Confuso es un adjetivo comodín que se aplica a todo aquello que desconcierta, que incomoda, que cuesta comprender. La “colorada” nunca cultivó una escritura liviana y ligera, a pesar del hastío que le provocaba que varios editores le dijeran que sus novelas no se entendían. No amainó su deseo literario ese sistemático rechazo editorial,  en un mercado que suele mirar con recelo o suspicacia proyectos excéntricos, a contracorriente de lo esperado. Ganar el Premio Herralde de Novela con Clara y confusa para la escritora chilena Cynthia Rimsky es un pequeño acto de justicia; un espaldarazo y reconocimiento a una autora exquisita, con una obra sólida que fue decantando un estilo, un tono, una voz reconocibles.

El narrador de la novela, que ha empezado a trabajar como plomero, se enamora de Clara, una artista conceptual que sufre porque no la reconocen sus pares, no la invitan a las inauguraciones, los críticos no escriben de su obra, no la llaman a exponer. Los misterios del amor y los códigos del arte se van enlazando bajo la mirada enamorada de un plomero que va descubriendo los turbios manejos de la cúpula del gremio en el que acaba de ser admitido. 

Rimsky (Santiago de Chile, 1962) le saca punta al lápiz de la ironía en su último libro, algo que no es una novedad en la autora de Poste restante, La novela de otro, Los perplejos, Ramal, El futuro es un lugar extraño, Fui, En obra, La revolución a dedo, La vuelta al perro y Yomurí. La escritora chilena vive en Argentina hace doce años. Primero estuvo unos años en la ciudad y luego se fue a Azcuénaga, un pueblo pintoresco de poco más de 300 habitantes, situado en el partido de San Andrés de Giles, en la provincia de Buenos Aires.

La confusión como virtud

-El narrador de Clara y confusa dice que para escuchar antes hay que aprender a desescuchar. ¿Cómo fue escribir esta novela? ¿Tuviste que desaprender a escribir novelas?

-Sí, en el sentido que es como desconectar la lógica de lo que viene a continuación. O sea, planteas una situación y al tiro te vienen algunos caminos lógicos a seguir. Tenía que encontrar otro camino que no fuera un camino realista y quizá eso es lo que más me gustó de la novela: la idea de imaginar, de abrir caminos de ficción que pudieran plantear otras formas de entender las cosas. O sea descomprender para poder comprender de otras formas; que la ficción o la literatura sirva para descomprender las explicaciones lógicas.

-¿Qué pasa con el mundo de la literatura? ¿También sentís que no querés que te identifiquen con ningún grupo o corriente, como le pasa a Clara como artista?

-Más bien lo que he hecho es un camino propio o un proyecto que ha sido una historia bastante difícil, en el sentido de ir abriendo espacio a una escritura que es un poco diferente. Hay muchas escrituras diferentes y esta sería una de ellas. Lo más difícil ha sido cómo construir un público y una forma de leer mis libros.

-¿Por qué fue difícil? ¿En qué sentido te costó?

-Al principio las editoriales rechazaban mis libros porque decían que no iban a encontrar lectores o que no se iban a vender o que eran difíciles de entender, que requerían otro tipo de público. Un editor argentino me dijo sobre mi anterior novela (Yomurí) que era confusa. No era la primera vez que me decían lo de la confusión. Y pensé: ¿qué pasa si la confusión no es un defecto? ¿Qué pasa si la confusión es una virtud, que implica otra forma de leer, que implica una literatura sin explicación, una literatura que te remite a otro mundo que no es el mundo real, donde no tienes que identificarte?

-Esto de la confusión tal vez tenga que ver con el trabajo con la lengua y el lenguaje que hay en tu escritura, que no sigue el camino de la transparencia, sino algo más cerca de lo barroco, ¿no?

-No sé si de lo barroco, pero sí de dejar las cosas más abiertas a que cada uno comprenda. Me han llegado algunas lecturas del libro y me han sorprendido. No hay uno que diga que entiende lo mismo que el otro. Uno pesca la historia de amor, otros otras cosas. Cuando me preguntan de qué trata el libro, me es tan difícil responder... No tengo idea de qué trata. A mí no me interesa escribir sobre lo que pienso. ¡Qué aburrido, me aburro de lo que pienso! Lo que me interesa es descubrir nuevas cosas. Escribo para descubrir, no para decir lo que pienso.

