"El trabajo de archivo nunca se termina. Nunca sabés cómo puede seguir. Se pueden hacer proyecciones, clases, charlas. Para mucha gente son papeles viejos, pero para nosotros se abre un mundo. No solo contar la historia de esta empresa, contar la historia de nuestras películas, de nuestro cine, y seguir hablando del cine argentino", afirma en una conversación con este diario Alejandro Ojeda, actor e historiador de cine que descubrió gran parte del archivo perdido de los Estudios San Miguel arrumbados en el altillo de un Petit Hotel semiabandonado ubicado en el barrio porteño de Balvanera. Hoy, parte de esos papeles viejos están disponibles de manera online, para que los visite y los mire cualquier interesado, en su recientemente estrenada  página web

El Hollywood del conurbano

En 2021, Alejandro cursaba la Diplomatura de Restauración Audiovisual y no tenía una idea para el trabajo final. Fue en ese momento cuando apareció, como por casualidad, el archivo del Hollywood de Bella Vista. Junto con Matías Gil Robert, coleccionista, preservador y experto en afiches, lo rescataron y comenzaron a pensar qué hacer con él. "Lo de hacerlo accesible surgió cuando nos dimos cuenta de la cantidad de material que había, que nos excedía a nosotros", dice. 

Lo primero que hicieron fue empezar a escribir en el sitio web y newsletter Las veredas sobre temas específicos: sobre anécdotas y datos de La cabalgata del circo (1945), de Eduardo Boneo y Mario Soffici, un artículo sobre la figura de Eva Perón como actriz, tema del que no hay demasiada información disponible, o una nota sobre las primeras películas de Armando Bó. Allí comenzaron a notar el interés más allá de lo académico. Comenzaron a recibir mensajes de gente que busca gente, gente que busca películas: aparecieron los autores del libro de Vlasta Lah (la primera mujer en dirigir un largometraje sonoro en Argentina), alguien que preguntó sobre los españoles en el cine argentino, otro sobre los músicos. "Ahí dijimos: esto debe ser de todos. Esto no puede quedar adentro de un cajón, para que lo disfrutemos solo nosotros", pensaron.

Poster de La guerra gaucha, de Lucas Demare.

La web está organizada de manera que sea como un índice. Buscando película por película, uno puede sentirse tan fascinado como se sintieron Alejandro y Matías la primera vez que abrieron un montón de rollos de papeles amarillos sin saber que tenían, y se encontraron con los afiches de Besos brujos (1937), La ley que olvidaron (1938) o La guerra gaucha (1942). La página hace hincapié en la belleza de los afiches, en la gráfica, que es lo que al principio más les atrajo. "Es emocionante ver esos colores, la fotografía. Eso hace en cierto punto que sea una web accesible para todos, y que quien quiere profundizar puede preguntar y hacerlo", afirma.

Detrás de aquel hallazgo está la figura de María Elina Corrieri, la jefa del departamento de prensa de los Estudios San Miguel, que tenía todo cuidadosamente ordenado. "Tenía separadas las fotografías en bloques por películas. Todo el tiempo queremos agradecerle a María Elina que haya sido tan puntual, tan correcta y prolija con su trabajo, así que el orden virtual y el orden físico se siguen manteniendo más o menos de la misma manera", afirma. 

Papeles en el viento

Al día de hoy, hay subido a la página web un 40% del material existente. Es decir, aproximadamente 300 imágenes de un total de 5000. Son 90 películas propias y de otros estudios que San Miguel se encargó de distribuir, más material de anexo: notas de prensa, recortes de periódicos, fotos de rodajes, entre otras joyas. 

Fue gracias a Mecenazgo, un fondo de la ciudad de Buenos Aires, que pudieron digitalizar algunas de esas veinte cajas que conforman el archivo que todavía se encuentra, esperemos que provisionalmente, en la casa de Alejandro. "Aunque dé un poco de pudor, es importante decir que mientras no exista un lugar donde se guarden estos afiches desde las instituciones del estado, seguiremos trabajando así, particulares que le ponemos toda la voluntad para hacerlo accesible, para que el material sobreviva, para que se estabilice, para que no tenga humedad ni hongos. Es un trabajo de casi de todos los días", afirma. 

Todavía queda mucho por hacer. El futuro es incierto, pero claro: es necesario que exista un espacio material para esos archivos, para que se pueda trabajar sobre el archivo físico como se lo merece. Y para volverlo, en definitiva, completamente accesible. "El ideal sería tener un espacio para poder hacer muestras, un museo. Eso sería como el sueño", dice Alejandro. El Archivo San Miguel realizó una muestra en el Archivo Audiovisual de Avellaneda, y colaboró con una muestra que se va a hacer el año que viene en la Biblioteca Nacional. Además, hay conversación para realizar un trabajo conjunto con el Museo Evita.

El fin de la noche, de Zavalía y Luis Saslavsky, 1944.

Ese tipo de acciones muestran un aspecto del archivo olvidado: que no se trata de catalogar cajas y dejarlas tiradas en un rincón, sino que los archivos hablan y se reproducen. Los datos que contienen esos "papeles viejos" descubren caminos no recorridos de aquellas películas. "Quizás, se habla de escenas, de rodajes de escenas que quizás después no hayan quedado en la copia final, o que quedaron en la copia final, pero en las copias disponibles no están, entonces, en el momento de restaurar una película hay que tener en cuenta eso, por ejemplo. En fotografías de rodaje, podes ver qué tipo de cámara se usó, que parece un dato que no sirve para nada, pero sabiendo cómo se filmó, podés hacer una restauración a consciencia", dice. 

El cine argentino tiene una relación problemática con la preservación. Pero público jamás le faltó, ni en su pasado, ni en su presente. Este año, dos películas de Carlos Hugo Christensen, No abras nunca esa puerta y Si muero antes de despertar (ambas de 1952) fueron restauradas por la Film Noir Foundation. Rosaura a las diez (1958), de Mario Soffici, se proyectó a sala llena en el Festival Internacional de Cine de Cannes. No solo los argentinos se interesan por la historia del cine nacional.

A pesar de que ahora hayan quedado en el olvido, se trata de películas que fueron muy populares, o cuya intención era la de ganar dinero. "Era una inversión que se hacía sobre un producto para recaudar dinero, no solo para recuperar lo invertido, sino para ganar más plata. Uno las ve como clásicos o como disruptivas, pero siempre se pensaba en que llegaran al gran público, en una época donde había, más de 200 salas de cine solo en Buenos Aires", dice. 

Algunos años atrás, en el spot del Festival Internacional de Mar del Plata se mostraban imágenes de cine argentino, pero un espectador atento notó que eran todas películas de los 60 hasta acá, casi ninguna en blanco y negro. "Hubo una mirada, un trabajo del Estado para denostar al cine argentino, matarlo. Y en cierto punto lograron su objetivo, ¿no? Por esto, porque todo este cine argentino se lo ve como algo de museo, como algo viejo. Hay que sacarle el olor a naftalina a este cine y pensar en que eran películas populares, que la gente iba al cine para esto", afirma.

Así es la vida (1939), de Francisco Mugica, cuenta, de manera costumbrista, la historia de una familia, donde los hijos crecen y se van yendo: la mesa diaria de comida se achica. Pero al final, vuelven, y es allí cuando el padre dice "hay que agrandar la mesa". Quizás sea momento de agrandar la mesa del cine argentino.