El escritor más excéntrico de la literatura argentina escribió una obra monumental que se transformó en un mito de circulación clandestina o en un culto cuya devoción fue inversamente proporcional al número de lectores: muchos hablaban de la novela, pocos la habían leído. Alberto Laiseca tardó diez años en escribir Los sorias -la terminó en febrero de 1982-, más de 16 en publicarla (una primera edición de apenas 350 ejemplares, en 1998) y hasta se tomó el trabajito de medirla: tiene 30.000 palabras más que el Ulises de James Joyce. Esta historia descomunal y desmesurada -que narra una guerra fría entre tres dictaduras: Soria, Tecnocracia y la Unión Soviética- fue reeditada recientemente en una tirada de 500 ejemplares por Barrett, una editorial independiente de Sevilla, con el prólogo original de Ricardo Piglia. La tapa y la contratapa del libro gordo de “Lai”, que en esta edición tiene 1356 páginas, está intervenida por una pintura del andaluz Matías Sánchez que se titula “Mentiras piadosas”.
Los sorias comienza cuando Personaje Iseka abre los ojos y se enfrenta con sus compañeros de pensión: Juan Carlos y Luis Soria, que no lo dejan vivir en paz, y le preguntan para qué escribe y por qué. “Los Sorias aniquilan al enemigo por saturación”, piensa Iseka, que vive justo en el límite de la ciudad compartida entre sorias y tecnócratas, y decide cruzar la frontera e instalarse en Monitoria, ciudad capital de Tecnocracia. Allí gobierna Monitor, un dictador que se cree dueño de la verdad, un iluminado que odia la música dodecafónica y la pintura abstracta –porque son artes sin trascendencia–, y que está empecinado en hacer campañas contra los contrabandistas de fósforos a pilas. Por aquellos días, el mundo estaba dividido políticamente en tres grandes “potencias” –Soria, Tecnocracia y la Unión Soviética– y varios países satélites: Chanchín del norte, Chanchín del sur, Califato de Córdoba, Protelia, Protonia Oriental, Musaraña y Baskonia, entre otros. Novela repleta de absurdos y delirios, en Soria todos se apellidan Soria; en Tecnocracia, todos se apellidan Iseka, y para Monitor, los vagabundos y linyeras son como animales mágicos.
Ricardo Piglia afirma en el prólogo que Los sorias “es la mejor novela que se ha escrito en la Argentina desde Los siete locos”, y agrega una observación muy interesante para pensar el lugar de Laiseca. “Hay escritores que logran esconderse y escapar de la red y arden, aislados, como una supernova que brilla fuera del tiempo, en el espacio interminable. Porque están afuera de toda comparación son a menudo ignorados o desplazados de los sistemas tradicionales de construcción de tradiciones y jerarquías literarias y su recepción es (para los contemporáneos) un enigma”. Piglia destaca que la literatura argentina no forma parte del horizonte del autor de Aventuras de un novelista atonal y Matando enanos a garrotazos, y detalla que tiene otros escritores y tradiciones en su cabeza: admira al finlandés Mika Waltari (Sinuhé, el egipcio) y piensa en el Ulises de Joyce. Mucho antes de que se publicara la primera edición en 1998, el propio Piglia, César Aira y Fogwill -curiosamente, tres escritores que no se han llevado bien, y que han tenido perspectivas disímiles y diversos recelos literarios- coincidieron en sembrar entusiasmos en torno a esa obra larguísima y genial que casi nadie había leído.
Las carcajadas guturales de “Lai” conseguían hacer vibrar las paredes del pequeño departamento donde vivía, en el barrio de Caballito, con dos gatas (madre e hija) y dos perros. Hasta su biblioteca parecía temblar con todos los libros meticulosamente forrados de blanco. Se reía con ganas cuando decía que Piglia se había quedado corto al comparar Los sorias con Los siete locos. “No se trata de ver quién es más genial. Eso es una estupidez. Lo que sí importa es que en nuestra literatura argentina hemos tenido socios fundadores: Roberto Arlt es un mojón, un punto de partida importantísimo, como lo es Leopoldo Marechal”, afirmaba Laiseca en una entrevista con Página/12. “Piglia lo ha dicho muchas veces: la narrativa argentina empieza con El matadero, de Esteban Echeverría. Y tiene razón. Pero por qué no agregar el Martín Fierro, de José Hernández, y ciertamente Adán Buenosayres. Porque si decimos que mi obra es la mejor de toda la Argentina, desde que vino Pedro de Mendoza hasta hoy, estaríamos cometiendo una injusticia. Porque hay que estar en el cuero de Arlt, con las cosas que le pasaron, con lo que tuvo que luchar contra la pobreza, y la obra genial y delirante que nos dejó. Piglia se niega a negar a Arlt y me parece perfecto. Yo tampoco lo niego: ni a Arlt ni a Marechal”, aclaraba el autor de La hija de Kheops, El jardín de las máquinas parlantes, El gusano máximo de la vida misma y Sí, soy mala poeta pero…, entre otros títulos.
El ritmo de la literatura es lento -se sabe- y los lectores futuros de Los sorias garantizan la persistencia de esta obra, que es lo contrario a la fugacidad de los best sellers. “No le sobran lectores, pero los que le faltan son tantos que tiene asegurada una lectura interminable -plantea Piglia en el prólogo-. En eso, claro, Laiseca es como Macedonio: todo el mundo leía a Gálvez cuando Macedonio escribía el Museo de la novela de la Eterna, pero los que cuentan cifras ven que el Museo es la novela que ha ganado más lectores desde que se publicó en 1967. Mientras Gálvez (o Silvina Bullrich) sufren el abandono masivo de sus clientes, los lectores de Macedonio o de Laiseca avanzan en silencio como el agua que se filtra en los muros de las casas abandonadas”.
No le interesaba la realidad a “Lai”, que fue reconocido por el programa Cuentos de terror, un ciclo memorable en el que narraba relatos de Poe, H.P. Lovecraft, Stephen King, John Collier, Horacio Quiroga y Manuel Mujica Láinez, que fue transmitido en el canal de cable I-Sat desde 2002. Su literatura, según él mismo la definía, era un “realismo delirante” porque “el delirio potencia la realidad y la realidad potencia el delirio”. La popularidad que fue conquistando a través de su histrionismo tuvo además una faceta cinematográfica con la participación como actor en la película El artista (2009) de Gastón Drupat y Mariano Cohn.
Un robo pudo haber cambiado la historia de la literatura argentina contemporánea. Un arrebato en el andén de un tren. Laiseca tenía una sola copia de la inédita Los sorias en una bolsa y se la quisieron sacar. Tanto trabajo no podría malograrse por un simple tirón en la prehistoria tecnológica, sin computadoras, ni internet ni nubes donde guardar el archivo. Forcejeó hasta que pudo arrancársela a ese ladrón que creyó que en esa bolsa voluminosa podría haber dinero. “Lai”, que había nacido en Rosario en 1941 pero se crió en Camilo Aldao, un pueblo ubicado en el límite entre las provincias de Córdoba y Santa Fe, alguna vez confesó que había tenido bastantes abandonos en su vida y que por eso no quería que lo abandonaran. A casi ocho años de su muerte (el 22 de diciembre de 2016), el regreso de Los sorias sigue sumando nuevos lectores. El escritor más excéntrico de la literatura argentina intuía que “la eternidad es demasiado larga para estar solo”.