"La realidad es inexplicable"

-Una de las cosas que aprendió a su lado, dice el narrador respecto de Clara, es que el trabajo de un artista no es su obra, sino que la manera en la que vive produce la obra. ¿Esto es aplicable a los escritores?

-Esta idea surgió de la lectura de los diarios del director de cine Raúl Ruiz. En sus diarios no habla mucho de cine, sino que cuenta el recorrido que hace para comprar trufas, o cuando va a comprar un libro a los anticuarios. Los cinéfilos que lo van a leer se van a sentir un poco decepcionados (risas). Ahí fui entendiendo que él vivía creativamente. Lo que se ha estado perdiendo es la creatividad y la imaginación; estamos en un mundo donde lo real, los datos, la información están apostando a la polarización; no hay un camino intermedio. Vivimos en un mundo que te exige claridad, pero esa claridad es de una opacidad increíble porque nadie entiende la realidad. Me acuerdo cuando me invitaron a un festival en Italia y se cumplía un aniversario de la muerte del presidente (Salvador) Allende. Entonces me preguntaban, ¿qué pasa en Chile que hicieron una nueva Constitución, después hubo un plebiscito y la rechazaron? Yo explicaba que todo se hizo para no seguir viviendo con la Constitución de la dictadura, pero es la que sigue estando en Chile. Yo hago literatura porque la realidad es inexplicable.

-¿Por qué la confusión es el signo de estos tiempos, como se plantea en la novela?

-Creo que seguimos viviendo en el tiempo de la lógica aristotélica a pesar de las grandes corrientes de pensamiento que vinieron después. De alguna manera seguimos pegados a la lógica aristotélica, una lógica que ya no puede dar explicaciones. Lo que puede funcionar es el azar, la casualidad, la mezcla, el pastiche, pero no la lógica.

En la novela ganadora del Premio Herralde aparecen los famosos pastelitos de Doña Petrona. En todos los libros de Rimsky hay recetas de comida. “Me parece que la literatura tiene que ver con la cocina, la idea de la transmutación de los elementos, de los materiales. La literatura es pura materialidad; trabajo con las palabras como si fueran zanahorias que las corto, las pico y hago el revuelto”, revela la escritora chilena y su mano derecha deviene un cuchillo imaginario que corta y pica en el aire ese vegetal alargado de color naranja, con alto contenido de vitaminas y minerales.

-¿Escribir y cocinar van de la mano?

-Sí. De hecho, cuando termino de escribir, cocino y pienso en lo que he estado escribiendo. Me interesan mucho los objetos. Mi libros están lleno de objetos que voy manipulando para construir otra cosa. Y la cocina es eso, ¿no? Me interesa trabajar por capas y que los objetos vayan perdiendo su condición real y se transformen en otra cosa.

"Argenchilena"

-En la novela aparece una figura compleja, una crítica de arte que tiene a maltraer a Clara. ¿Qué importancia tiene la crítica hoy?

-Los críticos no tienen el poder que tiene Renata Walas en la novela. En Chile existió la idea del crítico único, siempre es uno el que levanta o baja el dedito a (Raúl) Zurita, a Diamela Eltit, a Guadalupe Santa Cruz. Creo que acá es distinto.

-¿La figura de Renata Walas como crítica es más representativa de la cultura chilena que de la argentina?

-Sí, pero la novela es “argenchilena” porque tanto en el lenguaje como en las situaciones y los personajes hay una mezcla y combinación de elementos chilenos y argentinos. A veces me preguntaba qué pongo: bondi, bus o micro; qué coloco: chaqueta o campera. Iba viendo lo que sonaba mejor.

(Imagen: Verónica Bellomo)
 

-Al final de la novela emerge una discusión sobre el lugar de la vida y el arte. El narrador dice que un arte que se pone en el lugar de la vida no es arte. ¿Cómo analizás esta cuestión?

-Hay una cuestión delicada que es cuando lo personal o autobiográfico tal como es se pone literalmente en la literatura. Hay toda una rama de la literatura que está muy afincada en la idea de la autoficción, “la escritura del yo”, donde se te muere la madre y a los dos meses tenés el libro sobre la muerte de la madre o rompiste con el novio y a los tres meses tenés el libro sobre la ruptura con el novio. La literatura merece no solamente un tiempo sino un proceso alquímico para que no sea solo tu experiencia personal. No todo lo que te pasa en la vida es literaturizable, hay que esperar a que eso decante.

