“La mariposa monarca no pide visa para pasar de México a EE.UU., y tampoco nadie le pide visa en su viaje que atraviesa países”. Esta reflexión de Alexander Guerra en la inauguración de su muestra, brinda la clave de la operación conceptual que habita las obras de El viaje natural de las cosas: una “naturalización literal” de los procesos migratorios frente a la fobia cultural, por un lado, y el maniqueísmo político que generan los flujos migratorios.

En este sentido, acudir a la gesta natural para dar cuenta de la gesta de los desplazados, produce un efecto de distanciamiento necesario para habilitar el doble juego de naturalización-desnaturalización, donde la muestra de Alexander deviene en experiencia de desterritorialización del propio espectador.

El montaje en el Museo de Ciencias Naturales de Salta (Mendoza 2), cobra centralidad para crear ese entre lugar al cual el espectador es extrapolado a través del contrapunto entre el orden natural de las cosas y las asimilaciones de la cultura: nombrar, justificar, catalogar. Entre animales disecados y la narrativa zoogeográfica del museo de ciencias, aparecen mochilas-mariposas, gorras-nidos de trabajadores golondrinas, zapatillas-lepidópteras, como artefactos borradores de fronteras, de lenguaje, de narrativas.

Nos detendremos en dos obras que dan cuenta de la potencia distanciadora de El viaje natural de las cosas. La primera, Especímenes, es una propuesta interactiva donde conocidos del artista se sacaron selfies bajo la idea lúdica de los carteles de Se busca. Esas fotos intercaladas con cometas de papel, pegadas en blanco y negro con la catalogación de Migrante sobre vidrios que encierran animales disecados, la mayoría en peligro de extinción, produce, en términos del biólogo y filósofo Humberto Maturana, un lenguajeo. La especie que creó el museo para ir a observar a otras especies, ahora es observada, y la deriva cultural activa vasos comunicantes con la deriva natural. Las operaciones se vuelven múltiples: un espectador colgado como un espécimen en el vidrio de un museo de ciencias naturales, jugando a ser un migrante buscado entre otros especímenes disecados. Este caos narrativo de temporalidades superpuestas y universos aparentemente disociados entabla nuevas consecuencias: “el mundo que vivimos recién comienza a existir cuando lo creamos a través de nuestro hacer”, asegura Maturana.

Comparto una pregunta que me surgió mientras veía la muestra, ¿qué sensación despertaría si esas fotos estuvieran en el vidrio de un museo estadounidense, o egipcio? ¿Qué animales disecados posarían detrás de esas caras y cómo variaría el vínculo del viaje natural de las cosas? ¿La expresión fija de la selfie se transformaría al sustituir un quirquincho de fondo por un camello? Y es que ese contrapunto abre un pasaje de lo zoogeográfico a lo geopolítico, donde el rostro del Migrante deviene símbolo de la adaptación de la especie.

En el mismo sentido, la obra Volando al resplandor (técnica mixta con materiales varios) presenta una mariposa pixelada, con apariencia de cuadro decorativo, colgada al lado de una colección de mariposas ensartadas en alfileres. “Lo pixelado remite, por un lado, al vínculo que establecemos desde las redes con el otro migrante, con nuestro propio lugar de procedencia y, por otro lado, es desde la mirada que pasa por el filtro digital que se gestan las diferentes migraciones”, explica Alexander. También aquí entra en tensión el vínculo entre el observador y lo observado, el artefacto como parte de la obra de arte contemporánea discute la “legalidad estética” de los museos, del mismo modo que la intervención digital legitima o no el sueño de un migrante.

El viaje natural de las cosas se constituye como una experiencia de narrativas y materialidades múltiples, haciendo de sí misma una poética de la migración: un artista cubano, pidiendo en una provincia andina fotos, mochilas usadas, herramientas de trabajo viejas para instalarlas en un museo de ciencias cuyos ejemplares disecados nada tienen que ver con el mundo marítimo y costero del caribe. Un artista que no es de aquí, produciendo obras que son de aquí, en un museo que no es para exhibir arte, en un mundo que digitaliza los territorios y destirritorializa a las especies. Y, sin embargo, están las mariposas, las mochilas aladas, las valijas con las plumasde Ícaro, quien cayó al mar en el afán de volar alto, las cometas de la infancia como potencialidad de retorno. Hay en esta exposición un entramado de belleza que reivindica sobre la tragedia migratoria de la actualidad, la vitalidad creativa que en su deriva el migrante aporta para ser a través del hacer humano.