En casi dos décadas de carrera, La Vela Puerca nunca se había tomado un parate mayor a cinco meses. Muy poco para una banda que está en constante estado de producción, ya sea de shows, de giras o de discos. Que nunca para, ni siquiera para descansar. Por eso, en 2014, después de editar Erase –su último disco de estudio hasta ahora–, el grupo uruguayo asumió un compromiso inédito: meter varios meses de pausa una vez terminado el largo periplo de presentaciones por las Américas y España. “Vos la ves venir: cuando te dicen que faltan diez minutos para el show y en vez de ponerte contento te rompe las pelotas, son señales de cansancio. Entonces nos parecía bueno tomarnos un año sabático, parar la máquina un toque pero dejando parados a todos los que labura con nosotros”, cuenta Sebastián Teysera, el Enano, uno de los dos cantantes de La Vela Puerca.
Pero sucedió algo que nadie había advertido: en 2016, cuando aquella gira llegó a su fin, las efemérides recordaban que La Vela alcanzaba los veinte años de actividad. “¿¡Y cómo no íbamos a fes- tejarlo!?”, convence el Enano, abriendo sus manos y agrandando sus ojos celestes charrúas. Aunque, al mismo tiempo, aclara: “Hicimos un rote de agosto a diciembre, ¡tac!, intenso”. Y luego, sí, cada uno se tomó sus meses de reposo.
El Enano Teysera, por ejemplo, se decidió a viajar. Desde España hasta Córdoba. “Lugares a los que siempre vas de gira, pero que no conocés una mierda”, dice el cantante, quien jura: “En ningún momento agarré la guitarra, cero”. Sin embargo, en ese tiempo su amigo Pedro Dalton (cantante de la mítica banda uruguaya Buenos Muchachos) lo vinculó con una editorial que le propuso escribir cuentos para que otro los dibuje. “Es una experiencia rara, aunque estoy re contento. ¡Hasta parece que soy divertido”, festeja el Enano. “Escribo cuentos cortos y me gusta, porque me despoja de las responsabilidades de una canción, que sé que va a estar en un disco y será escuchada, juzgada”.
Pero mientras cada música de La Vela se tomaba un merecido descanso, en laboratorio se cocinaba Festejar para sobrevivir, registro del epicentro de la gira por los veinte años: el show del 19 de noviembre de 2016 en el Velódromo de Montevideo, nudo de una caravana que incluyó América latina, Estados Unidos y España. Lo que acaba de salir a la calle es un gran testimonio de una de las bandas fundamentales de la escena rockera contemporánea del Río de la Plata y, al mismo tiempo, un objeto de colección para los fanáticos: en una cuidada edición conviven un DVD, dos CDs y decenas de páginas con imágenes de distintas eras. Material recién salido de fábrica que, además, que servirá de excusa para que La Vela Puerca vuelva a tocar.
–Página/12 cubrió el primer show argentino de esa gira, en Rosario, donde hubo un gran despliegue escenográfico. ¿Pudieron replicar la puesta en otros países?
–A los lugares lejanos, como España, llevábamos una parte, aunque la idea siempre fue la de respetar el concepto visual: reminiscencias a los comienzos de la banda, que tenía mucho de teatro, mucha escenografía hecha a mano por nosotros. Eran otras épocas, en las que disponíamos del tiempo suficiente para dedicarle seis meses a una escenografía (se ríe). Ese contexto servía en el marco de una gira donde hacíamos las canciones en orden introspectivo, de adelante hacia atrás, revisando cada disco, hasta llegar al principio de todo, que eran esos shows con mucho de puesta teatral.
–¿Cómo fue la negociación interna para elegir las canciones de cada disco?
