La crisis de 2001 y la masacre de Cromañón fueron “el secundario” para el escritor Walter Lezcano, porque en esos dos hitos que vivió de joven aprendió más sobre las instituciones argentinas –o sobre su ausencia– que en cualquier apunte o libro escolar. En esos años, construyó una identidad musical que había pasado por varias estaciones, desde La Renga y Los Piojos hasta los Strokes. La cumbia villera, que retumbaba cerca de su casa en el sur del Conurbano, no le gustaba. “Emergía de situaciones violentas y no la disfrutaba; no había ni una búsqueda ni una liberación. En cambio, el rock era algo vital y escuchar mejores canciones me hacía sentir mejor persona”, cuenta el escritor.
Lezcano venía escuchando El mató a un policía motorizado desde 2004, pero recién en 2008 los fue a ver en vivo en Quilmes. “Eramos pocos y estábamos súper conectados; sentí que había encontrado mi banda en el mundo”, recuerda el autor de La ruta del sol - La trilogía de El mató a un policía motorizado, que Gourmet Musical acaba de reeditar por tercera vez. Centrado en los tres EP publicados entre 2005 y 2008 (Navidad de reserva, Un millón de euros y Día de los muertos), cuenta además la experiencia iniciática de Lezcano con la banda, a la que entrevistó en profundidad; trae flyers que son obras de arte en sí, y 21 dibujos y letras de Santiago Motorizado adaptadas en formato poético. Este jueves 7/12, Lezcano lo presentará en Libros Ref junto a Fabián Casas, Leandro Donozo y Alejandro Lingenti.
Nacido en Goya, Corrientes, el autor es docente de literatura, periodista y escritor de novelas, cuentos y poesía. En estos días trabaja en una biografía del grupo Suárez y el año que viene lanzará Días distintos - La fabulosa trilogía de fin de siglo de Andrés Calamaro (también vía Gourmet Musical), una suerte de conjetura sobre cómo Alta suciedad, Honestidad brutal y El salmón anticiparon el desastre de 2001. También está por presentar la novela Luces calientes, “una ficcionalización de Cromañón”.
¿Cómo fue tu recorrido en el rock hasta convertir a El Mató en tu banda en el mundo?
–Siempre me gustó el rock y en los noventa seguí a bandas como La Renga. Quizás como forma de diferenciarnos de la cumbia, que era lo que más sonaba en el barrio, los que escuchábamos rock compartíamos valores aspiracionales de respeto, de ser buena gente. Cuando Callejeros saltó a la fama, yo pensaba que esos tipos no habían escuchado mucha música, que su discoteca eran tres discos de Los Redondos. La pirotecnia me molestaba e incluso en un Obras de Los Piojos me saltó una chispa en la panza. Fue una señal de que no era por ahí. Cuando empecé a escuchar a El Mató sentí que había una reinterpretación de las cosas que me gustaban, una especie de nuevo punk sucio.
¿Por qué lo asociaste con el punk?
–Quizás porque no lo sentía como el estereotipo del punk destructivo. Me acuerdo cuando escuché Sobredosis de droga, que el tono del Chango –Santiago Barrionuevo, cantante y bajista– era el de un punk que busca salir de la realidad o imponer la suya frente a la que tira el sistema.
¿Cómo definirías al público de la banda?
–Creo que el público comparte las mismas inquietudes artísticas y musicales que el grupo, así como los valores de tolerancia, aceptación y festejo. Incluso el pogo es respetuoso y durante el show hay gran conexión entre la gente, con la banda y con uno mismo. El Mató no tiene mensaje o quizás no lo tiene del todo claro. Lo que transmite es un aura. En cuanto al Chango, el público conecta con esa imagen de tímido, con cierta sensación de pérdida, que es la antítesis del clásico macho que te quiere seducir arriba del escenario, está en las antípodas de Bon Jovi en plan “seduciendo a la audiencia”.