Bailando en la oscuridad
Uno de los tantos aciertos de la fotografía de Yasuhiro Ishimoto es su modo de mirar sin ninguna noción preconcebida, como si intentase llegar al corazón del asunto abriéndose paso en medio del caos. Es que su vida, que lo llevó a convertirse en una de las figuras más importantes de la fotografía estadounidense y japonesa de ‘50 y ‘60, tuvo un movimiento semejante. Y de esto se trató la retrospectiva Lines and bodies que cerró este fin de año en la galería Le Bal de París, aunque deja un libro del mismo nombre con textos en inglés que se consigue en la web. Nacido en San Francisco en 1921 de padres inmigrantes japoneses, Ishimoto se crió en la isla de Shikoku en Japón, donde, en condiciones normales, se habría hecho cargo de la granja familiar. Pero su destino fue otro. En 1939, con 18 años, fue enviado a California para estudiar. Pero después de Pearl Harbor, en 1941, fue internado en un campo de concentración en Colorado solo por su origen étnico. Después de su liberación, se mudó a Chicago y se unió al Instituto de Diseño. Allí su mentor, Harry Callahan, le planteaba desafíos como producir un negativo en el que el cielo ocupase un ochenta por ciento de la imagen. Así, profundizó un vínculo poético y personal con el lenguaje fotográfico. Ishimoto regresó a Japón en 1953 y al año siguiente hizo su primera exposición individual. A partir de ahí, su trabajo creció cada vez más. Lejos del realismo dominante en su país de origen, el fotógrafo se dedicó a retratar el lado b del crecimiento económico japonés y estadounidense hasta su muerte en 2012. Contemporáneo de Robert Frank, su obra ha sido comparada con la de su colega de origen suizo: ambos comparten, además de una estética afín, el interés por indagar la vida de la posguerra a través de la fotografía callejera, donde las sombras acechan. Ishimoto aprendió a bailar con ellas para que le señalen el camino.
Con mi balsa yo me iré
Lo pudo haber imaginado Edward Gorey para su propio cuento de navidad gótica: la imagen de un gato ciego que flota en círculos sobre un trozo de hielo en el lago de una ciudad perdida. Pero pareciera que la realidad siempre se esmera en confirmar el cliché. Así fue como los vecinos de Chelmsford, Massachusetts, terminaron viviendo su propio milagro navideño un tanto torcido. Y el pueblo entero se vio movilizado en un operativo para rescatar a uno de los miembros más queridos de la comunidad: Tiki, un precioso gato de pelo largo, que además es ciego y tiene 20 años. No se conocen los detalles de la huida, pero parece que Tiki se escabulló de su casa y terminó flotando toda la noche en un trozo de hielo fino en el lago Nabnasset. Y eso no es lo más impactante, sino que mientras los vecinos se iban reuniendo impresionados frente al lago, el bloque se rompió a vista y paciencia de todo el mundo, y la carita de Tiki, ciego y nadando en el agua congelada, fue lo único que quedó en el horizonte. “Se produjo un crujido y nos pusimos histéricos”, recordó Dawn Felicani, una de las vecinas devenida en rescatista. Con ayuda de un bote de madera y un remo maltrecho, ella y un grupo de gente lograron rescatar al gato justo antes de la tragedia. Consultados por el diario local, las autoridades comentaron que al llegar a la veterinaria, la temperatura de Tiki era tan baja que ni siquiera hizo mover el termómetro: “No es nada menos que un milagro, de principio a fin”, aseguraron.
El secreto de sus ojos
Sting cantaba eso de que era un inglés en Nueva York y de que el asunto lo convertía en un ser extranjero pero legal. Lo suficientemente legal como para comprar un dúplex en el Upper West Side en 2007 y venderlo diez años después a unos 27 millones de dólares. Sting y su pareja, Trudy Styler, ofrecieron en subasta estos días diez piezas de diseño que decoraban ese lugar, como parte de una subasta llevada adelante por la casa inglesa Bonhams. Como parte del lote se pusieron a la venta un dúo de lámparas creado por la artista India Mahdavi, que parecen labios pintados de rojo o bien, ojos que miran fijo desde las profundidades de sus lamparitas de cristal. El precio base rondaba los dos mil dólares. En una sintonía más clásica, también se ofertaron tres obras de vidrio del arquitecto Carlo Scarpa, quien había colaborado con la empresa veneciana Venini Glassworks en las décadas del '30 y '40 experimentando con las tradiciones y técnicas de soplado de vidrio de Murano. De hecho, uno de los jarrones se presentó en la Bienal de Venecia en 1936, mucho antes de pasar a manos del cantautor inglés. A eso se le agregó un par de sillas Stokke de palisandro y cuero oscuro del diseñador danés Jens Quistgaard y un jarrón de gres rosa en estilo art decó del ceramista Jean Besnard. “Lo que distingue a esta colección, además de la pareja que la vende, es su imaginación, combinando elementos art déco con diseños inspirados en el arte pop”, dijo Dan Tolson, director de arte decorativo de Bonhams.
Fin de año a las piñas
El rito ancestral del combate tiene su propia interpretación en cada cultura. Y en Latinoamérica una vertiente particularmente llamativa se llama Takanakuy. Cada 25 de diciembre, esta tradición andina indica que hombres, mujeres e incluso algunos chicos tienen permitido resolver viejos conflictos a las trompadas y con todas las de la ley, para que luego entre ellos reine la paz el resto del año. El evento es público y fraternal, valen piñas y patadas, y se realiza en algunas ciudades de Perú y Bolivia solo si las dos partes aceptan el combate. Tiene lugar en parques o plazas de toros, con animadores y árbitros a la manera de una gala de boxeo, pero con vestimentas tradicionales andinas y, quizás lo más llamativo: sin guantes y sin protecciones. La tradición data del siglo XVI, durante la invasión española, y parece que remite a la resistencia que los locales opusieron al dios colonizador a través del Taki Unquy. Esta era una ceremonia desbordada e intensa (ahora sería punk) que tenía como fin invocar a las huacas incaicas. Olvidada por la historia y luego retomada por los investigadores en los años '60, esta tradición andina fue reformulada en la actualidad por la cultura popular. Así ha encontrado un nuevo devenir en la preservación de un rito pero también, en el puro placer del combate y su espectacularidad. Muchos participantes pelean simplemente en jeans y zapatillas, aunque es usual que elijan un personaje, cada uno con diferentes funciones, vestimentas y símbolos dentro de la ceremonia tradicional: máscaras tejidas, ornamentas naturales, incluso animales taxidermizados. En la actualidad, los eventos se realizan durante todo el año. Y sus llamativos videos, cada vez más profesionales, donde se puede ver a ciudadanos de a pie peleando con movimientos que nada tienen que envidiarle a los luchadores de la UFC, se pueden encontrar fácilmente en internet. Allí acumulan cientos de fanáticos. En la cuenta de instagram takanakuyperu, por ejemplo, se puede repasar contenido diario con los highlights de las peleas, y también otros videos notables, como una comparación plano a plano donde se demuestra que algunos de los boxeadores mejores pagos de este momento, como Ryan García y Gervonta Davis, no inventaron nada. Ya que dos chicas vestidas con sus polleras y chales espectaculares reproducen lexactamente los mismos movimientos, pero con los pies en tierra de montaña y a puño limpio.