¿Hasta qué punto la interpretación de Antígona, propuesta por Lacan en 1960, es radicalmente nueva? Más allá de la interpretación hegeliana en términos del conflicto entre las leyes de la ciudad y las leyes divinas, subraya la ausencia de conciliación final. La joven encarna un absolutismo del deseo que ya no obedece a la dialéctica.

La posición de Antígona es, para Lacan, la del "punto de mira que define el deseo", una posición que presupone apoyar la no reconciliación. Antígona es absolutamente irreconciliable y "dibuja su brillo" del lugar que ocupa. Podemos considerar que esta posición extrema es su respuesta al destino.

No ceder a la maldición

Antígona no tiene miedo de afirmar su deseo a Creonte, y esto no para derrocar el poder de Creonte, sino para inscribir el nombre de su hermano en el campo de lo simbólico. Afirma el deseo de inscribir su linaje en lo simbólico como única respuesta a la maldición resultante del crimen. En resumen, Lacan responde a Sade con Antígona. El "enigma" de Antígona es "el de un ser inhumano", tan inhumano como podría ser cualquiera que haga de la máxima sadiana su máxima de acción. 

Se necesita esta inhumanidad para poder no renunciar al deseo, para poder responder a la voz del superyó, es decir, a las garras del destino. 

Antígona va así más allá de los límites humanos, porque "su deseo apunta a [lo que está] más allá del Até", es decir, más allá de la desgracia. 

Aunque Antígona consiente su trágico destino, sabiendo que es hija de Edipo y Yocasta, al igual que Polinices y Eteocles, no cede a la maldición. Debido a que ella misma proviene de un linaje maldito, no renuncia a este requisito de responder a la maldición honrando la muerte de un hermano. 

Antes de ser hijo de una unión incestuosa, Polinices es un ser que ha vivido, que ha llevado un nombre, que ha entrado en la cadena significante y que tiene derecho a un funeral.

Violar los límites del destino

El modo de presencia de Antígona, que Lacan llama "agudo" es el modo de presencia del deseo, del deseo hecho visible, del deseo en la medida en que está en el punto mismo donde la muerte invade la vida y responde a ella. Para que el deseo no sea aplastado por el destino, debe afirmarse más allá de él. 

Antígona para Lacan es "la única [...] quien, por su deseo, viola los límites del Até", aquella que la desgracia no detiene, el que no cede a la crueldad del superyó. 

Antígona sostiene "el valor único del ser" de Polinices, desligada del destino. Esta es la pureza del deseo de Antígona, pues es un deseo que logra separar "el ser de todas las características del drama histórico que atravesó". Convirtiéndose así en "la guardiana del ser del criminal", enfatiza la dimensión de ser más allá del crimen. Puede estar frente a Creonte sin temer las consecuencias de su decisión, porque ya está, según Lacan, "tachada del mundo de los vivos". 

Es, en efecto, esta posición extrema y radical la que llevará a Lacan a articular el precepto que será la culminación del Seminario VII: "La única cosa de la que uno puede ser culpable, al menos desde la perspectiva analítica, es haber cedido a su deseo".

*En el Blog Psicoanálisis Lacaniano.