La tecnoplutocracia es un nuevo régimen en el cual los magnates de la tecnología junto a los tecnócratas y los “outsiders” devenidos en políticos ejercen un control significativo en el ámbito económico, político y en la vida cotidiana, al consolidar su influencia sobre la información, la comunicación y el comportamiento humano.

Figuras como Elon Musk, Mark Zuckerberg, Jeff Bezos y Larry Page están transformando el capitalismo tradicional en un orden donde la acumulación de datos y el acceso al comportamiento digital refuerzan su posición de poder, en estrecha colaboración con funcionales “outsiders” de la política que irrumpen nuestro mundo y llegan a ser presidentes de países, como Donald Trump y Javier Milei.

Nuevas elites

El concepto de plutocracia ha sido ampliamente discutido por autores clásicos como Thorstein Veblen (1899) y C. Wright Mills (1956). Veblen, en The Theory of the Leisure Class, describe cómo las clases dominantes acumulan riqueza y poder como símbolos de estatus, mientras que Mills, en The Power Elite, analiza la consolidación de poder en una minoría que controla recursos económicos, políticos y militares.

En el contexto actual, Thomas Piketty (2014) amplía esta perspectiva en Capital in the Twenty-First Century, documentando cómo la concentración de riqueza en las elites ha intensificado las desigualdades, un fenómeno que se refleja en la aparición de magnates tecnológicos.

Estas figuras representan una nueva plutocracia que no solo domina los mercados tradicionales, sino también los entornos digitales globales, donde las barreras entre poder económico y político se desdibujan. Joseph Stiglitz (2012), en The Price of Inequality, advierte que este fenómeno amenaza las bases de las democracias modernas, ya que las elites económicas adquieren una influencia desproporcionada sobre las políticas públicas.

Capitalismo de vigilancia

El término “capitalismo de vigilancia” fue acuñado por Shoshana Zuboff, socióloga, profesora emérita en la Harvard Business School y escritora estadounidense en The Age of Surveillance Capitalism (2019), quien argumenta que las plataformas tecnológicas no solo extraen valor económico de los datos, sino que también moldean el comportamiento humano a través de la vigilancia masiva.

Según Zuboff, estas prácticas representan un cambio paradigmático en el capitalismo. Los datos personales se convierten en el principal insumo de un modelo económico que prioriza la predicción y modificación de las acciones humanas.

Nick Srnicek (2017), en Platform Capitalism, analiza cómo Google, Amazon y Facebook han reconfigurado la economía digital, creando estructuras monopólicas que concentran riqueza y poder. Este modelo, basado en la acumulación de datos y el control de los flujos de información, otorga a estas plataformas una influencia que supera la de muchos Estados nacionales.

Control social

La tecnología como herramienta de poder ha sido ampliamente batallada por Michel Foucault (1975) en Surveiller et punir, donde introduce el concepto de “panoptismo” como un mecanismo de control social. En el contexto digital, este panoptismo se amplifica, ya que las plataformas tecnológicas no solo observan el comportamiento humano, sino que lo modelan a través de algoritmos diseñados para maximizar la rentabilidad.

Manuel Castells (1996), en The Rise of the Network Society, destaca cómo las redes digitales han transformado las relaciones de poder, creando nuevas jerarquías basadas en el acceso y control de la información. Las plataformas tecnológicas actúan como nodos centrales en estas redes, concentrando la capacidad de decidir qué información se distribuye y cómo se utiliza.

Por su parte, Jaron Lanier (2013), en Who Owns the Future?, critica el modelo actual de las plataformas tecnológicas, argumentando que la acumulación de datos y riqueza en estas empresas crea desigualdades estructurales que socavan la cohesión social y la democracia.

Arquitectura del poder

Como mencionamos, Nick Srnicek muestra que las plataformas tecnológicas representan una nueva arquitectura de poder económico, son corporaciones que operan como intermediarias esenciales en la economía digital, proporcionando infraestructuras críticas para actividades tan diversas como el comercio, la comunicación y el entretenimiento. Las características clave del modelo de plataforma incluyen:

  • Efectos de red: A medida que más usuarios se unen a una plataforma, su valor crece exponencialmente, creando monopolios naturales difíciles de desafiar.

  • Extracción de datos: Las plataformas recopilan enormes cantidades de datos sobre sus usuarios, que son utilizados para optimizar sus servicios y generar ingresos a través de la publicidad personalizada.

  • Estrategias de bloqueo: Amazon y Apple emplean tácticas para mantener a los usuarios dentro de su ecosistema, limitando la competencia y aumentando su control.

Estas características han permitido a Amazon, Google, Facebook y “X” acumular un poder económico y social que trasciende las capacidades de los estados nacionales en muchos aspectos.

