“Me enamoré de la policía desde el primer día”, confiesa Valentina, una productora de contenidos audiovisuales. “Los policías nunca fueron los malos. Son los obreros más maltratados y peor pagos de todo el sistema. Los peones que cargan en el lomo todo el peso de una sociedad viciada”, agrega la protagonista de Diario de Rosario, desmesurada novela de Paloma Fabrykant en la que construye una voz tan irreverente como disruptiva. No hay un panegírico de las fuerzas de seguridad, sino que intenta revisar “el odio a la yuta” inscripto en la órbita “zurdo-progre-trosko-peroncha”, como sugiere la propia narradora enviada a cubrir lo que sucede en el corazón narco de una de las ciudades más peligrosas del país.
“Me esmero en separar a la autora de la narradora, pero durante la escritura fue complejo”, reconoce Fabrykant, que actualmente es guionista del programa de televisión Bendita. “Ver a los personajes como si fueran alter egos de los autores mata la literatura, pero durante el proceso de escritura partía de algunas experiencias personales para armar la novela”, admite la escritora y periodista, que trabajó en Policías en acción y publicó su primer libro Cómo ser madre de una hija adolescente, escrita por una hija adolescente a los 19 años.
A Fabrykant (Buenos Aires, 1981), hija de la escritora Ana María Shua y del arquitecto y fotógrafo Silvio Fabrykant, le gusta explorar mundos que a veces podrían parece incompatibles desde una perspectiva habitada por los prejuicios. Desde los 12 años se interesó por las artes marciales, cursó la escuela secundaria en el Colegio Nacional de Buenos Aires y llegó a pelear como luchadora de Artes Marciales Mixtas (MMA, según las siglas en inglés). Cuenta que para escribir Diario de Rosario tuvo que hacer un desdoblamiento. “En estos lugares de Rosario estuve yo, Paloma, la autora, e hice determinadas cosas, pero cuando está Valentina va a hacer otras, porque necesitamos que la acción corra de una manera frenética y llena de aventuras, mucho más divertidas que en la vida real. Para que pasen estas cosas que en la vida real no pasan, necesitamos un personaje que sea como un alter ego sin frenos, desatada y enloquecida, porque si no no había manera de generar situaciones de acción, de violencia y de peligro. A partir de lugares que conocí y en los que estuve, el personaje toma decisiones que no son las que yo tomé”, aclara la escritora, que trabajó en agencias de publicidad, redacciones periodísticas, corresponsalías y sets de televisión.
Como periodista y productora acompañó muchos procedimientos policiales. "En Diario de Rosario, el ejercicio literario consistió en cortar pedacitos de cosas que vi, con otros pedacitos que me contaron, pero siempre con una documentación real del territorio”, destaca Fabrykant. “Me da más miedo morir sin haber vivido. Siempre me dio más miedo perderme la gran noticia porque no fui. Si me voy a morir, me voy a morir abrazando la cámara, y que la tarjeta no se pierda y llegue al canal o a la productora. El miedo de perderte esa gran cobertura es más importante que lo que realmente te pueda pasar”.
En la matriz de la novela estaba el enamoramiento de Valentina con la policía, un detalle que tiene una correspondencia real con el trabajo como periodista de Fabrykant. “Tenemos en común la narradora con la autora el hecho de ser de una familia progre, hija de exiliados que le tenían miedo a la policía, y que se encuentra de pronto al tener que trabajar con las fuerzas policiales con un costado humano desconocido por completo. Detrás del uniforme, hay personas que tienen problemas, que son de clase trabajadora, que por hache o por be llegaron a la policía por vocación, quizá por inocencia o por necesidad, y que no son los malos de la película”, explica la escritora. “No te encontrás con policías que te digan: ‘me gusta reprimir, soy malo, quiero que todos los pobres se mueran, mantener el status quo y pegarles a los abuelos’. No funciona así la cabeza de un policía. A la hora de crear el personaje, hago que la protagonista sea exagerada, que se enamore de la policía dramáticamente, y luego se desenamore hacia el final de la novela y diga: ‘no quiero hablar con un policía nunca más’”.
Diario de Rosario la empezó a escribir cuando todavía gobernaba el kirchnerismo. “Obviamente ahora el libro hace un ruido, que no es el mismo ruido que me gustaba cuando lo escribí, porque era una voz disonante que cuestionaba el clima de época progre. Me daba cuenta de que se había divorciado el exceso de corrección política, el exceso del discurso progre casi obligatorio, con lo que una gran parte de la sociedad estaba sintiendo”, reflexiona Fabrykant. “No te voy a decir que me vi venir el triunfo de (Javier) Milei porque nadie lo vio venir, pero el discurso progresista se había pasado de rosca. La mayor parte de los chicos que integran la policía terminan surgiendo de las mismas villas, de la misma cantera de personas que han tenido vidas difíciles. Yo quiero discutir con cualquier intelectual que te diga que los policías son unos hijos de putas porque eso no es verdad”.
-¿Por qué a los sectores progresistas les cuesta comprender esta cuestión de que la mayoría de los miembros de la policía son pobres o vienen de familias muy humildes?
-Lo ven como una traición a su propia clase social, porque la policía defiende el status quo y no apoya una revolución marxista, que ya no puede pasar. Se cortó el hilo lógico en alguna parte, porque no estamos viviendo en este momento una revolución de clases donde los pobres puedan tomar las fábricas. No estamos en Cuba en el '59. Hay que bancar a la gente que está más o menos defendiendo las instituciones para que no se caiga todo abajo. ¿Qué querés, la anarquía? La anarquía no ayuda a nadie. Necesitamos personas que hagan cumplir la ley y que usen la fuerza; es un trabajo que hace falta y que no es grato. Si no hay policía, si no hay ley; si no hay Estado, vivimos en la anomia. Quiero que haya un Estado fuerte, una justicia menos corrupta, políticos menos corruptos, policías menos corruptos. Si alguien plantea que está en contra de la recolección de arroz porque daña el medio ambiente y putea al arrocero, se está metiendo con el eslabón más débil de la cadena. Andá y puteá el empresario que compró la tierra y decidió usarla para eso; es muy poco pensante agarrártela con el más débil. La anarquía no le sirve a nadie; destruir al Estado no le sirve a nadie. Subió uno que está destruyendo el Estado; mirá qué mal que nos va... No era tan ilógico buscar un Estado fuerte con una policía formada y una justicia no corrupta. Pero perdimos esa oportunidad.
-Hay un momento en que Valentina participa de un operativo y acepta llevarse dinero con el camarógrafo. Ahí aparece la pregunta fundamental: ¿aceptar o no aceptar? La narradora dice que era más complejo no aceptar, ¿no?
-Ojalá eso me hubiera pasado a mí (risas). Puse esa escena porque cuando trato de estar en la piel de los policías pienso que muchos empiezan incorruptibles, quieren ser los que van a cambiar las reglas y no se van a dejar sobornar. ¿Y qué pasa? Imaginate que trabajás en un lugar, entre todos deciden que van a repartir el dinero y no estás de acuerdo. Tus compañeros empiezan a mirarte feo, empiezan a apartarte. Quería reflejar cómo una persona llega a la primera crisis, si acepta o no el dinero, y me imagino que la mayor parte de la gente que llegó a esa situación no tuvo más remedio que agarrar. Quise reflejar cómo es el primer momento en que comienza la corrupción, incluso del que entró con la idea de hacer las cosas bien. Esa experiencia de corromperse desde el chiquitaje en la Argentina es algo que sucede en todos los trabajos y no solo en la policía.