Si algo distingue a Olga, el canal de steaming más visto del país en 2024, es su capacidad para marcar agenda. Los últimos cuatro minutos de la emisión del 12 de diciembre del programa Mi primo es así —conducido por Martín Rechimuzzi, Evelyn Botto, Noelia Custodio y Tomás Kirzner— lograron colocar al canal en boca de quienes probablemente ni sabían de su existencia. El segmento final, una puesta en escena del nacimiento de Jesús (sin mención directa ni contexto bíblico claro), se convirtió en blanco de críticas dispares, desde acusaciones de antisemitismo hasta discusiones sobre los límites del humor que, no por distraídos, erran el blanco. ¿Es esto todo lo que podemos decir sobre Olga? ¿Sólo puede molestarnos si ofende una religión? Probablemente no, y tenemos más de una razón para hacerlo.

Un desfile de ofendidos

Para este texto, revisamos distintos programas de tevé, streaming, editoriales radiales e innumerables posteos que hablaban de esos mucho menos de 5 minutos que duró el sketch que, a ojo de loca, intuimos que ¡realmente nadie vio! Muches opinantes admitieron no haberlo hecho. Algunos confundieron Olga con otros canales como Luzu o Blender, o consignaron mal los nombres de los conductores. Sin embargo, no quisieron perderse la oportunidad de subirse a la ola de indignación colectiva y quedar en el lugar aparentemente correcto.

Como lo de disfrazarse de pesebre ya se había hecho en Luzu y en el programa de Tomás Rebord muchos aseguraron que se trata de un ataque sistemático a la religión cristiana. De hecho, el cura negacionista Olivera Ravasi organizó un escrache con misa incluída que coincide con una poco cálida pedida de disculpas por parte de los conductores del programa.

También se hizo referencia a la apertura de los Juegos Olímpicos de Francia y cómo se “burlaba” de la última cena (aunque la referencia fue "La fiesta de los dioses" de Jan Harmensz). 

Como en X (antes Twitter) las críticas tomaron tintes antisemitas (hacían notar una supuesta sobrerepresentación de judíos en los streamings).

El peak moment del show de contorsiones argumentales fue cuando en un canal de televisión propusieron al elenco de Olga hacer como “María José Gabin hizo para Teatro por la Identidad” en referencia a “una obra humorística sobre los desaparecidos” para la cual se le consultó a Madres y Abuelas antes de llevarla a cabo. Tal vez el Papa era un poco menos accesible, pero el argumento es ingenioso.

Quien se lleva el premio al compungido del año es Tomás Dente, que llevó hasta las lágrimas un descargó contra Araceli González, madre de Toto Kirzner: “Ninguna autoridad del gobierno se pronunció, la Iglesia no se pronunció, ¿cómo puede ser? Estamos naturalizando una blasfemia contra Jesús y contra la Virgen María que te acompaña en los momentos más duros (...) Yo soy capaz de morir por mis creencias religiosas. Si alguien me pone un arma y me dice negá a Dios o te mato… ¡Matame!”. El plot twist fue Dente diciendo que “ellos pueden meterse con la Virgen o San José pero yo no puedo hablar del cuerpo (...) de la gorda impresentable que hacía de la Virgen María. ¿No es asimétrico eso?”.

La confusión reinante, sumada al tono exagerado de las reacciones, nos lleva a una reflexión más profunda: ¿Podemos hablar de lo que pasó desde nuestra propia agenda? ¿Podemos hablar del arte sin invocar al Espíritu Santo?

El mal gusto

Las justificaciones de parte de algunas de las voces de Olga fueron en nombre del humor, la experimentación y el arte. Dijo el hijo de Suar y Gonzalez: “Son riesgos que uno tomó. Fue un chiste reciclado que se ha hecho incontablemente (...) en un contexto humorístico pura y exclusivamente”.

Pero aunque otras obras a lo largo de la historia reciente han sido herejías y criticadas por eso mismo—"La vida de Brian" de Monty Python (1979), "Like a Prayer" de Madonna (1989), "Piss Christ" de Andres Serrano (1987), "The Last Temptation of Christ" de Martin Scorsese (1988)— algunas incluso censuradas, ninguna se realizó con tan poca capacidad de ejecución, desidia y mal gusto.

Es que el mal gusto puede también ser maravilloso, si se hace bien, claro. Dijo John Waters (Female Trouble, Pink Flamingos, Desperate living), en una entrevista con The Guardian en 2010: "Me enorgullece ser un conocedor del mal gusto. El mal gusto es malo y no puede disfrutarse, pero el buen mal gusto es bueno y puede ser divertido y liberador”. 