–Los iconos no podían faltar. Y después se hizo presente la eterna balanza entre lo que nosotros queremos tocar y lo que la gente desea escuchar. No somos egoístas, pero tampoco condescendientes. De esa puja salieron los treintaipico de temas. Todos opinamos, aunque el Mandril (Lieutier, bajista) y Cebolla (Cebreiro, el otro cantante) son los que hilan más fino en el orden, en el dónde. Cada cual tiene sus roles y todos los respetamos, porque hace que la cosa funcione sin desgastarse. Una de las claves por las cuales sobrevivimos es que cada uno pudo encontrar su rol y entre todos también adquirimos la norma de respetarlo. Yo me dedico a hacer canciones... y un poco a la psicología, ¿eh? Juego de 5, un picapiedra que pivotea en la mediacancha. Si hay algún raspe, pasa por mí. Soy el que medio, el que dice: “No es ahora cuando debés decirle eso, esperá hasta pasado mañana. ¡No se lo digas en este estado y a esta hora!” (risas).
–En el show de Montevideo que se grabó para el DVD fueron invitados muchos músicos de la escena rockera uruguaya. ¿Cómo es su relación con los colegas?
–Fue muy loco, porque se enteraron de esa movida y todos quisieron participar. Tuvimos que buscarle a cada uno algo que le calzara óptimo. Nos llevamos muy bien entre todos, más allá de la música que hagamos. La historia de unos contra otros creo que fue más de parte de un sector del público, no lo tengo claro. Por ejemplo, a Juan Casanova, que es mi hermano de toda la vida, me ha aguantado la cabeza y hasta estuvo en el primer show de La Vela, le pasaba eso cuando estaba en Los Traidores y los oponían a Los Estómagos en la década del 80. Y la realidad era que Los Estómagos, que tenían salas e instrumentos, los habilitaban de buena onda.
–En cierto momento se instaló un morbito contra No Te Va Gustar que acaso nada tuvo que ver con la realidad...
–Eso fue un delirio. A Emiliano (Brancciari, el cantante) lo conozco desde hace mil años. Incluso somos familia: ¡concuñados! Y ahora vivimos a veinte metros de distancia. Esa cosa de una banda versus la otra sólo pudo ser posible porque somos las dos más populares de Uruguay. El Cuarteto de Nos zafó, quedó en el medio, jaja. Interactuamos en millones de situaciones, no sólo en escenarios. Nos pasábamos los demos para escuchar la opinión del otro y, de hecho, hemos grabado varios en el estudio de ellos. Decirnos “acá falta un bajo, te lo grabo yo”. Eso pasó, por ejemplo, el primer demo que hicimos de la canción “¿Ves?”. Fui a la casa de Emiliano, me grabó y hasta tocó el bajo. Ahora pasa algo parecido, solo que más cerca, porque cruzo un terreno y estoy en su casa.
–¿En Uruguay la popularidad es más sana?
–Ahora no tanto, porque todo el mundo tiene una cámara de fotos en el bolsillo. A mí la popularidad me genera un poco de pánico y en un tiempo tuve que ir al diván. Me entripaba por dentro, hasta que comprendí que no tengo la personalidad para asumir esa vida pública que otros pueden llevar sin tantos cuestionamientos. Llegué a encerrarme tres meses en mi casa, hasta que entendí que simplemente debía irme de Montevideo. Porque, además, la intensidad y la vorágine de las giras me empujaron a armar un refugio capaz de contenerme. Ahora estoy más tranquilo y hasta volví a salir a escribir por los bares, cosa que en Montevideo tuve que dejar de hacer porque fumo y cada vez que salía a la vereda a pitar era un escracho.
–¿Tenía el hábito de escribir en bares?
–Lo tenía, lo dejé, y ahora lo estoy retomando, porque en mi casa no puedo, siempre pasa algo. ¡Las responsabilidades! Entonces me voy a la cancha de bochas de Piriápolis un sábado a las once de la mañana y escucho a los viejos. De ahí saco cosas alucinantes. La última de ellas: un tipo que le habló a otro de “Roberto, ese tipo que se mató y después no se suicidó más”. Saliendo con una melodía, una hoja en blanco y paciencia, aparecieron canciones como “José sabía”. Aunque cuando se acerca el disco, me alquilo una casa y me voy sólo quince o veinte días. Ya sé que los primeros van a ser difíciles, pero escribir es un ejercicio. La primera vez que me pasó eso, me frustré. “¡Me abro una fábrica de pastas!”, pensaba. La clave fue superar ese cadalso, tener paciencia, dejar que la conciencia vaya fermentando. Y después, claro, algunas mañas personales: no me gusta escribir en computadora y ni siquiera en lápiz, porque eso te ofrece la tentación de la goma, de borrar. Hago las tachaduras en mi cabeza y después dejo que haga lo suyo la valentía del convencimiento.
