“El mundo está lleno de enigmas que no deben ser interrogados a menos que se desee la catástrofe”, dijo Carlos Fuentes y más que una cita clave es una llave de acceso para comprender la esencia que hay en ¿De dónde vienen las historias?, el nuevo libro de Luisa Valenzuela; porque es cierto: la literatura se presta a innovaciones y de hecho las espera, pero la tradición de algunas de sus formas las ennoblece y exige respeto de parte de los novatos.

“Las novelas y los cuentos son casi tan antiguos como la humanidad misma y nacieron oralmente alrededor del fogón en las largas noches de invierno”. Siguiendo estas palabras de la escritora, todo lo que integra la primera parte del libro, Caudal de conjeturas, se dirige como a través de una especie de bitácora de su biblioteca personal hacia una gran variedad de autoras y autores de distintas disciplinas y cosmovisones, desde Freud al antropólogo Roger Bartra, pasando por el reconocido neurólogo Oliver Sacks, la teoría de la microfísica planteada por Jean-Pierre Garnier Malet, el pensamiento lateral de,Edward de Bono Ruper los llamados campos mórficos de Rupert Sheldrake hasta la Patafísica y la Heurística, entre otros autores y teorías que han propuesto respuestas para este gran interrogante que se plantea Luisa Valenzuela: ¿Dónde se originan las historias? ¿Cómo llegamos a semejante conocimiento de lo desconocido? Ese mundo que se nos revela, esos personajes que se largan a vivir por cuenta propia ¿de dónde salen? ¿Nacen en la memoria? ¿En el inconsciente freudiano? ¿Es solo trabajo del inconsciente? ¿Es un trabajo del Otro con mayúscula, que según el inefable e infaltable Lacan viene a ser lo absolutamente ajeno que se encuentra más allá del yo? ¿Se amasan en la conciencia implicada de la que habló David Bohm, ese acervo común de la humanidad? O nacen del alma como propondría algún místico o un antiguo bolero, en cuyo caso ¿dónde radica el alma? ¿en la mente, en el cuerpo, o ninguno de esos sitios?

“Se impone más que nunca reivindicar la verdad de la ficción, contraponiéndola a la burda y utilitaria mentira de la política-ficción que nos está envenenando la vida”, dice la escritora Luisa Valenzuela. “La literatura suele poner en evidencia, sin proponérselo y de forma indirecta, aquello que se pretende escamotear. Yo escribo sin mapas, sin un guión previo, buscando el rumbo palabra tras palabra, tratando de captar una corriente que parecería ir trazando lo no dicho. Este libro es un intento de comprender, más que alcanzar, el venero, las fuentes donde quizá se origine aquello que, con más dedicación que esfuerzo, vamos intentando atisbar para derivar un sentido de este caos que llamamos realidad, y que día tras día al menos por estas latitudes, y no sólo por éstas, nos es escamoteado. Todo trabajado, por supuesto, sin voluntad didáctica ni intento de transmitir mensaje alguno o bajar línea, ¡más vale que no! solo metiéndome casi a ciegas en alguna trama, permitiéndole expresarse como si ya estuviera escrita de antemano.

Escrita, sí, pero ¿dónde, y cómo?, se le pregunta. “Hay que sumergirse en el misterio, ir en pos de la sorpresa, sin concesiones ni temores. De alguna manera los principios de la Patafísica del genial Alfred Jarry, esa ‘ciencia de las soluciones imaginarias’ ayuda, sobre todo ahora que la célebre Máquina de Descerebrar del Rey Ubú está en pleno funcionamiento disfrazada de motosierra, real y sobre todo metafórica”.

Luisa Valenzuela recuerda que el libro lo comenzó a escribir gracias a las visitas mentales que le hacía un personaje de su ficción devenido recurrente. Reclamos varios a los que no siempre atendía. Todo empezó cierta madrugada de 2021 cuando le regaló un argumento policial de una racionalidad tan pasmosa que lo anotó minuciosamente y a mediodía mandó un mensaje a sus amistades cercanas: “Hoy me siento Macedonio, escribí una novela antes del almuerzo y resolví el caso Nisman”. Hipérbole absoluta, porque la novela estaba por escribirse y Luisa no estaba de acuerdo con la resolución propuesta por el llamado Masachesi, ex comisario muy sui generis surgido en un cuento.

“Me apresuré en escribir la tal novela, que dada mi particular forma de abordar la escritura, en lugar de ser un policial con todas las reglas del juego se convirtió en la vida del personaje hasta destrabar su bloqueo y dar rienda suelta a su brillante deducción. Pero no me voy a demorar en esto. Sólo reconocer que mi apuro por terminar y publicar la novela que acabó titulándose Fiscal muere no tuvo ninguna razón de ser. Hasta el día de hoy este famosísimo fiscal sigue muriendo y siendo usado para los más espurios fines porque esta cosa que tenemos por acá y llamamos poder judicial no se decide a reconocer que lo suyo fue un suicidio. Posiblemente instigado, pero suicidio al fin, dice la escritora.

Al año siguiente a Masachesi se le dio por volver a interpelarla. Y se lanzó a escribir lo que lleva por título “La gesta de un personaje”. “Y lo disfruté en grande, con los cruces entre este ser invisible, tan lúcido y ajeno a mi manera de ser, y mi editor que se dedicaba a jugar con la IA en su nombre. La queja de Masachesi no se hizo esperar, él que se había enfrentado a la CIA no tenía por qué vérselas con esa dudosa dama, la IA”.

“Su editor pretende reemplazarla”, me advirtió. “Yo no le di crédito, pero insensiblemente retorné a mis antiguas ovejas, como se dice en francés Y mis ovejas, claro está, son las palabras. En materia de conocimiento soy omnívora. Y voraz. Toda lectura me enriquece, me abre mundos que intento explorar con ánimo espeleológico. Quería ser aventurera de chica y me inventaba emociones alrededor Las historias en las que me interesa bucear son aquellas que ignoro por completo, que se irán delineando una vez que les pesco el ritmo, la voz, y me vuelvo de una exigencia y un tesón innegociables. Nada de hacer trampas, de querer imponer razones o enmendarle la plana a aquello que debe surgir desde el corazón mismo de eso que empezó a delinearse a partir de una frase, una imagen, una anécdota escuchada al azar. Como quien habita a fondo esa casa del ser que según Heidegger es el lenguaje, quien le conoce los despreciados sótanos y altillos (al fin y al cabo, como mujer fue allí donde por siglos se intentó retenernos), me siento muy a gusto cuando logro internarme, por más atroz que sea la historia que se apresta a ser narrada. El resto del tiempo siento que me pierdo, que no estoy en mi eje. Sólo me comprendo cuando escribo. O cuando zarpo de viaje a regiones lejanas, pero esa veta ya me está abandonando”.

Y la gesta y el personaje se volvieron el cierre de una indagación de algo que la obsesiona desde décadas atrás y que acabó dándole título a este libro; entre signos de pregunta, ya que no hay respuesta posible, menos mal.