Elon Musk, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg, Bill Gates, Paul Allen, Richard Branson, Larry Page, Serguéi Brin... Todos los voceros de la ciencia ficción capitalista tienen un atributo en común. No solamente que son las personas más ricas e influyentes del mundo, con soluciones heroicas a la crisis socioambiental en curso, sino que son todos hombres, hombres gringos y blancos (a excepción de Elon Musk, quien, por haber nacido en Sudáfrica, se jacta de ser afroamericano). En The End of Man: A Feminist Counterapocalypse, la pensadora Joanna Zylinska propone que las narraciones apocalípticas del fin del mundo son una fantasía patriarcal, un espejo narcisista en el que el hombre blanco puede volver a proyectarse como el macho salvador de la humanidad, después de que su centralidad fuera eclipsada por el multiculturalismo de las de- mocracias occidentales. Un relato que establece al hombre, magnate empresario, como el único con poder de socorrer al mundo, ya que fue el único con el poder de destruirlo. Por eso no resulta raro que, dentro del ambientalismo promercado, un arquetipo de la hipermasculinidad como Arnold Schwarzenegger sea el ícono de las soluciones tecnológicas para el cambio climático, al punto de que algunas encuestas lo consideran el “superhéroe ambiental” de Estados Unidos. En sintonía, los magnates de la ciencia ficción capitalista aspiran a encarnar ese tecnosuperhombre estilo Terminator, enaltecido a Homo Deus del futuro.

Las fotos publicitarias del viaje suborbital en 2019 de Blue Origin que mostraban a Jeff Bezos interpretando el papel del cowboy espacial, con su sombrero vaquero, comandando un cohete con forma deliberadamente fálica (el New Shepard) y haciendo eyacular una botella de Moët & Chandon mientras celebraba con rostro recio el aterrizaje, las de Richard Branson flotando con los anteojos de Terminator en su nave como si protagonizara una epopeya hollywoodense o las del icónico auto Tesla volando por el espacio con un astronauta que simula ser Elon Musk escuchando una canción de David Bowie muestran una versión farsesca y corporativa del macho salvador de Armageddon o Independence Day. Porque, en esta narración, todos los problemas ambientales, políticos y económicos del mundo son en realidad insuficiencias técnicas que la viril valentía del Homo Deus de Silicon Valley y sus intrépidas soluciones tecnológicas van a solucionar.

Bezos asume su papel de cowboy espacial
 

ORGULLO Y FESTEJO

Se ha dicho varias veces que nominar el cambio climático como Antropoceno (el humano convertido en agente geológico del planeta, debido a su efecto devastador sobre el ambiente) es una manera de limpiar responsabilidades históricas y políticas, ya que pone en pie de igualdad siglos de contaminación y extractivismo colonial-capitalista con poblaciones (también “humanas”) de regiones pobres y marginadas, cuya huella de carbono es prácticamente nula. En la estéril burbuja de las universidades norteamericanas, muchos profesores y respetados investigadores piensan que enuncian una verdad copernicana de alto tenor político cuando afirman que el Antropoceno es en realidad responsabilidad del capitalismo en general y del hombre occidental en particular, y por eso debe ser rebautizado como Capitaloceno o Androceno. Pero estos académicos ignoran que, para muchos hombres, grandes CEO y empresarios de Europa y Estados Unidos, volver a ser restituidos al papel de esencia de la humanidad (¡la era geológica del hombre!, ¡la era geológica del capital!) es un alto motivo de orgullo y festejo. Porque el gran argumento a favor de los Homo Deus de Silicon Valley es precisamente ese: si la tecnología y el capitalismo fueron los causantes del desastre ambiental, solo más capitalismo y más tecnología (manipulados por la brillante pericia de los CEO de California) serán capaces de solucionarlo.

Otro ejemplo del gran orgullo patriarcal por la crisis climática lo ilustra que en los últimos años, en Estados Unidos, miles de hombres blancos, en protesta a las políticas verdes, se congregan en caravanas a tomar cerveza y escuchar country mientras festejan el cambio climático y se vanaglorian de ser sus autores y padres soberanos. Y lo celebran emitiendo toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera. El movimiento, bautizado Rolling Coal, se dedica a modificar motores y filtros de caños de escapes para aumentar la cantidad de hollín que lanzan (a veces, incluso, estos personajes agregan nuevas chimeneas a sus vehículos a fin de magnificar este efecto). El resultado son manadas de camionetas de hombres blancos, jactándose de su poder indiscutido sobre la Tierra, que transitan por autopistas expidiendo monumentales columnas de humo. Además de luchar contra el ecologismo, otra causa que convoca a los integrantes de Rolling Coal es el sabotaje de protestas feministas o antirracistas, a las que también comparecen para humear a los manifestantes.

Un dato curioso sobre la ocupación de Marte que Musk tanto predica es que, para volver a dicho planeta habitable, habría que dotarlo de una atmósfera, cuya ausencia explica las temperaturas promedio de -50 °C, la falta de aire respirable y de agua líquida (que se encuentra congelada en los polos). Pero la paradoja es que la única forma conocida por las tecnologías capitalistas de generar una capa atmosférica que absorba radiación térmica, caliente el planeta y derrita los cascos polares es emitiendo gases de efecto invernadero. Es decir, mediante los mismos mecanismos que contaminaron y destrozaron nuestro planeta. Por eso la fantasía de la ciencia ficción capitalista es emplazar en Marte una utopía del carbón y del fósil, de la contaminación desenfrenada e ilimitada: enormes usinas con colosales chimeneas humeantes, millones de autos liberando denso humo negro, granjas infinitas de cría intensiva de ganado vacuno tirándose pedos, ya que si el capitalismo y su economía fósil fueron los únicos capaces de destrozar nuestro planeta, serán los únicos con la autoridad técnica para recalentar Marte y trasladar allí a los multimillonarios del mundo. Esa es la esperanza y el orgullo del hombre blanco, y de movimientos supremacistas como el Rolling Coal.

