En Políticas del acontecimiento, el sociólogo italiano Maurizio Lazzaratto invierte la definición marxista, para pensar el capitalismo de hoy no como un modo de producción, sino como una producción de modos. El neoliberalismo, ante todo, fabrica mundos. Al fabricarlos no sólo crea el objeto que va a ofrecer al consumo, sino el mundo donde el objeto existe, y al proceder así, crea a la vez, el mundo donde el sujeto mismo existe. Son mundos basados en “promesas de un paraíso” al que se accedería por pertenecer. Para que eso suceda “las almas y los cuerpos” de los trabajadores y consumidores deben estar incluidos. Esto es clave para el funcionamiento del sistema: la fabricación de mundos se encarna en los cuerpos.
Con ese fin, a través de los distintos medios, las campañas publicitarias hacen su trabajo vendiendo “tiempo de cerebro disponible”. El tiempo es el objeto, el producto más relevante porque condiciona el proceso. Con esto conquistado, lo demás viene solo. Son tecnologías “de la memoria” que actúan a distancia sobre la atención y así van interviniendo sobre los deseos. (No puedo dejar de articular lo que dice Lacan: “Hay algo que está ligado a la dimensión del tiempo, es el objeto a”).
Esta claro que consumir no se limita a comprar simplemente productos materiales. Para pensar los padecimientos de hoy, hace falta situar esta especie de intervención sobre las vidas que busca producir adhesión a un universo constituido, básicamente, por vías discursivas que van diseñando una modalidad para todos por igual, modos de tener un cuerpo que incluyen el vestirse, el pasear, el viajar, el comer. En estos “mundos para nadie”, enlatados, formateados, vacíos de toda singularidad, los desvíos, propicios para cualquier salida están bloqueados. Hoy, el poder afianza la reproducción.
A pesar de la enorme pérdida subjetiva en juego, es innegable que esa promesa de paraíso --muy potente como imagen-- como las promesas en general, fascina.
¿Qué hace posible esta entrega de tiempo a la manipulación? ¿Qué genera esa expectativa creyente en la promesa ofertada por la macropolítica? ¿Qué consecuencias trae lo que hay en su revés, en el revés del objeto manipulable, ni más ni menos que la renuncia al “espectador emancipado” del que nos habla Rancière? “No hay teatro sin espectador”, nos dice.
Se trata de una matriz compleja que se nos presenta en nuestro cotidiano y en nuestra propia práctica en el consultorio. Por ejemplo, cuando Lacan se plantea qué se nos demanda cuando se nos pide tratamiento, se pregunta: “¿El final del análisis es lo que se nos demanda?” Se contesta que no: lo que se nos demanda es la “felicidad”.
Otra manera de nombrar el paraíso, son términos prácticamente equivalentes: en ambos se pretende descontar el resto. Lacan nos recuerda que el “soberano bien” le importa al hombre desde siempre, razón por la cual la felicidad devino un factor de la política. A la “disciplina de la felicidad” aristótelica le contrapone la práctica analítica diciendo que el analista se dispone a recibir esa demanda de felicidad, pero sabiendo no sólo que él no la tiene, sino que no existe. Aunque si los analistas tenemos trabajo es porque no se quiere saber nada de que no la haya, es evidente que las investigaciones del sistema encontraron muy bien donde dar a morder el anzuelo.
No hay objeto que pueda colmar la división subjetiva. Por el contrario, lo que el analista tiene para dar, no es el bien, insiste Lacan, es su deseo, de hecho, para conducir un análisis, hace falta “haber chocado con ese límite que es donde se plantea toda la problemática del deseo”. Límites que se ponen en juego, reactualizándose en cada consulta.
Suely Rolnik despierta mi interés cuando lee que hoy, en el neoliberalismo, “hay una especie de cafisho del deseo”. El deseo está colonizado y nos propone “descolonizarlo”: autorizar un saber que es propio del cuerpo viviente porque es potencia de creación y que, por tratarse de una fragilidad, el poder lo rechaza.
Este otro saber es una experiencia que nos permite aprender la alteridad del mundo ya no como “un conjunto de formas --esas formateadas que situamos-- sino como un conjunto de fuerzas vivas en disputa, formando distintas composiciones que nos afectan, que producen efectos, como si nos fecundaran”. Gestan en cada cuerpo estados que producen conmoción, pero que no tienen palabra, ni imagen ni tienen texto. No es que no sean reales, son absolutamente reales. Son “embriones” de otros futuros.
Para trasmitírnoslo recurre a la equivocidad de la lengua guaraní en la que se dice ahy’o a la garganta, pero también ñe’e raity, que significa literalmente “nido de las palabras-alma”.Todo un gesto político, por otra parte, que la pensadora brasileña recurra a esta lengua guaraní para situar descolonización.
Que las palabras tengan alma y que el alma encuentre sus palabras es tan fundamental para los guaraníes que ellos consideran que la enfermedad, sea orgánica o mental, se produce cuando estas se separan (tanto que el término ñe’e, que usan para designar ‘palabra’, ‘lenguaje’ y el término anga, que usan para designar ‘alma’ significan ambos ‘palabra-alma’).
Nos encontramos aquí con un destino muy diferente al de los “cuerpos y almas” incluidos en el proceso de los mundos fabricados para todos igual.
Rolnik apela a esta imagen de nacimiento, de germinación, que le aporta esta lengua porque encuentra en ella un saber que le interesa para pensar la micropolítica. Es la experiencia que se da entre una forma de existencia --que aunque causa malestar y hasta padecimiento, el sujeto tiende a conservarla porque le da miedo la despertenencia-- y un acontecimiento por venir, que transformaría esa forma de existencia cuando está sofocando la vida.
Se trata de crear nuevos sentidos para lo que ya está en cada cuerpo de nosotros y que no coincide con las referencias existentes, buscando cómo decir eso que sofoca, y que produce un nudo en la garganta.
Es una experiencia de pasaje que da escucha a esa fragilidad que nos constituye en función de tratar el sufrimiento. Es enfrentarse a lo que no se controla, es valerse de esa “zona torpe de la intimidad” --como la define Vivi Tellas--, y disponerla en el encuentro con los otros. Para que las resonancias que vayan produciéndose, al atravesar los nudos de la garganta que nos son propios, posibiliten entramarnos con los otros desde esa singularidad. Dejando que ese lazo que se va construyendo así repercuta, modificando a su vez a cada uno.
Reapropiarse de la fuerza vital que nos lleve a reencontrar una existencia singular, ¿no es acaso pretender vivir, en vez de durar?
Masu Sebastián es psicoanalista. Socióloga por la Universidad de Buenos Aires. Exdirectora del Posgrado en Psicoanálisis del Ameghino. Autora de Acostar al analista y Un golpe de trasmisión. Entre Lacan y Foucault, ambos Editorial Letra viva.
(Texto presentado en Pensarnos con Estado. Encuentros, estrategias, invenciones. Padecimientos de la época, en las Jornadas del Ameghino de noviembre 2024)