Una jubilada de pueblo de 72 años, de una clase media acomodada de Aviñón, Francia, se convirtió en una de las heroínas del año 2024. Es una de las caras de la lucha contra la violencia, reconocida por mandatarios del mundo y por la gente de a pie, por enarbolar la frase "Que la vergüenza cambie de bando". Gisèle Pelicot llevó a su marido Dominique Pelicot a juicio.
Había estado casada 50 años con un hombre al que consideraba un buen padre y un buen esposo, hasta que pusieron frente a su cara las grabaciones que éste había estado haciendo a lo largo de diez años.
Dominique Pelicot fue condenado el viernes pasado a 20 años de prisión en el marco de un proceso judicial de casi cuatro meses por haber orquestado la violación en serie de su mujer intoxicada con somníferos. También fue declarado culpable de capturar imágenes sexuales de su hija y de sus nueras.
"La verdad es que el caso Pelicot parece la escenificación de mi modelo de interpretación de la violación. IMPRESIONANTE", exclama Rita Segato en conversación telefónica con Página/12. El caso Pelicot es casi una puesta en acto de su teoría en la que el mandato de masculinidad, al que también llama mandato de violación, de la complicidad entre pares masculinos, de la obligatoriedad de demostrar que se ejerce el dominio sobre las mujeres aunque eso en su máxima expresión lleve a la violación, de la cofradía como pacto de silencio entre ellos". Todos estos elementos son los que han llevado a la referente del pensamiento latinoamericano a concluir que los violadores no son monstruos. Dominique Pelicot era un señor muy respetable para todos los que lo conocían. Un padre de familia.
El cosentimiento sexual, la ley francesa y el caso Pelicot
El caso alimentó debates sobre el sistema legal de Francia, porque la necesidad del consentimiento no está inscripta en la ley del ese país –como sí lo está en la legislación argentina que penaliza los abusos sexuales-. La mayoría de los agresores de esta ama de casa francesa negaron haberla violado: no les parecía que tener relaciones sexuales con una persona inconsciente implicara semejante cosa.
Sus abogados le preguntaron si estaba segura de no ser alcohólica o swinger. Les parecía sospechoso, también, que no dejara entrever una ira mayor contra su marido y también el hecho de que no se hubiera largado a llorar durante las audiencias.
En respuesta a la pregunta por el consentimiento, más de uno de los violadores contestaron que “no le había prestado atención” al asunto. Otro dijo que no lo consideraba un delito ya que el marido de la señora le había dado permiso. Y la esposa de otro de los abusadores dijo que como ella no tenía "suficientes relaciones sexuales" con el acusado, él había tenido que ir a “buscar en otra parte”.
Suena como una historia de antología de terror pero, también, es cierto que cualquier mujer podría tranquilamente imaginarse un caso de estas características en su barrio o su manzana. La banalidad del mal del depredador sexual está ligada a la naturalización y la frecuencia diaria de las pequeñas escenas en las que el consentimiento no es respetado. Los abusadores eran en su mayoría hombres que Dominique Pelicot contactaba a través de un foro llamado "Sin su conocimiento".
Gisèle Pelicot sin gafas
“En general este tipo de delitos suelen tener un componente tan culpabilizante para las víctimas (el famoso ‘algo habrán hecho’ o ‘¿cómo puede ser que haya permitido que pasara esto?’) que es dificil asumir el protagonismo y denunciar tan en primera persona como lo hizo ella", dice Florencia Rovetto, docente e investigadora del CONICET, especialista en androcentrismo y medios.
Gisèle Pelicot hizo todo lo contrario: se sacó los anteojos negros, mostró su cara y vino a decirle a las víctimas o sobrevivientes de abusos sexuales que no tienen que tener miedo, que la vergüenza debería estar del lado de los victimarios. "Esa puesta en escena pública que hace la misma agredida está ya generando un acto de reparación y justicia”, explica Rovetto.
Lo más importante de Gisèle Pelicot, según la periodista y escritora Miriam Lewin, también es su voluntad de aparecer públicamente: “Hay algo muy arraigado, incluso por la Academia, cuando se aborda la violencia sexual en dictadura, que es que se tiende a resguardar el anonimato de las víctimas con el uso de las iniciales a la hora de transcribir un testimonio. En los juicios de lesa humanidad se les preguntaba a las mujeres si querían instar una acción legal. Muchas de ellas todavía no pueden hacerlo. Y se escuchan razones en torno a no querer ser revictimizadas, a que no quieren exponer a eso a sus familias, etc".
"No hace falta aclarar que no todos los funcionarios judiciales están capacitados para abordar estos temas sin revictimizar. Lo que habría que preguntar a los fiscales es, si el crimen es contra la humanidad, ¿por qué habría que esperar a que la víctima inste a la acción legal? Los fiscales suelen responder que se hace para respetar la decisión de ellas no atravesar el trauma nuevamente, sin embargo hay formas de hacerlo sin revictimizar: declarar a puertas cerradas, etc”, dice Lewin.
