La primera imagen es portando la bandera provincial. Pecho inflado, mirada seria y gesto sólido. No se filtra ni la más mínima mueca de sonrisa. Pasa que David Gauna es así. ‘Firu’, para quienes lo conocen. Minutos después, recibirá el diploma por haber terminado el secundario mediante el programa Fines. Lo hará en el mismo lugar que lo vio crecer como trabajador, que un día le cerró las puertas, pero por el que supo luchar y logró recuperar. Ahí, en el playón de la ex Canale de Lavallol, la actual Cotramel, bajo la mirada de su familia y la de Nicolás Macchi, el motor de muchas sonrisas de la tarde, Firu y muchos más volvieron a tener un motivo para festejar.
La mañana del 30 de octubre de 2018 parece lejos. Fue el día de los telegramas. Un sol frío llenó de dudas a los laburantes de Canale, la fábrica de hojala llavallolense, que les dijo que "prescindían de sus servicios". Todos afuera. Entre ellos, Firu, que cuenta cómo pensó en darle un fin a su vida. La desesperación de no saber qué hacer. El futuro lleno de vacío que lo inundó durante aquel cumpleaños de Maradona. Fue duro, triste, pero que motivó a pelear.
Ese día nació algo. Se gestó Cotramel, la cooperativa que tomaría las riendas de la empresa con muchachos que hoy están terminando el secundario o se están profesionalizando. No nació con papeles, pero nació bajo la mecánica que reinó y reina desde los primeros años post bicentenario para Macchi y los empleados de la planta: la asamblea. Se pone el tema sobre la mesa, se charla, se discute, quizás se pelea, pero se decide. Y se le mete. Sin vueltas.
Rodeados de eucaliptus, el 30 de octubre de 2018 Macchi les prometió que la fábrica no cerraría. Ese mismo día, comenzó el mítico acampe. Pasó Navidad, Año Nuevo, algunos cumpleaños, y siguieron firmes. Resistieron. Pudieron hacerse de la custodia de las máquinas y evitar el vaciamiento. Hoy, seis años después, son los dueños. La Justicia falló a favor meses atrás y, tras momentos de incertidumbre, dolor, bronca, pero mucha convicción, los obreros de la cooperativa llevan adelante a un gigante que supo ser un imperio.
Firu es parte de ese engranaje. Maneja el autoelevador, con el que mueve pallets de envases de hojalata y láminas de hojalata de acá para allá en la brutal nave que “escupe” miles de latas por día. Firu, junto a Mariano, Diego y el Noruego, terminaron el secundario en la misma casa que reconquistaron.
Bajan del escenario y desaparecen entre los brazos de las familias. Familias que se mantuvieron a flote, en algunos casos quizás a medias. Pero están. Los pibes ya no son tan pibes y ven a sus papás cerrar un ciclo. Ven otro paso más de superación. El verdadero ‘Sí se puede’, y no la consigna de un empobrecedor. El mismo que los dejó tirados en 2018.
Hay muchas gastadas. Se gritan apodos. Mucha risotada de hombría que oculta, a fin de cuentas, la emoción del amor. De ver cómo un compañero que no sabía cómo avanzar con su vida, hoy tiene un sueldo, estabilidad y colegio terminado.
Pero no sólo eso cuatro festejaron. Macchi no solo apuntó al Fines, sino que desarrolló un Centro de Formación Profesional en la misma planta. Es el N° 409, que tiene a Elba Gómez como secretaria y de alguna forma como coordinadora del espacio. Se encargó de presentar uno a uno a los egresados. Hubo 96 en 2024, de un total de 175 inscriptos cursando Montador Electricista Domiciliario, Electricista en Inmuebles, Soldador Básico, Herrero, Tornero e Instalador y Reparador de Equipos de Climatización.
