“Es medio un manifiesto, ¿no? Y de ahí hasta el final del disco el proceso va pasando por la parte más tradicional, con el chamamé o el tango más tradicional, hasta un sonido más moderno”. La pianista y compositora Noelia Sinkunas traza un recorrido posible de su reciente disco Unión y perseverancia. La placa arranca con “Tradición”, un chamamé arrollador con la voz de Mocchi, sigue con un tangazo instrumental en la forma de “El levante (Biaggistyle)”, y luego presenta una retahila de invitados sorprendente que incluyen a Ricardo Mollo, Daniela Herrero y Leo García, del mainstream, tanto como a figuras del tango contemporáneo como Mateo Castiello, Milagros Caliva o el ruso Alex Musatov, caras nuevas del folklóre como Tomi Llancafil o Julián di Pietro, o artistas de extracción más rockera como Nana Arguen.

El resultado es un disco de sonido potente, que toma del cuello de la remera a su oyente y le pega la oreja al parlante. Si sus anteriores incursiones solistas se vinculaban a un género –al tango, la música litoraleña o el jazz-, acá Sinkunas sintetiza todo. Sólo falta su faceta metalera, que hace años viene prometiendo encarar. “Me duele la tradición porque la llevo en el pecho / La música no tiene techo ni derecho ni revés / Aunque no sé bien cuál es mi destino ni mi casa / A veces me siento tango, otras veces chamamé”, dispara la primera estrofa en la voz del cantante uruguayo. De ahí en adelante construye doce temas que sintetizan su modo de ver la música, al menos por ahora.

Una mezcla de tradición y modernidad. “El levante”, por caso, recibe su nombre de un bar, pero se construye musicalmente en torno a los marcattos que solía usar Rodolfo Biaggi, que no es el más referido por los directores contemporáneos. “Pero es uno que me gusta mucho cuando tocamos cosas milongueras", explica. "Siento que siempre hubo modas dentro de eso y dentro del estilo de tango nuevo quedan afuera cosas”.

En el tercer tema, “Vamos corazón”, que suma a Daniela Herrero, Sinkunas inscribe su letra en una tendencia actual entre las cantautoras y letristas contemporáneas de tango, en que los temas que trabajan sobre lo sexoafectivo van dejando de lado el reproche y la pena para preguntar(se) y replantear los vínculos, y la necesidad de revisar el rol propio y de la contraparte en ellos. Hacerlo desde el folklore y con Herrero como invitada suma potencia simbólica a la letra. En una línea parecida se inscribe “Árbol”, donde quien se suma es el cantante de Divididos, y aunque musicalmente se acerca mucho más a la canción, el piano retoma el folklore mientras aporta elementos del jazz. Acá el contrapunto entre Mollo y Llancafil funciona maravillosamente.

Algo similar a “Tradición” ocurre en “Formas”, donde aparece Leo García. Ahí la forma musical es más tanguera (aunque las alusiones al agua le dan un aire de naturaleza por momentos). Aunque la letra no es tan explícita, habla de un momento de crisis con el momento presente y la necesidad artística de la creación. La cuestión de intentar entender el presente de un modo u otro atraviesa todo el disco.

-En “Tradición” tenés un verso muy fuerte: “no sé bien cuál es mi casa, a veces me siento tango, otras veces chamamé”. Uno como escucha siente eso con vos. ¿A ver de qué es el disco que sacó ahora?

-Estoy en un momento en que no sé cuál es mi casa. Literalmente, todo lo que pasa en los discos es lo que me pasa en esos momentos. Y ahora me mudé y estoy viviendo en Berisso, entonces no sé cuál es mi casa. Creo que a raíz de viajar tanto este año y el año pasado se me desconfiguró un poco el centro. El tocar muchos estilos de música también lo provocó. Yo recontra siento que mi casa es el tango y el chamamé también, pero empecé a sentir la necesidad de irme un poquito afuera. Como cuando viajás y volvés para decir “ah, pero me gusta estar acá”. Esa sensación es la que tengo en el disco y la tengo en la vida. En realidad siempre vengo del tango.