El control de datos personales por parte de las plataformas plantea serias preocupaciones sobre la privacidad. Según Jaron Lanier, en Who Owns the Future? (2013), los usuarios pierden el control sobre su información en un sistema que prioriza los intereses corporativos por encima de los derechos individuales.

Esta pérdida de privacidad limita la autonomía de las personas, que se ven condicionadas por algoritmos diseñados para maximizar, en principio, la rentabilidad empresarial, porque el uso de algoritmos predictivos no solo permite anticipar el comportamiento de los usuarios, sino también moldearlo.

Por ejemplo, plataformas como Facebook ajustan sus algoritmos para maximizar el tiempo de uso, influenciando las emociones y decisiones de los usuarios. Este modelado del comportamiento tiene implicaciones profundas para la libertad individual y la formación de opiniones públicas.

Erosión de la democracia

El capitalismo de vigilancia también afecta a la democracia. Según Colin Crouch, en Post-Democracy (2004), el poder concentrado en manos de unas pocas empresas socava los valores democráticos, al permitir que estas influyan en procesos electorales y en la formación de políticas públicas.

Las campañas de desinformación y la manipulación algorítmica de contenidos, como se evidenció en las elecciones de 2016 en Estados Unidos, son ejemplos claros de este fenómeno. Las plataformas tecnológicas no son actores neutrales; su influencia trasciende lo económico para abarcar lo político y lo social. Amazon, Google, “X” y Meta han demostrado su capacidad para moldear políticas públicas, ya sea a través de presiones directas o indirectas.

El gasto en lobby por parte de estas corporaciones ha crecido exponencialmente en la última década. Según informes recientes, Amazon y Google han liderado los esfuerzos de cabildeo en EE. UU, influyendo en la legislación relacionada con la privacidad de datos, la competencia y los derechos laborales.

Poder geopolítico

El control de infraestructuras digitales clave, como servicios de almacenamiento en la nube y plataformas de comunicación, otorga un poder geopolítico significativo. Amazon Web Services (AWS) maneja una parte sustancial del tráfico de internet global, mientras que Google controla más de 90% de las búsquedas en línea en muchos países.

Concretamente, se han redefinido las dinámicas de poder, consolidando la influencia de las élites tecnológicas y planteando desafíos fundamentales para la privacidad, la autonomía y la democracia. Estas plataformas, que operan como monopolios naturales, acumulan un poder que trasciende las fronteras tradicionales entre lo económico, lo social y lo político.

En este nuevo contexto, las relaciones sociales ya no se estructuran solamente en torno a los espacios físicos, sino que son construidas a través de las redes digitales, que permiten una circulación masiva de información. Las interacciones en línea se han convertido en el medio principal para la formación de opiniones y la movilización social.

Los algoritmos que ordenan los contenidos que los usuarios ven en plataformas como Google, YouTube o Facebook juegan un papel crucial en la construcción de esa realidad, determinando qué información está al alcance de las personas y cuál queda oculta o es suprimida.

Por su parte Lanier, alerta sobre el poder destructivo que tienen las grandes corporaciones tecnológicas sobre la realidad social, describe cómo las plataformas digitales no solo facilitan la comunicación, sino que, más peligrosamente, manipulan las percepciones sociales.

Las tecnologías actuales, mediante el seguimiento de nuestros comportamientos en línea, crean burbujas de información que refuerzan nuestras creencias preexistentes, limitando nuestra capacidad de acceder a una visión más diversa de la realidad. Este control sobre la información, al ser digital, no está necesariamente centralizado en una única fuente de poder visible, sino que se dispersa en múltiples actores (empresas tecnológicas, gobiernos, hackers, etc.), lo que hace que el control social sea más fragmentado, pero igualmente eficaz.

Además, la capacidad de manipulación es mayor, pues los algoritmos pueden alterar de forma casi invisible nuestras decisiones y creencias, sin que los usuarios se den cuenta de ello.

Tecnócratas latinoamericanos

El concepto de technopols, introducido por Jorge Domínguez en Technopols: Leaders in Freeing Politics and Markets in Latin America in the 1990s (1997), describe a líderes tecnocráticos que combinaron habilidades técnicas con poder político para implementar reformas neoliberales en América Latina.

Ejemplos como Domingo Cavallo en Argentina y Fernando Henrique Cardoso en Brasil muestran cómo estas figuras actuaron como intermediarios entre las élites económicas y los sistemas políticos. Actualmente, Federico Sturzenegger, repetido technopol argentino, está intentando seducir a Elon Musk, proponiéndole “sacar al Estado” en lugar de hacerlo más eficiente.

Históricamente, en América Latina, las élites tecnocráticas han tenido un rol decisivo en la gestión de los recursos económicos y políticos, a menudo actuando como intermediarios entre los intereses internacionales y las estructuras de poder locales.