En Shock Value: A Tasteful Book About Bad Taste (Shock de valor: Un libro finísimo sobre el mal gusto), una autobiografía del cineasta publicada en 1981, Waters defiende el mal gusto como una expresión artística válida, argumentando que desafiar las normas estéticas convencionales puede conducir a formas más auténticas y emocionantes de creatividad. Waters celebra lo grotesco, lo camp y lo escandaloso como contrapesos al arte considerado "elevado" o "respetable". Sin embargo, para que el mal gusto tenga impacto, debe ser inteligente, autoconsciente y deliberado. No es simplemente "malo" por descuido, sino que utiliza lo vulgar como herramienta para desafiar los límites.

Necesitamos hablar de Olga, no por blasfemo sino porque carece de la sofisticación necesaria para trascender las normas estéticas convencionales. No es disruptivo ni provocador; es una muestra de desidia artística, una imitación que no aporta novedad ni desafío. Sin pasión, lo vulgar es meramente decorativo.

Lo camp

Por la misma época en la que Waters pensaba sus primeras películas, la escritora feminista Susan Sontag escribía un ensayo titulado “Notas sobre lo camp”, un punteo de 58 ítems que describen aproximaciones sobre lo que ella denomina una sensibilidad, ese “amor a lo no natural: al artificio y la exageración” que conecta con lo queer, la homosexualidad y la cultura kitsch, aunque no la ata a ninguna de ellas. “La manera camp—dice la autora—, no se establece en términos de belleza, sino de grado de artificio, de estilización”. Es una admiración por las obras fallidas, que fueron hechas con seriedad. ¿Podemos pensar el sketch de Olga en esta clave?

Lo camp se define por su relación irónica con el arte, por su capacidad de trascender la mera seriedad. Sin embargo, como advierte Sontag, el camp logrado requiere autenticidad y un sentido del estilo que el sketch de Olga no tiene. “Probablemente, pretender ser campy sea siempre peligroso”, dice Sontag en su punto 20 sólo para rematar en el 24: “Lo simplemente malo (más que camp) suele serlo a causa de una ambición demasiado mediocre”.

Pensar lo camp es pensar aquello que con una pasión irrefrenable ha fracasado, pero que permite ver la fuerza vital de la que nace, ese artificio de la impostura. El sketch de Olga, por su falta de pasión y ejecución mediocre, se queda corto incluso dentro de esta categoría. No es un homenaje ni una parodia efectiva, carece de fe de sí mismo; es un intento fallido que sólo expone los límites creativos del equipo detrás de la producción.

Necesitamos hablar de Olga porque sobran las personas que con irrevocable fe de sí mismas fallan, y aún así crean lo maravilloso. ¿Por qué no vemos a estas personas? ¿Dónde están?

La opulencia

En su video "Opulence", Natalie Wynn, más conocida como Contrapoints, explora la estética del lujo y hace una afilada crítica a la relación de la opulencia con la opresión y la desigualdad social.

"La opulencia es una estética de exceso, de riqueza desmesurada que, en un mundo de desigualdad extrema, puede ser vista como una afrenta”, dice la videoensayista. Piense usted en los traperos y las letras que cantan: eso es la opulencia. Wynn, remarca además que a pesar de que “vivimos en una sociedad donde el valor se mide por la acumulación de bienes materiales, y la opulencia se convierte en un símbolo de éxito”(...)"la opulencia, aunque seductora, nos obliga a confrontar las realidades incómodas de la desigualdad y el privilegio en nuestra sociedad".

Necesitamos hablar de Olga, porque durante toda la semana anterior a este sketch el gran tema en relación a los streamings era el traspaso de figuras desde Luzu. Porque los que se pasaban anunciaban que era la casa de streams que mejor pagaba, que tenía mejores condiciones, que tenía mejores marcas. Desde los medios tradicionales se habla de convivencia con el formato del vivo online pero con un tono de envidia y resignación marcado por estos factores: la plata está ahí.

Aún así es un producto de un ecosistema cultural que confunde provocación con calidad, y donde el ego reemplaza al esfuerzo artístico.

Necesitamos hablar de Olga porque con la plata que hay ahí se pueden hacer cosas mejores, con el mejor mal gusto, con la mayor sensibilidad estética, con el mejor cuidado ante la desigualdad de los medios. Tenemos que hablar porque sino parece que los únicos habilitados para hacerlo son los medios que se ofenden, y hasta ahora ninguno dijo nada interesante.