-Mucha gente te conoce por tu obra no tanguera.

-Mucha gente me conoce de mis otros discos y me escuchó después tocar tango y “ah, no sabía que tocabas tango”. Y siempre toqué. Ahora estoy mostrando tangos míos y es medio algo nuevo para el ámbito.

-Señalás que estás mostrando tus tangos. Acá también quedan en primer plano tus letras.

-Bueno, sentí que salí del clóset como letrista con Salve. Ahora es así también, pero con tango, donde me siento como más juzgada.

-El disco parece una foto, una síntesis de este momento.

-Sí, re. Pero no solo mía, siento que a mi alrededor también pasa. A los que no somos de Capital, en momentos como este, en medio de una crisis, la ciudad te expulsa. Y hay algo que te dice que hay que volver a la casa natal, o no te queda otra que volver. Tengo la sensación de que mucha gente está emigrando o volviendo a las casas. Una especie mal de época, no sé. Estamos todos buscando más allá de la casa, lo que nos hace bien: no solo en un espacio físico sino vínculos.

-¿Esa crisis abarca al tango también?

-Siento que el lenguaje del tango está un poco en crisis y la gente está buscando, tratando de abrir algo, viendo qué más poder hacer. Los que siempre hicieron tangos tradicionales quieren hacer otra cosa, los que hicieron tango nuevo también están buscando otra cosa para hacer. Hay algo de movimiento. Para mí es bueno, significa que van a suceder cosas.

-Te volviste a Berisso. ¿Qué da de distinto laburar desde fuera de Buenos Aires cuando uno se acerca al tango?

-Es algo que estoy recontra pensando ahora. Lo que noto acá, primero, es que el concepto de improvisación es otro. Y eso es algo que en el disco estuve pensando un montón. En el circuito de tango con el cual me formé en La Plata y en Berisso, a través de mi papá u otros músicos con los que tocaba, no decían “vamos a improvisar”. La gente toca y la gente canta y chau. En Capital descubrí que la gente tiene que ensayar y que la improvisación hasta tiene una connotación negativa. Para cierto ámbito del tango es casi hippie improvisar: se lee lo que está escrito, casi más ligado a la música clásica que a una música popular.

-Ya pasaste por el jazz, también.

-En el jazz también, como que tengo músicos amigos que son de otro ámbito donde la improvisación por ahí es un solo o tenemos la estructura y ya se sabe que vamos a improvisar o se va a tocar así. Vengo flasheando con la improvisación libre, y entonces incluí todo en el disco porque me parecía como bueno poder charlar de eso y pensarlo.

-¿Cómo fue ese trabajo?

-En el disco, si bien hay estructura o hay arreglos para algunos temas, no son arreglos como los de orquesta típica. Se hizo un cifrado y una estructura, y cada músico aportó lo suyo. Esto de juntarse a tocar o que cada uno aporte la forma que tiene propia, a mí me parece que eso es algo muy conurbano. En Capital siempre aclarás que vamos a tocar a la parrilla, que se improvisa. Acá no hay que aclarar nada. También en Capital estoy siempre acelerada y está todo el mundo igual, corriendo de un lugar al otro.

-Con esto de que todos los músicos elaboraron, ¿cómo fue el proceso de grabación?

-Caótico y hermoso. Un primer momento fue reservar cuatro jornadas en estudios Fort, y fueron dos para este disco y dos para Flamamé, que salió el mismo año. Después con otra formación grabé “Tradición” y “Nostalgia de juventud”. Con otra formación hice los tangos, o sea que hubo como tres bandas en total. Con “Tradición”, por ejemplo, pasó algo muy loco. Originalmente en versión instrumental era “Flamamé” y le dio nombre al otro disco. Pero hicimos una residencia con Mocchi en Córdoba y le pusimos letra. Y justo el día antes de entrar a estudios me escribió que estaba en Buenos Aires y re estaba para grabarlo. Y bueno, sí, venite. El de Leo García se grabó sin la voz. Yo tenía un cifrado, armé algunas partes, una estructura: acá un solo y tal, esto es una síncopa a tierra, anticipada, tacatacataca, y grabamos y quedó perfecto. Pero después pensé “puede que le quede bien a Leo” y se la mandé. Ahí el proceso de agregarle las voces fue más largo porque pasó de todo, me fui de viaje, pasó de todo. Después apareció Mollo.

