchó Cinema Verité, fue como estar frente a un umbral para la composición, quería intentar llegar a ese lugar, por la letra, por la melodía y la armonía de esa canción. Otra canción increíble que descubrió en ese vuelo fue The Great Gig in the Sky, de Pink Floyd. Marina se dio cuenta de que quería cantar pero también soñaba con componer. Fue una etapa de total descubrimiento. Había encontrado en la música un lugar de pertenencia: grababa, tocaba, estudiaba durante horas, descubría cosas nuevas. “Era mi gran conexión con la vida y me fascinaba dedicarle tanto tiempo”. En la escuela secundaria, era ‘la cantante'. "Me la pasaba cantando. Tocaba en todos los actos con la banda que teníamos ahí y gracias a esos chicos, que eran más grandes que yo, empecé a tocar en eventos. Me invitaron a trabajar con ellos, así que empecé desde muy joven”. Su primer demo, un dúo de bajo y voz, lo grabó por esos años con su amigo “y gran músico”, Andrés Rot.

¿Qué te interesa explorar en tus canciones?

--Las emociones que tienen que ver con el amor y el desamor, pero desde un lugar más sutil. Me gusta escribir sobre esas sensaciones que a veces son difíciles de explicar: la pérdida de lo que parecía seguro, el vértigo de una despedida, la sensación de buscar algo que no sabés qué es. Me gusta escribir canciones que conecten, que emocionen, que puedan mover cosas profundas.

¿Tenés una sistematicidad en ese trabajo?

--Depende de la época. Hay momentos en los que me obligo a componer, como si fuera una forma de hacer gimnasia creativa. Suena poco romántico decirlo, pero es parte del oficio. Y hay otros momentos donde nacen las canciones que más me conmueven y que más conectan con la gente. Como “Faldera”, por ejemplo, que salió hace poco. Esas canciones brotan desde la emoción más profunda, como estar en mi casa, muy triste, y pensar: ¿Qué hago con esto? ¿Cómo salgo de esta? Ahí voy al piano y dejo que salga la emoción, los acordes, la letra improvisada. Después, ya desde un lugar más lúcido, le doy forma y se transforma en una canción que puedo compartir.

Los recorridos y devenires de sus canciones representan un tema esencial en su proyecto musical. La emoción de las personas que la escuchan se percibe en cada show. “No es que todas mis canciones sean tristes o baladas, pero creo que hay algo en la combinación de esas baladas y mi voz que genera un impacto”, dice. Esa afectación que produce en quien la escuche es un misterio para Marina aunque sí sabe que las canciones que nacen de las emociones son las que más conmueven. “Lo más importante es que lo que hago conecte de verdad de cada uno, que genere emociones y deje algo resonando”.