La historia es por demás conocida. En 1922 las salas de cine alemanas asistieron fascinadas a las luces y las sombras de un largometraje que, con el paso del tiempo, se convertiría en uno de los grandes clásicos del cine germano de ese período, sentando asimismo las bases del género cinematográfico conocido como terror u horror. El problema con Nosferatu, eine Symphonie des Grauens, dirigida por Friedrich Wilhelm Murnau a partir de un guion de Henrik Galeen y con la actuación iconográfica de Max Schreck, era que su historia tomaba en préstamo y sin pedir permiso la trama básica de la novela Drácula, del irlandés Bram Stoker, publicada en 1897, cambiando apenas algunas circunstancias y los nombres de los personajes. Tres años más tarde, la viuda de Stoker tomó el camino legal inevitable y el resultado fue un juicio por plagio que terminó con una condena económica y la obligación de destruir los negativos originales y todas las copias existentes de Nosferatu. Afortunadamente eso no ocurrió, y los rollos de celuloide depositados en distintos países europeos que escaparon de la hoguera lograron salvar al primer vampiro de fuste de la historia del cine de una extinción segura. Luego llegaría el éxito de las adaptaciones teatrales de Drácula y, sobre todo, el de su versión cinematográfica con Bela Lugosi, pero esa es otra historia.

El conde Orlok, con su orejas puntiagudas y uñas XXL regresaría a la pantalla gracias a la remake oficial dirigida por Werner Herzog en 1979, una versión muy fiel a la película original de 1922 en la cual el director de Aguirre, la ira de Dios potenciaba aún más los elementos góticos y románticos, contando para ello con la ayuda de su amigo-enemigo Klaus Kinski, nueva encarnación del centenario chupasangre, y la de Isabelle Adjani para darle vida a la heroína que cae en las redes del monstruo y finalmente logra destruirlo. El realizador estadounidense Robert Eggers -amante del género fantástico, como lo confirman con creces La bruja y El faro- venía coqueteando desde hace años con la posibilidad de realizar una segunda remake del clásico alemán, y el resultado es una relectura que retoma el guion de Galeen y le agrega elementos de la novela de Stoker, como lo confirma una placa durante los títulos de cierre. El Nosferatu de Eggers, que llegará a las salas de cine el próximo jueves 2, es narrativamente intenso y estéticamente potente, un relato de angustias y represiones, ansiedades y temores que se ubica en la Alemania del siglo XIX, exactamente en el año 1838, en la ciudad ficticia de Wisborg. Para darle vida a las nuevas criaturas, cuyos nombres respetan los pergeñados por Murnau y Galeen, Eggers contó con la participación de Lily-Rose Depp en el rol de Ellen Hutter, el sufrido y melancólico objeto del deseo del vampiro; Nicholas Hoult como su esposo Thomas, el viajero que debe llevarle personalmente el contrato inmobiliario al no-muerto; un irreconocible Bill Skarsgard como Orlok y el siempre rendidor Willem Dafoe en la piel de Albin Eberhart von Franz, sosías del cazavampiros más famoso de la historia de la literatura y el cine, Abraham van Helsing.

DE HISTERIAS Y SANGRÍAS

Como ocurría hace 102 años en el film original, aquí Ellen Hutter tiene un gato de mascota y su marido Thomas, empleado de una pequeña firma inmobiliaria, debe también viajar a la vecina Rumania para llevarle a un conde envejecido los papeles necesarios para hacerse de un derruido castillo. Antes de eso, Eggers establece en el prólogo la condición de Ellen, afectada por la melancolía y unos ataques de histeria que la emparentan con Regan, la niña poseída de El exorcista. Mientras Thomas avanza hacia los dominios del conde y los gitanos de la zona lo miran con recelo, Ellen comienza a sufrir novedosos achaques, que parecían haberse disuelto luego del matrimonio (la medicina de la época es clara: histeria femenina de origen uterino, qué dudas caben). La dirección de fotografía de Jarin Blaschke, eterno compañero de Eggers en esas lides desde su ópera prima, La bruja, corre por carriles opuestos al naturalismo. En interiores hogareños, bajo la luz de las bujías, Nosferatu parece saludar con las dos manos la iluminación de Barry Lyndon, en particular los claroscuros; en ciertas escenas de exteriores y dentro del castillo rumano las imágenes ofrecen un espectáculo de gradaciones de grises entre el blanco y el negro plenos, como si cualquier otra tonalidad hubiera sido bebida por un vampiro adicto a los colores, e incluso un par de instancias juegan con el extrañamiento visual, a tal punto que ciertos planos ofrecen las formas de una pintura expresionista de comienzos del siglo XX.

 

En una entrevista con la revista Time, Robert Eggers aclaró la diferencia esencial del vínculo entre Ellen y Orlok en su reversión del clásico: “Ella es una extraña para los demás. Posee una compresión muy profunda sobre el lado tenebroso de la vida, pero no conoce las palabras para expresarla. Por eso es incomprendida y nadie puede verla realmente. Gracias a ese don, en sus años de adolescencia termina acercándose a este amante demoníaco, este vampiro, que es quien puede conectarse con ese costado de ella. Pero luego está el otro mundo, el sensual y erótico, que se conecta con esta fuerza malévola, lo cual aumenta aún más su vergüenza”.