Mollo conoció a la pianista por el programa Unísono, del Inamu. Imagen: Mariana Leder Kremer Hernández

-¿Cómo fue lo de Mollo?

-Fue re loco eso, porque no lo conocía y apareció ahí, me respondió unas historias de Instagram y empezamos a hablar. Es todo muy bizarro lo que me pasa en la vida, son cosas muy raras. Arranca así la historia de Mollo: yo mando un video a Unísono, el programa del Inamu, que dirigían diferentes artistas. En el programa en el que estaba mi video se pone a conducir Ricardo Mollo. Ahí empecé a ver que Mollo le pone me gusta a cosas de Instagram, me comenta videos en YouTube, la empieza a seguir a Milagros (Caliva), a Flor Bobadilla. Como que entró por ahí y empezó a ver mi universo de personas. Yo me reí, era ‘qué loco, Ricardo Mollo sabe lo que hago, wow, bueno’. Después un día me llamó Lucy Patané para tocar con Natalia Oreiro, que pidió específicamente por mí para su banda y yo no lo podía creer. En el medio yo me había mudado y estaba medio bajón porque no tenía un piano, algo que me daba mucha vergüenza. Primero decir que no tenía piano y después pedir uno. Ahí me escribió Ricardo, que me alentó para que hiciera una colecta, y nunca más le escribí. ¡Me dio una vergüenza bárbara! Bastante tiempo después me respondió otra cosa de Instagram, retomamos lo del piano y le dije que estaba grabando el disco, si quería grabar. Y dijo que le pasara el tema.

-¿Y cómo fue laburar con él?

-Le pasé el tema y le encantó, pero bueno, pasaron como siete meses y él no me mandaba la voz. Le había dicho que no había apuro, pero no me lo mandaba. Y en un momento dije "ya está, no me lo manda". Y tenía unos diez temas del disco, ponele. Y un día me levanto y tengo un WhatsApp suyo con el tema. ¡Le quedaba alto! Ahí me dijo que sí, que le re costó y tardó porque le quedaba alta la tonalidad. Así que alquilé el estudio de nuevo y lo grabamos de nuevo. Pero el estudio me lo alquilaban mínimo por media jornada. Ese tema lo grababa en una toma y me quedaban tres horas al pedo, así que agarré otras composiciones y ahí surgió el tema con Daniela Herrero (“Vamos corazón”). Entonces, esa sesión del tema de Ricardo terminó siendo como re groso. Para mí estuvo alucinante. Bueno, le mandé la pista a Ricardo después y le quedaba alta, todavía. Y me dijo “vamos juntos al estudio y lo grabamos los dos”. Pedí el estudio otra vez y ahí lo conocí. Estuvo espectacular, tocar el tema juntos tiene otra vida. Yo no lo podía creer y estaba todo el mundo re contento, él mismo estaba re contento. Y yo estaba en plan "¿qué es esto que está pasando?". Era muy surrealista para mí.

-Todos esos cruces de universos te identifican mucho a vos, pero también a ellos. Con Mocchi tocás mucho, Daniela Herrero tiene muchos vínculos con el tango, Divididos suele coquetear con el folklore.

-Y Leo García también. Una orquesta lo llevaba seguido a cantar.

-Hay algo que quedó afuera de este disco y que venís prometiendo hace rato. ¿Para cuándo un disco de heavy metal?

-¡Estaría re bien! Es un sueño... Próximamente estoy pensando mucho en algo tipo bolero balada, balada ochentosa. Pero no sé, vamos a ver qué depara el destino, ¿viste? Todavía estoy acá.