La secuencia vino de la mano de Oscar Zárate, dibujante argentino radicado en Londres desde hace medio siglo, colaborador de Alan Moore y nutrido etcétera. Un grupo de siete u ocho fotos en blanco y negro, grano generoso, tomadas sesenta y cinco años atrás, seguramente por un Zárate juvenil o alguien haciéndole la segunda, teniendo en cuenta que Oscar sale en varias. Las tres primeras fueron sacadas en el festejo de año nuevo 1959-1960 de Editorial Frontera. En ellas, un sonriente Héctor Germán Oesterheld, director de la fulgurante empresa, da el disparo de salida. 1960 arranca. Brindis, chin-chin, risas, jolgorio. El clima es de celebración, el futuro pinta promisorio, todo el país lee las revistas que publica esta gente. La historieta argentina ya no es la misma y sentada a la mesa se encuentra su plana mayor. En algún momento de la noche, Hugo Pratt se apoderará de la guitarra que aparece a la derecha para castigar a los asistentes con un repertorio completo de baladas. Pero Pratt y Oesterheld no son las únicas luminarias. Alberto Breccia, Francisco Solano López, José Muñoz, Pablo Pereyra, Balbi, Zoppi, Vogt, Durañona, Rubén Sosa y otros monstruos del dibujo se reparten la sidra y el pan dulce sin contemplaciones. El resto de los asistentes –cadetes, contables, armadores–, parece estar pasándola mejor incluso. Por las ventanas abiertas se cuela algo del negro de la noche sin luces que propone el río (el ambiente es el de una sala de fiestas de algún club náutico por Vicente López), esperando afuera el momento de llevarse lejos a buena parte de los asistentes en una marea de tinta china.
El resto de las fotos confirma un poco esta sensación de partida, o quizás sea justamente aquello que la ha sugerido. Algo posteriores, se ubican en los salones más bien impersonales de diversos barcos que están a punto de zarpar. Se trata de despedidas: Pratt, que se vuelve a Europa, Luis Destuet, que marcha con rumbo incierto, Juan Carlos Aznar, que deja la historieta para convertirse en pintor en París con boina y todo. Muchos de los nombres han sido comidos por el tiempo (no tantos, en realidad: Zárate tiene una memoria admirable). Hay alguna gravedad en los rostros, producto de la incógnita asociada a los grandes viajes; las sonrisas han perdido espesor y se trabaja más a la altura de la cejas. Qué bien vestía este gente, incluso para tomarse el buque. Se adivina que a sus espaldas comenzaba la debacle de Frontera, con un imprentero vampirizando a la editorial floreciente a través de ediciones piratas y endeudamientos arteros; mientras que Abril, la otra gran usina laboral, empezaba a ver esa cuestión de los dibujitos con suspicacia (Civita se desharía de todas sus publicaciones del ramo hacia 1962). Sólo Columba resistiría, la paloma con el olivo de la esperanza en el pico, revoloteando en torno a un arca llena de dibujantes. Notable que el olivo de la esperanza coincidiese con aquel que se tomaban los muchachos.
De manera que las fotos, sopesadas en conjunto, resultan también un balance agridulce de la época; uno que empieza con un triunfo y termina con una desbandada, muy al gusto de los guiones de Oesterheld. Sin embargo, hay huidas ilusorias y finales con trampa. Volvamos a las fotos del comienzo, las del fin de año de Frontera, tan alegres ellas. Es que, sentado en esa mesa, brindaba no solamente el presente de la historieta argentina, sino también el futuro de buena parte de la europea. Quiero decir, los tipos que definieron un estilo (sacando al dibujante de los Pitufos) y aquellos que la dibujaron magistralmente, estaban ahí reunidos. Casi como por arte de magia. En fin, siempre se dijo que este era un país generoso, ¿no?
Quedémonos con esas fotos, con la alegría de esa gente. Tenía motivos para brindar. Ojalá consiguiera un poco de eso que están tomando.