Sólo eran los chicos de quinto año. Pero a ella se le hacían gigantes, totems inalcanzables a los que le daba pavor cruzárcelos en el recreo. "Ahora no se nota tanto, pero cuando sos adolescente cuatro años de diferencia puede ser un montón", se excusa con una sonrisa Priscila Rauto. Compositora, tecladista y cantante, hoy es dueña –como solista y, especialmente, con Las Bermudas, la banda de “pop soñador” que comanda junto a Javi Punga– de varios de los mejores temas (y discos) de esa usina vital de creación inextinguible llamada indie platense. Pero que entonces, cuando miraba de lejos aquellos muchachos resueltos, era pura timidez adolescente.
"Era capaz de no pasar por frente a ellos porque me daba una vergüenza infinita", se ríe hoy Priscila que luego no sólo terminaría compartiendo movida, arte y amistad con esos "chicos de quinto", luego conocidos como El Mató a un Policía Motorizado, sino que directamente plasmaría un proyecto musical con uno de ellos, el baterista Willy Ruíz Díaz, que desde el día uno y desde la producción de una "arquitectura de sonido" logró que los temas de Las Bermudas brillen con la nitidez de una noche polar perfecta.
"La mayoría de las canciones de Las Bermudas son mías, las compongo yo, pero tanto Javi (Punga) como Willy (Ruíz Díaz) fueron y son fundamentales para darles forma y vida. Incluso animándome y sosteniendo el proyecto en momentos en que ni yo misma tenía tan claro el futuro", cuenta quien lleva ya diez años con el grupo y este 2024 sacó su mejor disco, La selva oscura, un registro en clave new wave sobre los vínculos y cierta poesía que puede encontrarse en los momentos cotidianos ("No muestro dolor pero lo siento, se convierte en un telón de fondo", canta por ejemplo en la bella "Mirando fotos"). Pero también quien antes debió recorrer un largo camino para alcanzar su mejor versión.
"Siempre tuve mis canciones. No sirvo para otra cosa. Empecé de chiquita, jugando. Y cuando quise derivar para otro lado, siempre terminé volviendo", dice Priscila que primero formó Reinoso, una banda de "noise pop" con la que se ganó un nombre dentro la movida platense ("Al principio no sabíamos grabar ni casi tocar, pero llegamos a presentarnos en Belleza y Felicidad"); luego emigró a Barcelona, fue mamá, y sufrió una suerte de crisis existencial cuando vio que todo lo que encaraba no conducía hacia lo que más quería ("Hacía música para publicidad, hacía música para tocar en las escuelas, pero cuando hacía un grupo para salir tocar, se me desarmaba, no podía mantenerlo más allá de cierto tiempo"); y finalmente reencontró el rumbo al volver al país y descubrir que aquella efervescencia de bandas platenses de la que formaba parte había evolucionado de repente en una escena más notoria de la que capaz podía formar parte.
"En siete años había cambiado todo. Al punto que Luquitas Jaubet de Hojas por el Barrio, que había tocado conmigo en Reinoso, me dijo: 'Mirá que ahora cualquier bandita suena barbaro, eh'. Y era tal cual. Eran todas buenas", sonríe Priscila, que de todos modos tenía claro que una cosa era saber lo que debía hacer y otra, bastante distinta, efectivamente hacerlo. "Me pasaba que todavía seguía arrastrando de Barcelona un ánimo un poco bajo. Estaba como perdida. Hasta que en un cumple me encontré con Javi Punga, con quien también nos conocíamos de adolescentes, y me dijo: '¿Tenés canciones? Bueno, mañana nos juntamos a ensayarlas'. Y así fue. Nos juntamos y terminaron las dudas".
Era 2014. El país vivía, entre otras cosas, un clima de excitación mundialista (el más feliz en décadas hasta que llegó Qatar 2022). Y Priscila Rauto experimentó un renacer, un volver a encontrarse consigo misma. "Siempre le voy a estar agradecida a Javi porque yo estaba con una nena chiquita, no tenía muchas opciones de movilidad, y él se venía a mi casa a ensayar sin problema entre juguetes tirados por el piso", ríe la tecladista, que enseguida encontró al otro socio para la aventura. "Un día Javi le pasó a Willy algunas grabaciones de lo que estábamos haciendo y, al parecer, le gustaron. Porque al poco tiempo surgió la posibilidad de nuestra primera fecha y Javi me comentó: 'Le voy a preguntar a Willy si está disponible'. Y no solo lo estaba, sino que pidió sumarse a la banda. ¡Ahí me agarró una vergüenza! Me acordé de cuando los observaba de lejos en el colegio y no podía creer seguir sintiéndome un poco así", cuenta divertida de su propia reacción.
La conexión, sin embargo, fue más fuerte y quedó conformado el núcleo duro de Las Bermudas. Un triángulo de hierro asentado en las composiciones de Rauto, pero potenciado en los aportes de Punga y Ruíz Díaz (con Javi más desde los arreglos y lo compositivo, y Willy más en la producción, una vez que discontinuó su rol en la batería por compromisos con El Mató). Y que redundó, al día de hoy, en una sólida discografía de dos álbumes, varios EPs y canciones como "Peluquería", "Riñonera", "¿Qué le voy a hacer?" o "Mechón de pelo" que ya dejaron su huella, una marca como de aurora boreal, en la constelación del último indie platense.
"Para mí hacer una canción es antes que nada un entretenimiento. Siempre lo fue. Siempre estoy buscando una canción. Y agradezco tener ese hábito porque algunos corren, otros meditan. Y yo vuelco toda mi imaginación ahí", dice Priscila que al mismo tiempo y a partir de la necesidad, durante la pandemia, de ofrecer shows en formato de solo teclado y solo guitarra, desarrolló por accidente un repertorio solista que en 2025 fructificará en dos discos nuevos: uno de temas propios, especialmente creados en ese plan (ya puede escucharse como adelanto la bella y rara "Ojos negros, ojos lentos"): y otro, ¡sorpresa!, integrado por piezas del cancionero español.
Hay que verla a Priscila Rauto entonar esas canciones que parecen provenir desde el fondo de la infancia y de un país que no es exactamente el propio, aunque un poco sí. Siglos que se esfuman en un segundo. "Algunas me las cantaba mi abuela, otras sonaban en mi casa. Y otras las aprendí dando clases en una escuela de City Bell donde las enseñaban", cuenta quien, desde sus inicios, no viene dejando de aprender. "Hace poco leí un libro de Hebe Uhart donde dice que escribir es una artesanía extraña. Y yo siento lo mismo respecto a hacer canciones. Porque por ahí una tarde las empezás a escribir y de repente, no sabés cómo, pero están ahí. Creo que esa artesanía nunca me va a dejar de fascinar".