La Ley según Lidia Poët retrata acontecimientos de fines del siglo XIX en Italia y, sin embargo, se siente rabiosamente contemporánea. La legge di Lidia Poët (tal su nombre original, en italiano, por Netflix) toma vida y obra de la primera abogada de Italia y la atraviesa por la estructura narrativa del policial episódico. Y como el trasfondo siempre habla de política, de sociedad, de corrupción y de derechos postergados (de las mujeres y de los pobres, principalmente), es inevitable trazar paralelismos con un presente de fascismo desembozado.
En la historia, Lidia Poët fue una abogada a la que inhabilitaron para ejercer el Derecho, que por entonces era un cargo público en el Reino de Italia. Su caso suscitó gran debate en la época (todos los diarios de la época tomaron partido) y fue parte de una larga lucha –personal y social- del feminismo italiano por la ampliación de derechos. Como se muestra en la serie, mientras duró la negativa oficial, Lidia trabajó en el estudio de su hermano, aún si no podía representar oficialmente a sus defendidos. Pionera del feminismo peninsular, Poët también defendió el sufragio femenino y militó por los derechos de los presos y los menores de edad, entre otras causas.
La serie –dos temporadas, la última lanzada hace algunas semanas- tiene en el papel protagónico a Matilda de Angelis, una actriz que retoma lo mejor de la tradición cinematográfica italiana, que no sólo ofrece actrices escandalosamente bellas, sino también con una capacidad expresiva de otro planeta. Es fácil reducir la actuación de De Angelis a los grandes momentos de su personaje, pero la construcción que hace de su gestualidad, incluso de sus titubeos, y los mohínes que le imprime al personaje son claves en su encanto. De Angelis, además, muestra una química notable con Pierluigi Pasino, quien interpreta al hermano de la protagonista. En tiempos donde los productores parecen obsesionados por encontrar a “la” pareja protagonista, que la relación de Lidia con su hermano Enrico sea tan rica y muestre tanta chispa es un soplo de aire fresco, que en buena medida se extiende al resto de las relaciones familiares de la protagonista.
Por supuesto, la biografía de Poët no escapa a las generales de la ley y el guión mete aquí y allá diferentes intereses amorosos para la protagonista (su concuñado Jacopo Barberis pesa en ese rubro, siempre organizado como un triángulo sexoafectivo), pero esa faceta del argumento nunca desplaza completamente al núcleo del relato: la lucha de la protagonista por ser admitida en el colegio de abogados de Turín, donde vive, y su lucidez para defender a pobres y mujeres ante los prejuicios de la justicia.
En ese sentido, resulta sumamente interesante estar ante una serie que no teme decir “socialismo” capítulo por medio y poner esa bandera orgullosamente en manos de muchos de sus personajes principales. Una serie que reivindica explícitamente el progresismo y que denuncia la corrupción de las altas esferas gubernamentales a la vez que, recuerda, la ley y la política son herramientas para una sociedad más justa.