La ironía bautismal de Nieva tiene antecedentes como los que ya exploró Pink Floyd. 
 

NUBES BLANCAS

En el último tiempo, gurúes de Silicon Valley empezaron a publicitar nuevas soluciones tecnológicas de magnitud planetaria que se nuclean bajo la llamada geoingeniería solar. Este tipo de intervención climática consiste en la aplicación a gran escala de métodos artificiales para proteger a la Tierra de la radiación del Sol, y sobre los cuales algunas novelas de ciencia ficción, como Termination Shock (2021), de Neal Stephenson, ya se han expedido. Algunas técnicas de geoingeniería solar en desarrollo son la inyección estratosférica de aerosoles, que consiste en bombardear la estratósfera con enormes nubes de gas que, como una capa atmosférica artificial, protegerían la Tierra de la radiación del Sol y reducirían el impacto del calentamiento global. Este método de enfriamiento lo causan, de manera natural, las erupciones volcánicas, aunque en general de manera catastrófica, como la famosa explosión en 1815 del volcán indonesio Tambora, que redujo la temperatura global entre 0,4 y 0,7 °C. Esto dio lugar al célebremente denominado “año sin verano”, que desató en todo el mundo hambrunas, epidemias, muertes por congelamiento, y durante el cual Mary Shelley se recluyó para escribir Frankenstein.

Esta monumental obra de geoingeniería, que reproduciría de manera artificial el invierno volcánico, requeriría miles de aviones o cohetes bombardeando millones de toneladas de aerosoles. Sin embargo, a diferencia de una erupción volcánica, se precisaría una sustancia menos nociva que el dióxido de carbono para ser pulverizada y amortiguar así la radiación del Sol. Aunque se ignora a ciencia cierta la más inofensiva, algunas de las candidatas son sulfuro, sal o calcita.

Otra técnica en estudio con el fin también de enriquecer el deteriorado albedo terrestre es el blanqueamiento de nubes marinas. La idea de blanquear (nuevamente, la fantasía racial del hombre blanco) proviene de que las sustancias blancas reflejan mejor la radiación solar. Un ejemplo son la nieve y el hielo, cuyo derretimiento definitivo, entre otras graves consecuencias, disminuye el albedo, y así acelera y retroalimenta el calentamiento climático. Los meteoros naturales (nubes) y a veces los artificiales (smog) también se encuentran entre los principales responsables de reflejar la luz solar y favorecer la disminución de la temperatura global. Pero los ambientes marinos (alrededor de dos tercios de la superficie de la Tierra) tienden al cielo claro y a la falta de condensación (en parte, porque la ausencia humana reduce la contaminación y el polvo). Entonces, esta técnica de geoingeniería (que ya se ha empezado a aplicar en Australia) consiste en bombardear los cielos oceánicos con toneladas de partículas microscópicas de agua salada que, al evaporarse, se condensarían en robustas nubes blancas que cubrirían el cielo y enfriarían los océanos.

Portada del libro editado por Anagrama
 

LA MAYOR PARADOJA

No obstante, una de las críticas que reciben estas soluciones tecnológicas que corporaciones de Silicon Valley ya aplican y desarrollan es que no reducen la concentración de gases de efecto invernadero, y por eso serían soluciones que, pese a su alto impacto y costo, funcionarían solo a corto plazo. Además, muchos científicos consideran que la geoingeniería solar, si bien beneficiaría a los países con la capacidad de invertir en esta tecnología, desataría consecuencias ecológicas calamitosas e imprevisibles en las regiones donde no se busca intervenir directamente (es decir, en los países del Tercer Mundo o en vías de desarrollo sin el dinero para aplicarla).

Sin embargo, la mayor paradoja que entrañan las técnicas de geoingeniería solar es que no reducen la violencia contra la Naturaleza que desencadenó en el cambio climático, sino que redoblan sus esfuerzos bélicos. Estamos hablando de ejércitos de aviones, cohetes y barcos que, pese a su intención verde o filantrópica, no harían otra cosa que bombardear, lanzar misiles, disparar, rociar gas, atacar. Técnicas arriesgadas y de tipo militar, que parecen precisar la valentía de un macho intrépido, superhéroe de película de la talla de Schwarzenegger en Depredador o de los multimillonarios del espacio con sus sombreros de cowboy, sus aeronaves fálicas y sus champañas eyaculatorias. Porque, una vez más, serán los machos de Silicon Valley, con sus cohetes, escopetas y misiles, quienes nos salvarán del desastre climático.

Por eso, lector o lectora, la próxima vez que te enfrentes a una ola de calor, incendio forestal, inundación, sequía, tornado, pandemia u otro desastre climático de magnitud planetaria y te preguntes con temor e indefensión: “¿Y ahora quién podrá salvarnos?”, no te preocupes. Porque es el hombre blanco, el magnate de Silicon Valley, quien vendrá a tu rescate, con su ejército de aviones y cohetes y naves espaciales.

Y si su ayuda no llega, no te preocupes. Seguí esperando, porque ya va a llegar.