Figuras como Cavallo y Sturzenegger ejemplifican este tipo de liderazgo tecnocrático, que se caracteriza por su enfoque en la economía de mercado y su capacidad para implementar políticas neoliberales, muchas veces despojadas de contexto social y humano.

Cavallo, como ministro de Economía, implementó reformas que favorecieron a las grandes corporaciones y a los capitales internacionales, buscando la estabilización económica a través de la privatización de recursos estratégicos, el control de la inflación, y la dolarización de la economía.

Hoy, en la era digital, la figura del tecnócrata ha evolucionado hacia una nueva clase de élite que no solo controla los recursos financieros, sino que también domina la información y las tecnologías. La comparación entre los tecnócratas de los años noventa y las élites tecnológicas actuales revela que, aunque el control sigue estando en manos de una minoría, la base de poder ha cambiado radicalmente.

Impacto

Insistimos en establecer el término tecnoplutocracia que describe el dominio de la tecnología y los recursos digitales por parte de una élite financiera y empresarial, tiene efectos profundos en las instituciones democráticas y los valores fundamentales que las sostienen.

Para Colin Crouch, la democracia ha sido transformada en una fachada que enmascara un sistema en el que las decisiones políticas son tomadas cada vez más por los intereses corporativos, dejando de lado la participación activa de los ciudadanos.

En este contexto, la tecnoplutocracia amplifica la erosión de los valores democráticos, pues las grandes empresas tecnológicas como Google, Facebook, “X” y Amazon, no solo controlan vastas cantidades de datos personales y preferencias políticas, sino que también han adquirido una influencia decisiva sobre las políticas públicas, la educación y la cultura.

La concentración de poder en manos de unos pocos actores del mercado crea un “despacho virtual” donde las decisiones políticas son dictadas por algoritmos y lobbies corporativos y “outsiders” políticos, relegando a los ciudadanos a un rol pasivo.

En paralelo, Enzo Traverso, en su análisis del presente político en La izquierda en tiempos de cólera (2019), destaca cómo la erosión de la democracia se manifiesta no solo en el plano económico, sino también en el plano cultural y político, especialmente con la emergencia de nuevas formas de autoritarismo.

Traverso sugiere que la creciente concentración de poder en los tecnócratas y las élites económicas configura un sistema en el que las libertades individuales y la capacidad de los ciudadanos para influir en la toma de decisiones políticas se ven severamente reducidas. En este sentido, la tecnoplutocracia no solo cambia la distribución del poder económico, sino que también contribuye a la supresión de las instituciones democráticas en favor de un modelo autoritario de gestión de las relaciones sociales y políticas.

La tecnoplutocracia puede verse como una nueva agrupación de “outsiders” devenidos políticos, eternos “technopols” y magnates de las plataformas tecnológicas. Si bien los dos primeros antes operaban principalmente en el ámbito económico, las élites tecnológicas actuales tienen un poder mucho más amplio que abarca el control de la información, las redes sociales, las elecciones democráticas y la creación de nuevas formas de autoridad digital.

Así como los tecnócratas de los '90 influyeron en las políticas económicas y sociales, los actuales actores tecnológicos están redefiniendo el espacio democrático, dictando las reglas de la información y condicionando las percepciones sociales.

Conclusión

La tecnoplutocracia y su impacto en la democracia contemporánea representan una de las mayores amenazas a los valores democráticos tradicionales. Las nuevas formas de autoritarismo digital, que operan a través de la manipulación de la información y la vigilancia constante, socavan las libertades individuales y la participación política.

A través de la concentración de poder en manos de unos pocos magnates tecnológicos, el control sobre los datos y las decisiones políticas se convierte en una herramienta de dominación que sustituye a las instituciones democráticas. Los paralelismos con los technopols de los años '90, quienes también concentraban poder económico y político, muestran cómo la estructura de poder en la actualidad se ha trasladado al campo digital, creando un nuevo tipo de autoritarismo camuflado.

Este análisis revela que, en lugar de avanzar hacia una sociedad más democrática, la creciente influencia de las élites tecnológicas podría estar empujándonos hacia una forma de “democracia digital” hueca, donde la participación real de los ciudadanos es cada vez más limitada por la tecnología y el control corporativo.

La tecnoplutocracia no sólo consolida el poder económico y político en manos de unas pocas élites tecnológicas, sino que inaugura una nueva era de subordinación digital. Bajo el velo de innovación y progreso, esta estructura erosiona los pilares de la libertad individual, transformando a los ciudadanos en sujetos de un experimento social global, donde las decisiones humanas ya no son autónomas, sino meros reflejos de algoritmos diseñados para maximizar ganancias y perpetuar el dominio político.

*Director de Fundación Esperanza. Máster en Política Económica Internacional y Doctor en Ciencia Política. Autor de seis libros.