Mientras Thomas cae bajo el hechizo del vampiro (aquí también, como en 1922, el huésped se lastima un dedo cuando intenta cortar una hogaza de pan) en casa los ataques de Ellen comienzan a empeorar, aumentando los roces con el marido de su amiga Anna, al tiempo que el jefe de Thomas, Herr Knock, se revela como el nuevo adlátere de Orlok, el hombre que es encerrado en el manicomio y aquí no come solamente moscas sino toda clase de animales, a la espera de la llegada de la peste y su responsable.

Una de las jugadas más interesantes de Eggers a la hora de construir visualmente a Orlok es alejarse por completo de la impactante versión original, la inconfundible y visualmente aterradora imagen de Max Schreck que Kinski reinterpretó cinco décadas más tarde e incluso fue homenajeada en la adaptación de Salem’s Lot dirigida por Tobe Hooper. El nuevo Orlok es alto y amenazante y, cuando las tinieblas se aclaran, ofrece un aspecto putrefacto, muy alejado de los dráculas galanes y sexualmente atractivos. El maquillaje se completa con un denso bigote y es entonces cuando el espectador encuentra cierta familiaridad en las facciones, descubriendo su vínculo con la única imagen existente de Vlad Tepes, también conocido con el mote sangriento de El Empalador. El príncipe de Valaquia, aunque nacido en Transilvania, que reinó en esa región rumana en el siglo XV y fue una de las inspiraciones de Bram Stoker a la hora de construir el personaje de Drácula. Según relata Eggers en la entrevista mencionada, para crear su propio Orlok regresó “a los cuentos folclóricos escritos por gente que creía que los vampiros existían. Esos vampiros imaginados en las zonas balcánicas y eslavas eran usualmente cadáveres pútridos, cubiertos de gusanos, no un tipo afable en un traje formal de cena. Sabía que si podía comprender cómo se vería un noble de Transilvania muerto y hacerlo masculino, fálico y demoníaco, podía crear un vampiro que fuese realmente aterrador y no chispeante”. Para el realizador es de suma relevancia que el vampiro ofrezca ese aspecto, elemento esencial para que el vínculo con Ellen, primero espiritual y finalmente físico, se revele en toda su inmensidad. “Uno puede ver que ella lucha físicamente contra él, tanto con sus ‘ataques histéricos’, como los hubieran llamado en el siglo XIX, y luego con lo que sin eufemismos puede denominarse posesión demoníaca”.

EL AMOR ES MÁS FUERTE

La peste avanza a puerto seguro y, como en la versión de Murnau, el navío que recorre el mar antes de llegar a tierra firme es arrasado por la espectral figura. “El barco de la muerte tiene un nuevo capitán”, afirmaba un intertítulo hace más de un siglo. Una de las escenas más aterradoras de Nosferatu 1922 era precisamente la del conde Orlok recorriendo la cubierta antes de tomar posesión del timón. Eggers decide no homenajearla, tal vez por respeto y a sabiendas de que resultaría difícil, sino imposible, empatar el partido. Pero más allá de las diferencias, que las hay, el estadounidense nunca deja de lado la existencia de film seminal. “Amo la novela”, declaró Eggers, “pero está un poco saturada de elementos victorianos. Algo que me gusta de la adaptación de Murnau es que se presenta como un simple cuento de hadas, algo que está presente en el núcleo de la novela de Stoker, tan adaptable y versátil que ha mantenido a la gente inspirada durante el último siglo. Lo que me gusta de la versión de Murnau es que termina con la protagonista femenina transformándose en la verdadera heroína. Me pareció que todo era potencialmente más excitante si el film era narrado a través de sus ojos, más complejo en términos emocionales y psicológicos que la historia de aventuras de un vendedor de bienes raíces. Aunque se trate de una película de terror -que incluso ofrece un par de saltos y sustos- no deja de ser un romance gótico, un cuento de amor y de obsesión”.

 

Desde luego, allí está el médico que abandonó la práctica para dedicarse al estudio de lo oculto, el suizo von Franz, que Dafoe transforma en otro de sus personajes bigger than life. De hecho, el tono de su performance está en una escala diferente a la del resto del reparto, una elección deliberada de Eggers que rompe con la gravedad de gran parte del relato, introduciendo incluso algún que otro paso de comedia en un film de otra manera muy serio, por momentos solemne. Pero más allá del intento desesperado de dar con el sarcófago del conde y acabar con su no-vida a la vieja usanza, meta palo y un digno martillazo en el pecho, Nosferatu 2024 retoma las enseñanzas del cineasta alemán: las fálicas estacas son reemplazadas por la belleza y el deseo sexual. La muerte del vampiro no resulta de la caza del hombre al rescate de la doncella en peligro sino, por el contrario, gracias al poder de atracción de la víctima aparentemente ideal. Así, el viejo vampiro, que sabe por vampiro pero más por viejo (puede oírse su voz rasgada, cargada de un fuerte acento rumano y aquejada por un ronquido que parece consecuencia directa de la falta de aire) termina cayendo en la única trampa que no pudo imaginar. “Thomas cree que él es el héroe, pero en realidad su esposa, a quien todo el mundo tilda de loca y le dicen que se calle e incluso la atan a la cama, es la única que puede resolver el problema. Eso es mucho más interesante”.