Creado en 2022, el CFP empezó a funcionar en 2023. Para Elba, una frase resume la experiencia: “No te querés ir de Cotramel”. Y es real. Para muchos, la cooperativa es sinónimo de resurrección. Fue, según quien lo mire, una resurrección más importante que el ascenso de River. Fue la conclusión de saber que, a pesar de tanto padecimiento, es posible ser feliz.
Fue posible mirando al de al lado, al empalmar el hombro y pelear por el mismo sueño. Fue posible, porque extrañaban el ruido de las máquinas. El sondido del balancín, la guillotina y la línea de producción. Las máquinas italianas que el propio abuelo de Macchi compró en Italia por orden del descendiente de los primeros Canale.
No se van los que la integran y tampoco se quieren ir los que conocen a Cotramel. Como cooperativa, abraza a la comunidad. La sale a buscar. Explica lo que son y ofrece un lugar. Da pertenencia, identidad y objetivos. No te deja solo. Te cuenta que “somos muchos”.
Elba traduce ese sentimiento en tres “lineamientos”. Por un lado, considera que Cotramel se propuso devolverle a la comunidad algo de lo mucho que esta le brindó, especialmente en los primeros momentos que fueron muy difíciles. Caminatas por el barrio con movilización hacia la UOM en Avellaneda incluida son una latencia de la memoria de Llavallol en 2019.
“Atentos a los avances tecnológicos permanentes que atraviesan el ámbito productivo y laboral, el Centro de Formación Profesional integrado en la fábrica se constituye en una herramienta imprescindible para enfrentar los cambios permanentes”, dice Elba. Habla de integración, de conjunción, donde una parte está dentro de la otra y viceversa.
Esa “convivencia edilicia” es el tercer lineamiento. Es una convivencia tecnológica y permanente en el espacio de formación y la fábrica, lo que asegura la ejecución de las prácticas profesionalizantes que se proponen desde el sistema educativo y, así, “se conviertan en el verdadero puente entre el ámbito de formación y el laborable”.
Y funciona. Después de las palabras de Daniel Arroyo, diputado nacional del Frente Renovador que condujo el ex Ministerio de Desarrollo de la Nación y Andrés Contreras, director provincial de Educación Técnica de la provincia, llegó el turno de Luis e Iván. Son dos egresados del centro que hoy tienen laburo gracias a lo que aprendieron. Trabajan de lo que estudiaron.
La expectativa es ampliar la matrícula para 2025 por encima del 80 por ciento. Se decidió abrir el Fines, y que no sea solo para los trabajadores de la planta.
“Venimos de morder el polvo, del infierno, de lo más duro que puede pasarle a un trabajador, pero sentimos que convertimos todo ese dolor en alegría y oportunidades”, dice Macchi. El delegado, el inquieto, el serio que no te deja en banda, el que todavía tiene la sonrisa tensa, el que sigue pensando en su hija Azul de tres años en medio del acampe mientras el salía a pedir pañales, hoy está al frente de la fábrica y la cooperativa.
“Nos llena de orgullo, espero que puedan encontrar su trabajo en una Argentina donde vemos el cierre de fábricas, donde echaron a 400 trabajadores de Firestone, donde Dánica cierra y parece que no está pasando nada”, suelta entre alguna lágrima. Porque a Macchi le cuesta reír, pero suele llorar. Hay muchas esquirlas en sangre que salen de a poco. “Pasa poco, justo hoy, 20 de diciembre, donde se recuerda el 2001 cuando los trabajadores salieron la calle”, rememora al pasar. No como político, como laburante.
No es político, pero habla del valor de la política. La distingue. Asume, analiza y explica que no todo es lo mismo. Y lo dice. “Pueden venir a la fábrica a hacer prácticas las escuelas técnicas, aquellas escuelas destruidas en los noventa y fortalecidas con el kirchnerismo”, sostiene en vísperas de una Navidad que trae nuevas alegrías en títulos, a pesar de que lo que hay para contar del día a día.