Para Florencia Rovetto, “es imposible no suponer que las violaciones, para ella inimaginables hasta hace muy poco, eran sólo una parte de la relación de dominación dentro del matrimonio Pelicot. Es muy probable que hasta ahora Gisèle Pelicot no hubiera sido consciente del nivel de dominación ejercido por su marido. No era conciente de las violaciones. Pero seguramente tampoco era consciente del nivel de dominación ejercido en otros planos, en los actos cotidianos. Lo notable del caso es el modo en el que ella, para poder sobrevivir a esta verdad que le estalla en la cara, se empodera”, .
Una imagen vale más
Otras de las discusiones que el caso Pelicot generó es la de cómo abordar mediáticamente estas cuestiones. Algo que todas las crónicas periodísticas sobre el juicio resaltaban era el modo en el que Gisèle Pelicot presenció y dio visibilidad a audiencias en las que parte de los elementos de prueba eran los videos en los que se explicitaban las agresiones sexuales contra ella.
¿Son necesarios los detalles? Miriam Lewin, autora de Putas y guerrilleras, una investigacion pionera sobre la violencia sexual en el contexto de los campos de concentración de la última dictadura argentina, cree que sí, que cuando hay violencia extrema, no exponer los detalles es una forma de encubrimiento: "Del mismo modo se plantean los debates en torno la a exhibicion de los cuerpos de las víctimas de femicidios: Recuerdo un caso en el que una cámara registró el momento en el cual un tipo tiraba el cuerpo de una mujer en una bolsa de basura, dentro de un container. Es significativo que eso se dé a conocer. Es revelador del lugar que esa mujer ocupaba para su femicida. Lo mismo, con aquella imagen de ese niño inmigrante encontrado muerto en una playa italiana. Sensibilizó muchísimo. Mostrar es necesario cada vez que hacerlo involucra un porcentaje de daño menor a lo que aporta al bien común’.
Pactos de machos
Dominique Pelicot era un padre de familia para todo el mundo muy respetable. Como agresor sexual, creáse o no, es en cierto sentido típico: la gran mayoría de los abusadores son no extraños en un callejón, sino personas conocidas de sus víctimas y muchas veces son sus parejas. Cincuenta hombres más fueron condenados en el marco de este juicio, y otros 20 no pudieron ser identificados. Se trataba de hombres corrientes de todas las edades y procedencias. Un enfermero, un periodista, un bombero, un camionero y la lista sigue.
Para la antropóloga Rita Segato el caso Pelicot contiene los tres conceptos principales de su desarrollo teórico sobre el tema: “El primero es la fratria masculina, como lo más importante para un hombre (lo que en mi libro aparece como el ‘eje horizontal’, del cual emana el ‘Mandato de Violación’, que más tarde llamaré ‘Mandato de Masculinidad’). La segunda idea es que se trata de hombres totalmente ‘normales’, como dice el reportaje de la BBC titulado ‘Quiénes son los 51 hombres condenados por violar a Gisèle Pelicot’, del 19 de diciembre. Y el tercer punto es aquello que yo he dicho sobre el violador cuando lo llamo ‘el más moral de los hombres’. Eso es algo que toman el grupo de performers y activistas chilenas Las Tesis cuando cantan ‘El violador eres tú’, y que tan perfectamente sentencia y ejecuta Gisèle Pelicot”, detalla Segato.
En La guerra contra las mujeres y también en Las estructuras elementales de la violencia, Segato elabora la idea de "la fratria masculina". En la obra de Rita Segato se refiere a la noción de que para muchos hombres, la fraternidad masculina (o la hermandad entre hombres) constituye un aspecto fundamental de su identidad y sentido de pertenencia. Esta fratria, conformada por los lazos y códigos que existen entre los varones dentro de una cultura patriarcal, es clave en la construcción de la masculinidad, y de allí emanan la lealtad, los pactos de silencio y un sentido de competencia entre ellos. Las mujeres para la fratria, dice Segato, son propiedad o trofeo. La fraternidad masculina es más importante que cualquier otro vínculo, incluidos los familiares o afectivos.
El concepto de “Mandato de Violación” y su posterior reformulación como “Mandato de Masculinidad”, en la obra de Segato está vinculado al análisis de las estructuras patriarcales y cómo estas configuran la identidad masculina a través de la violencia. Segato argumenta que, en sociedades patriarcales, existe una obligación para los hombres de ejercer el control sobre las mujeres y, a menudo, esto se manifiesta en prácticas violentas, incluida la violación.
En su obra, Segato introduce el concepto de “mandato de violación” para describir cómo la violencia sexual está inscrita en las expectativas sociales hacia los hombres: son educados dentro de una estructura en la que la violación no solo es aceptada como parte de la jerarquía, sino que es casi vista como un mandato que tienen para afirmar su masculinidad.
Esta violencia, según Segato, no es solo una cuestión de deseo individual o patología, sino una obligación social impuesta por normas tácitas. Posteriormente, Segato amplió este concepto y lo llamó “Mandato de Masculinidad” para incluir además del dominio simbólico y físico sobre las mujeres, otros elementos como la desconexión emocional y validación de la virilidad a través de la sexualidad. No son monstruos.