Lo de Peces Raros en la madrugada del domingo en el Estadio Obras fue lo más parecido en esta época al grito de guerra de los poetas decadentes y simbolistas franceses de finales del siglo XIX: "Épater le bourgeois", en español algo así como "asombrar al burgués". Pese a que pasó más de un siglo desde que se acuñó el lema (reflotado en el Mayo Francés), hay cosas que nunca cambian. Una vez que comenzó el show del tándem, la multitud de dandis y dandizettes ataviados y ataviadas con sus outfits negros de pronto no sabían si bailar o si mirar lo que estaba pasando en el escenario. Al mejor estilo del movimiento dadaísta, que bebió también de la expresión, esta performance se convirtió en un manifiesto contra la inmovilidad del pensamiento, contra la pureza de la abstracción y contra la universalidad.
Por más que existía la sensación colectiva de que lo que estaba sucediendo era algo primermundista, la realidad es que fue parido en un imaginario que sólo podía suceder en La Plata, urbe cuya impronta cultural no tiene nada que envidiarles a las factorías de ninguna ciudad del otro lado del Atlántico. Si no, el laboratorio sonoro liderado por Lucio Consolo y Marco Viera no sería el fenómeno cautivante que es hoy. Algo que no existe ni siquiera en Berlín, patrimonio mundial del techno. Es cierto que el último álbum del grupo, Artificial, publicado en julio, bebe de las influencias crepusculares que suelen habitar las pistas de baile de los clubes de la capital alemana. Sin embargo, esa forma tan argentina de entender la canción sigue latiendo sobre esos beats.
Tras ponerlo a circular en las plataformas digitales de música e incluso luego de tocarlo primero en Europa a mediados de este año, la dupla eligió el ocaso de diciembre para presentar su quinto álbum de estudio, despedir el 2024 y abrir una nueva etapa en su trayectoria. Todo un combo atractivo. Esta vuelta a los grandes aforos porteños ocurrió después de que en mayo consumaran el Luna Park. Si bien ya habían debutado en Obras en octubre de 2023, en esta ocasión decidieron hacerlo al aire libre. Lo que fue toda una sorpresa a razón de la queja que suelen hacer los vecinos cuando se organizan shows con esas características. De hecho, del lado de enfrente de la Avenida del Libertador se podía ver a alguien de la producción del evento midiendo el volumen del sonido que emanaba desde adentro.
Mientras la dupla local de DJs Reverie se encargaba del warm up de la fecha (el cierre le tocó a Eze Ramírez), Mariano Mellino celebraba en ese mismo momento sus 20 años de trayectoria en Mandarine Park. Lo que habla del buen periodo que atraviesa la electrónica patria, con todo y la realización de eventos masivos del palo en Buenos Aires, más allá de las fronteras de Costanera Norte. Según cifras oficiales, 10 mil personas asistieron a esta feligresía de la música dance en el barrio de Núñez. Al llegar al lugar, lo primero que se avistaba era a la masa de público dándole la espalda al Río de la Plata. Unos metros más adelante, tras la mimetización con la muchedumbre, se podía ver la inmensa pantalla apostada cerca de una de las paredes del estadio.
En el medio de toda esa estructura conformada por una alfombra de leds, se encontraba una especie de cubo que hacía las veces de escenario. Era similar a lo que se cree que son las plataformas de despegue de las naves espaciales. Por ahí irrumpió la dupla a la 1 de la mañana, junto al resto de los músicos que los acompañan en sus actuaciones. Antes que arrancar con uno de los temas de Artificial, la banda se inclinó por uno de sus clásicos: Sombra en la pared, afín al pulso clínico del productor francfortés Isolée. A la que le secundo una reinvención más pistera de otra canción de vieja data: Aunque me digas que no, y por detrás de ella apareció Insuficiente, cuyas guitarras inmorales aludían a la veta electrónica de Babasónicos. Y es que "nunca nada es suficiente", tal como versa su letra.
Si bien los platenses hicieron de sus shows una experiencia inmersiva en la que probaron todo lo que consiguieron a su paso, desde el viyeísmo hasta un ballet de luces y humo que convirtieron a su propuesta estética en una situación lisérgica, esta vez entraron de lleno en el arte digital. León Greco fue el prodigio detrás de esa fascinante imaginería que, lejos de robar la atención, se volvió funcional al espectáculo. Lo último que se vio así en un evento de un artista local, en cuanto a idea y ventura, es lo que hizo Sergio Lacroix para Hernán Cattáneo o Babasónicos. No obstante Greco, el realizador formado en Diseño para iluminación de espectáculos y bisnieto del fundador del Museo de Bellas Artes, en ningún momento olvidó que estaba a cargo de una puesta para música electrónica.
Lo que logró el artista visual fue sacar a Peces Raros del crossover entre recital y fiesta para convertirlo en un proyecto propiamente de electrónica. De la misma forma que Modeselektor, Justice o The Chemical Brothers, a los que por cierto tributaron con su apropiación de Hey Boy, Hey Girl. Es verdad que no son tan orgánicos en vivo como los platenses, que mechan instrumentos con secuencias, pero no dejan de ser grupos. Y por demás influyentes. Al mismo tiempo que en la inmensa estructura se producían fundidos en rojos, se esparcían cosas similares a vidrios rotos o se postulaba la esencia femenina de la robótica, la dupla seguía repasando su obra. Cerca, Fabulaciones y En efecto sonaron uno tras de otro, enlazados entre sí, hasta que finalmente llegó el disco en cuestión.
Largaron con Frecuencias, Óxido y Nada es para siempre, en la que, pese a que ambos frontman pelaron sus guitarras eléctricas, ese bombo en negra mantuvo inmutable su inmersión en el techno. En tanto todo esto acontecía en el escenario, a los costados del predio las pantallas rectangulares reproducían a los músicos actuando, con imágenes editadas en tiempo real, lo que brindaba una sensación de teatralización. El hit Cicuta sirvió de antesala para el tema Artificial, que se fundió con otro de sus himnos: A donde quieras. Lucio y Marco testearon todo lo que ensayaron, incluso su condición de crooners electrónicos, a lo Matthew Dear. En esa instancia del show, casi al final, la sorpresa era cosa del pasado, y el público se entregó al baile puro, llano y sin escrúpulos: lo más tribal que le queda a la Humanidad.