El sujeto como desecho de la operación capitalista

Decir "sociedad post humana" no deja de ser un contrasentido, ya que toda sociedad y consenso social son por definición humanos, pero la expresión es hoy atinada para nombrar los efectos de la fase actual del discurso capitalista, es decir, el capitalismo ilimitado y desbordado, el ultraneoliberalismo, que genera no sólo pobreza y marginalidad, sino fundamentalmente exclusión, confinamiento en los márgenes de lo simbólico, individuos caídos del sistema como meros restos y desechos de la operación capitalista. Un mundo para unos pocos mientras la mayoría poblacional se cae de los bordes.

Pienso que las numerosas personas en situación de calle, en las veredas, semidesnudas, semidormidas, agónicas, muestran que no se trata únicamente de falta de trabajo o de indigencia, sino fundamentalmentede la depresión y la melancolía que lo anterior genera, la inercia en el sinsentido, la imposibilidad de respuesta, la inhibición de la acción.

Muchas de esas personas ni siquiera responden cuando algún conmovido transeúnte quiere ayudarlas. Ya no pueden reaccionar. Otras miran al ocasional benefactor con perplejidad y prosiguen estáticas, inmersas en lo real más absoluto, tiznadas por la humareda de una situación impiadosa, sumergidas en un presente perpetuo, en la lenta agonía de sus existencias acostadas.

Conclusión, la muerte rondando las veredas, cosechando los frutos maduros que el ultraneoliberalismo le deja al alcance de su mano. Pero, llegados a un extremo, en un futuro próximo, quizá ni siquiera será la exclusión como estrago, sino lisa y llanamente el genocidio como método, como estrategia especulativa global, aunque decir esto suene por ahora a exageración.

El ideal de la rentabilidad sin pérdida

Los ancianos y los jubilados también son de alguna manera situados en esas lógicas del descarte. Ya pasamos por una pandemia que diezmó a una parte de los adultos mayores, los más vulnerables en estos tiempos de renta desmedida del discurso capitalista, de brutal transferencia de recursos desde los sectores humildes y de las clases medias hacia los sectores más poderosos de la economía concentrada. El ideal de la ganancia absoluta, comienza a cumplirse a través de severos ajustes, reducción del poder adquisitivo a buena parte de la población activa, el encarecimiento de los servicios públicos, la precarización laboral, la abolición de las conquistas y los derechos sociales.

Pero un mundo pensado exclusivamente en términos económicos y de rentabilidad sin resquicios, no es un mundo viable ni vivible. Una civilización, la del contrato civilizatorio, la del lazo social, no se puede edificar ni organizar sólo en torno de variables puramente economicistas, como si el pretendido sentido de la travesía humana fuera únicamente la acumulación monetaria como goce a cualquier costo social y en la que ni quiera entran en consideración la vida y la muerte. El acuerdo civilizatorio, aun con sus aspectos perturbadores y neurotizantes, también está edificado en el consenso de la lengua, la ética, la moral, la historia, las tradiciones, el arte, las costumbres, la necesidad de reflexión y el pensamiento, la creatividad que enmarca el vacío de la existencia y hace más soportable lo insoportable de la travesía humana, aun cuando a través delas épocas la subjetividad y la cosmovisión cambien.

La ciencia ficción deviene en realismo

Sin controles del Estado, sin educación, sin salud, sin arte, no hay futuro para la humanidad, o hay un futuro de mutantes desconectados entre sí y sumidos en el caos y las relaciones paranoides. La ciencia ficción se está tornando un género realista. Con una sacralización del dios del dinero, puesto por encima de todos los otros aspectos de la condición humana, el mundo marcha hacia la devastación. Y las refutaciones que algunos economicistas pudieran verter sobre estas apreciaciones, carecen de fundamentos serios. No existe neoliberalismo probo ni ético. El neoliberalismo o el neoliberfascismo actual, son estructurales y armónicos a la corrupción (lo observamos todos los días). No hay neoliberalismo sin delito, sin coimas, sin fuga de capitales, sin narcotráfico, sin paraísos fiscales, sin grandes negociados, sin exenciones tributarias a las grandes mafias de la economía global. Algunos pensarán que ello actualmente constituye una normalidad necesaria para el desarrollo de los países, pero la realidad refuta estas entelequias que sólo contribuyen a la desintegración social y a la ausencia de parámetros morales. El mundo comienza a quedarse sin puntos de sujeción que por encima de las lógicas diferencias abrochen una significación y eviten que la dispersión y la errancia sean al infinito.

La crueldad y la impiedad como signos de prestigio

Lo que antes se ocultaba o se intentaba disimilar, hoy se exhibe abiertamente, sin pudor ni auto reproches. La impiedad, la crueldad, la insensibilidad, la indiferencia ante el sufrimiento de los otros, el racismo, la discriminación, han pasado a convertirse en signos ideológicos de clase privilegiada y en un lugar de pertenencia, emblemas de una inscripción, real o imaginaria, a un determinado estamento social que ve en la marginalidad y en la pobreza un producto de la “vagancia” y de falta de voluntad para revertir las situaciones adversas y poder pensar la realidad personal en exclusivos términos económicos. 

Cabe recordar que las teorías del derrame, el enriquecimiento desmedido de unos pocos en pos de fortalecer la economía y beneficiar a todos los sectores de la sociedad, ya han sido ampliamente refutados por la experiencia histórica y hoy no constituyen más que engaños para los incautos y acríticos individuos, permeables a los discursos de la ultraderecha. Las pruebas están a la vista, aunque se implementen psíquicamente las negaciones y forclusiones. Y dentro de poco ya no se necesitará de excusas ni justificaciones, de relatos ni argumentaciones, sino que el saqueo planetario se realizará sin dar explicaciones a nadie, a plena la luz del día, sin contemplaciones ni condicionamientos. Una símil democracia para acabar con la democracia.

Y hasta es motivo de orgullo para algunos mostrarse despiadados y crueles. Da prestigio en ciertos ámbitos donde prevalecen los eslóganes economicistas por sobre cualquier otro tipo de reflexión filosófica, sociológica, humanística, ética, etc. La colonización subjetiva del neoliberalismo caló muy hondo en las mentalidades de este tiempo, al punto de producir una verdadera mutación antropológica con la progresiva desaparición del sujeto moderno, es decir, del sujeto de la razón y la moral, el de la conciencia de clase y de misión en la historia, aquel capaz de volver la mirada sobre sí mismo y observar sus propios comportamientos y la posibilidad de cambiar un destino. Ya no está la duda propia de la ciencia y del sujeto cartesiano, sino certeza psicótica. Ya no hay división subjetiva.

Es frecuente ver pasar, mientras esquivan a los caídos en situación de calle, como meros datos de lo real o como si esquivaran una maceta o cualquier otro obstáculo, a individuos, supuestos ejecutivos o burócratas de empresas o empleados de las finanzas (también víctimas de la maquinaria trituradora) y hasta a ciudadanos comunes, de bajos ingresos, en estado de ensimismamiento, indiferentes, ajenos a la realidad que los circunda, convencidos de que cualquier acto de altruismo o compasión no harían más que agravar la situación de los excluidos al no atender el fondo de la cuestión que es el “saneamiento” de la economía y la creación de las condiciones para promover las inversiones y otras acciones publicitadas ideológicamente a través de eslóganes y holofrases no dialectizables en la cadena significante. Los semblantes de crueldad e impiedad se despliegan en una parte importante de la sociedad argentina identificada, o imitadora, de las gesticulaciones del amo contemporáneo. 

*Escritor y psicoanalista