-¿De dónde surgió esta definición que hace el narrador: que “el arte es un perro herido que no para de llorar”?

-Yo estaba de vacaciones en el Mar del Sur, caminando. Mar del Sur tiene un suelo de piedra y en los jardines no crece prácticamente nada y vi a una madre y una hija con unas palitas mínimas tratando de hacer un agujero y adentro de la casa encerrado había un perro que estaba todo el tiempo llorando. Me pareció alucinante que ellas estuvieran afuera haciendo algo imposible con el perro llorando adentro, en vez de estar ellas adentro protegidas del sol y el perro afuera. Después me fui a la plaza de Mar del Sur, donde estaban festejando el Día de la tradición, justo cuando estaba el Mundial de fútbol, y el intendente decía “esto es tradición, no como el fútbol”… Yo miraba todo y me parecía una locura: había cuatro ponis, dos niñitos gauchos, un conjunto folclórico. Quería meterme con la tradición, que es tan importante en Argentina, pero desde una mirada distinta, más distanciada y más irreverente.

-¿Se perdió un poco la irreverencia en la literatura? ¿Todo se lo terminó fagocitando el mercado?

-El mercado lo que hace es uniformar; la irreverencia siempre es rebelde y crítica, saca chispas, y el mercado lo que quiere es perpetuarse ganando cada vez más dinero. Pero hay ciertos escritores y escritoras que siguen ejerciendo la literatura como un acto crítico.

La alegría de vivir en Argentina

-La novela es también una historia de amor narrada por un varón que tiene que sortear las restricciones que le impone Clara. La palabra restricción remite a las vanguardias, al escritor francés Georges Perec, al grupo Oulipo. La restricción puede ser un disparador creativo, ¿no?

-Sí, pero no lo pensé en ese sentido. ¿Qué pasa cuando tú te pones en ese lugar de la duda de si el otro te ama o no te ama? Y empiezas a analizar sus actos, sus dichos y a construir distintas versiones o variaciones de eso. ¿Qué pasa cuando vives en esa locura? Me interesaba ese lugar de la incerteza del amor, que no es posible decir si alguien te ama o no te ama porque no existe el amor puro. Entonces, ¿qué pasa cuando eso también se mezcla con el arte? Quizás pensando también en mí misma, en mi pareja, en cómo soporta que yo esté un domingo encerrada ocho horas o diez horas escribiendo. Cómo el otro soporta a una persona que lo más importante es lo que hace. Escribir o pintar o esculpir, lo que sea. Cómo el otro comprende ese mundo, cómo le llega. 

-En un momento se filtra la realidad argentina cuando el narrador menciona a “los jóvenes libertarios”. ¿Qué pasa con una palabra como la palabra libertad, que tiene tanta historia y tanta lucha, y hoy está siendo secuestrada por la ultraderecha?

-El otro día mi sobrino me decía: “no te das cuenta lo terrible que es para nosotros, que somos jóvenes, que esa palabra que apenas empezamos a usar ya no la podamos usar más”. La palabra libertad tiene una historia tremenda. ¿Cuánta gente ha muerto luchando por la libertad? Ahí está la literatura para abrir esa palabra, recuperarla y trabajarla para darle otro sentido y llevarla a otro lugar.

-Quizá sea más frecuente el camino de argentinos que se fueron a vivir a Chile porque encontraban en la economía chilena más estabilidad, menos inflación y sobresaltos, que chilenos optando por estar en Argentina. ¿Qué te llevó a vivir en Buenos Aires?

 

-Me gusta la inestabilidad (risas). Chile es más uniforme, más conservador, más clasista y racista. Acá hay un caos que me encanta por el cual se filtran más posibilidades creativas. Argentina, literariamente, es mucho más interesante. Yo vine a vivir acá por razones personales y pronto me ofrecieron hacer unos talleres de viajes en una librería que entonces se llamaba la Boutique del Libro, en San Isidro, y que hoy es Notanpuan. Después encontré trabajo como profesora de la UNA (Universidad Nacional de las Artes) y estuve viviendo cuatro años en esta ciudad, hasta que me fui al campo. Me encanta, me da alegría vivir en Argentina; cambió mi energía y mi escritura.