No encuentro ningún asunto sobre el que escribir algo realmente nuevo. Me asomo al balcón, pensativo, con un vaso de cerveza en mi mano. El cielo de la tarde se desintegra ante mis ojos. “¿La distancia entre el sol y mis párpados será exactamente de 149,6 millones de kilómetros?”, me he preguntado en alguna ocasión. Pero ahora no me pregunto nada. Solo apunto mis ojos hacia el cielo, disfrutando este caótico atardecer, esta orgía de colores de la que nacerá una nueva tonalidad. Me gustaría ser pintor y no escritor, para pincelar la suave muerte de la tarde. Perdón, permítanme retractarme, en este momento me encantaría ser músico, para regar de melodía estas palabras. O lutier, para construir un instrumento que reproduzca, al unísono, el último gorjeo del gorrión junto al primer silbido del murciélago.

Pero solo soy un vulgar escritor. Seguro que has leído algo o escuchaste hablar de Dostoievski, ese ruso que se pasaba todo el día escribiendo, pero se cagaba bien de hambre y era constantemente asfixiado por sus acreedores. Ese genio incomprendido que vaticinó que su obra sería elogiada recién un siglo después de su muerte. Y así fue. ¿Se habrá enterado, desde algún misterioso lugar, el enorme Fiódor?

En agradables tardes como esta me pregunto: ¿Vale la pena dedicar mis horas de ocio a la ardua tarea de la escritura? ¿Realmente deseo transcurrir innumerables horas narrando historias, o creando historias de dudosa verosimilitud? ¿Es la literatura una forma de resistencis, mientras las calles de nuestro país no dejan de arder?

Últimamente, prefiero los encuentros, salir a la vida. El rito del fútbol 5, alguna salida nocturna. O saludar y regalarle un libro en un bar al maestro Dolina, como hace algunas semanas.

Entonces, ¿debo sentarme a escribir, en una hermosa tarde como esta? ¿O es preferible observar y sentir una efímera felicidad bajo este sol crepuscular, que ya entibia y hace transpirar mi helado vaso de cerveza? Además, si utilizara el inocente papel para publicar cada uno de mis textos putrefactos, ¿qué árbol cobijaría el liviano sueño del tucán bajo la palpitante noche selvática?

La áspera piel del lápiz bailotea, dubitativa, entre mis dedos. La primera brisa de la inminente noche acaricia mi hoja en blanco. Hoy no he podido escribir nada.

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