Nacido entre esteros y agua salada, cuando tenía seis años, Jorge Martínez regresó a su casa después de una clase frustrada de guitarra. Les dijo a sus padres, firme y decidido, que quería tocar el piano. De dónde llegó esa idea, reconstruye hoy el notable pianista formoseño, es un misterio que aún no logra descifrar, sobre todo porque en su familia no había músicos y en un pueblo del interior de la provincia de Formosa como Pirané, a fines de los '80, el piano no era un instrumento que uno se encontrara por ahí todos los días.

Empezó a tomar clases en el piano vertical de una profesora llamada Graciela, todos los días durante cinco años, porque carecía de instrumento propio. La formación, en ese entonces, era el repertorio clásico, con solfeo incluido. Por lo tanto, la música argentina brillaba por su ausencia. “El interés por la música nacional vino más por el lado de la danza, ya que en toda mi adolescencia fui parte de un ballet folklórico y viajé mucho por la región. No fue hasta los últimos años de la secundaria donde armé un grupo de folklore con unos amigos”, sintetiza Jorge Martínez sobre sus primeros pasos mientras sigue presentando por el país su primer disco solista, El paisaje que llevo, con la impronta de música litoraleña e inspirado en recuerdos y vivencias de su infancia, como evoca en los temas “Formosa soy” y “Siesta en Pirané”.

Oriundo de Pirané, el pianista vive y da clases en Córdoba. Foto: Archivo.

Apenas terminó el secundario, se mudó a Córdoba para estudiar composición musical en la universidad donde hoy ejerce la docencia superior. Si bien reconoce que la facultad le abrió la cabeza hacia un nuevo mundo sonoro, la orientación no era de música popular sino de música de tradición europea con orientación a las vanguardias del siglo XX. A la música argentina, entonces, la conoció por un apasionado autodidactismo: se cruzó con otros músicos y escuchó hasta rayar discos de referentes como Yupanqui, Eduardo Falú y Gardel, sumado a lo que define como el “conocimiento intuitivo” de la infancia. Fue así que aprendió a tocar chacareras, zambas, tangos, milongas y chamamés, y se encontró con Pablo Jaurena y Mauro Ciavattini para armar el Trío MJC, uno de los conjuntos instrumentales más interesantes de la música popular argentina actual y con el cual obtuvo el Premio Consagración Instrumental en Cosquín 2013.

Jorge Martínez ofició de arreglador, intérprete y compositor. Con el trío hizo giras por todo el país y el exterior. Con el tiempo, acompañó como pianista a Teresa Parodi, Juan Falú, Raúl Carnota, Chango Spasiuk, Raly Barrionuevo y Ramón Ayala, entre otros, y además trabajó como sesionista de tango y folkore en grupos instrumentales. Entonces salió una beca del Fondo Nacional de las Artes para tomar unas clases con la maestra Hilda Herrera: “Esos encuentros fueron importantísimos. Aprendí mucho del piano folklórico, pero sobre todo de la composición de música argentina. Muchas veces, no era necesario ni tocar, con escucharla hablar era suficiente”.

Herrera lo ayudó a enfocarse en el lenguaje pianístico. El disco solista era un pendiente de su promisoria carrera, en la que un subsidio del Inamu sirvió de empujón. Así surgió El paisaje que llevo que, además, incorporó invitados para dotar de variedad y dinámica a la sonoridad conjunta del álbum. En su chamamé titulado “Palmar y Cielo”, por ejemplo, sumó a la violinista Julieta Duret. A la vez trabajó con letristas, como en el caso del tema “Acordeón de papel”, que compusieron junto al poeta Aníbal Albornoz. “Particularmente en este tema pensé en la voz de Diego Arolfo, gran cantor de música popular argentina y, por supuesto, en el acordeón de Lucas Monzón, un instrumento pilar de toda esta música litoraleña. Los dos aportaron su maravillosa interpretación”, agrega.

En la guarania “Bajo un lapacho de ausencia”, una canción que escribió junto al poeta Leandro Calle, sumó a la intérprete y compositora Florencia Bobadilla Oliva, a la cual agregó una orquesta de cuerdas. Y luego se dio el gusto de invitar a otro amigo, el pianista Matías Martino. A cuatro manos, tocaron en un tempo bien alegre y bailable el tema titulado “Mboy Tatá”, del acordeonista Tilo Escobar. Además de sus composiciones, Martínez incluyó reelaboraciones de algunos clásicos a versiones para piano solista, como “La Calandria”, de Isaco Abitbol, y “El tero”, de Ernesto Montiel y Blas Martínez Riera.

“Hice un estudio minucioso de las versiones originales. Traté de ser muy respetuoso en muchas ideas melódicas y, si bien mantuve el espíritu de aquellas grabaciones, traté de sumar mi propia impronta desde el piano y sus posibilidades. Es importante, para mí, buscar y lograr un balance entre lo tradicional, lo que pensaron los compositores, y la reelaboración armónica”, explica el pianista formoseño ahora radicado en Córdoba, que cita influencias como el dúo de Rudi y Niní Flores, Carlos Aguirre, Los Núñez, Chango Spasiuk, Raúl Barboza y Gabino Chávez.

En su nuevo disco, el pianista reúne melodías habitadas por el Litoral. Foto: Archivo.

Los géneros elegidos, enfatiza, son los que escuchó mayormente en la infancia. “Siempre me gustó mucho el chamamé, canción en tempos lentos, pero también tengo el recuerdo del chamamé de la bailanta o chamamé maceta”, cuenta y se detiene en referentes como Cocomarola, Ernesto Montiel e Isaco Abitbol. “Son estos nombres y personajes que siempre estaban sonando en la radio o eran tocados en fiestas populares por músicos de la zona. En el caso de la guarania y de la polca también estoy familiarizado porque en Formosa tenemos una gran cercanía con Paraguay. Con estos ritmos termino de cerrar y pensar un poco mi región, porque si bien no abordo todas las especies, toco las que siento como más cercanas y significativas en mi historia personal y musical”.

Melancolía y niñez, exuberancia y celebración popular, piso de tierra y salón. Un universo de melodías, ritmos y paisajes del noreste argentino entre Formosa, Corrientes, Misiones y Chaco en el límite con Paraguay. Chamamé, polca paraguaya, rasguido doble y guarania, aquí convergen las aguas de fuentes que Jorge Martínez volvió a beber de la frondosa música del Litoral bajo una sofisticación de intérprete que despeja vacilaciones sobre el enorme reservorio de pianistas populares argentinos.