–¿El hecho de estar permanentemente activo con La Vela mantiene caliente el músculo creativo?
–Como decía Picasso, no sé si existe la musa, pero por las dudas mejor que me encuentre laburando. La cosa viene por ahí, aunque también es cierto que me gusta parar un poco de componer cuando sale un disco. Es bueno darle corte a todo un proceso en el que formateás tu sensibilidad, porque de alguna manera tratás de concebir un concepto que identifique esa obra, la unifique. Pero si después de terminar un disco seguís con el pie en el acelerador, corrés el riesgo de repetirte. Prefiero cortar y dedicarme durante por lo menos un año y pico simplemente a recopilar, como un hámster. Cada cuál tiene sus modos y ese es el mío. En dos años leíste nuevos libros, protagonizaste nuevas experiencias y puede que cambie tu perspectiva.
–Cuando mira en restrospectiva, ¿cómo ve a ese primer Sebastián autor?
–Lo veo con ternura. Era un adolescente escribiendo, ¿qué iba a decir? Lo veo, como adolescente, un poco cobarde, de pronto. Tercerizaba todo, inventaba personajes, que a su vez estaban buenos, pero era la más fácil: cualquiera podía ser el protagonista de esa letra. No tenía huevos para cantar en primera persona y desnudarme. La experiencia me dio la valentía de poder hacerlo. Haciéndome cargo, cosa que no hacía ese adolescente.
–¿Qué grado de conciencia tiene sobre las derivaciones que puede tener una letra suya? Hay gente que se las tatúa, las encarna...
–Soy muy consciente de eso, porque la obra llega a lugares insospechados. Lo tengo en la cabeza, aunque no es algo que me esclavice. Todo lo que escribo y canto tiene que estar debidamente justificado, con sinceridad y elegancia. Porque te escuchan niños o gente frágil. Pero, en la dirección opuesta, hay canciones que salvaron vidas. “Va a escampar” es, para muchos, como un antídoto increíble. ¡Lo ha sido para mí! Con total honestidad voy a decir lo siguiente: es la única canción en mi vida que, cuando la terminé, me besé a mí mismo.
–¿La única?
–La única en la que me sucedió eso de manera automática. Con otras me pasó algo parecido, aunque en el transcurso del tiempo. En ese momento estaba mal y me hice mi propio antídoto con esa canción. Encontré el antibiótico... para mí. Por ese motivo fue muy fuerte lo que luego generó en la gente, para muchos incluso en el mismo sentido. La premisa siempre es escribir algo que pueda defender de verdad. Que sea creíble, honesto, que me pueda hacer cargo. Pero después el “cómo lo digo” añade una responsabilidad. ¿Por qué decirlo “así”, si se puede decir mejor “asá”? Antes llevaba las letras para que los chicos hagan la música. Ahora es al revés... y me lo recriminan (se ríe). Pero es interesante esa dinámica: de repente, una distorsión te puede sugerir determinadas narrativas literarias. Te abre un universo de símbolos.
–Uruguay quizá sea uno de los anfitriones del Mundial 2030 y usted es muy futbolero. ¿Imagina hacer la canción oficial, tal como se animó Paul McCartney en los Juegos Olímpicos de Londres?
–Me gusta el fútbol como deporte. Lloro, me caliento,está buenísimo. Pero no participaría en sus alrededores, en el negocio del espectáculo. Aparte soy tímido: no podría hacer algo en plan Super Bowl. De hecho, soy de Peñarol, como Cebolla, y toda la hinchada lo sabe, entonces usan muchas canciones nuestras. Pero cuando inauguran el estadio nos invitan a tocar y por supuesto que no aceptamos: otros de La Vela son de Nacional o de Defensor Sporting. Preferimos no contaminar a la banda con nuestros sentimientos personales en el fútbol y en la política, desde donde también vinieron a ofrecernos cosas a partir de las ideologías individuales, pero tampoco aceptamos.