Milei y Palermo destilan felicidad y disfrutan el sabor del encuentro. Como en la publicidad de una cerveza famosa, slogan comercial en tiempos de dictadura. Una juntada que le da letra a un significante muy fuerte: el presidente suma refuerzos para su propio equipo. Un equipo de jugadores con peluca. Como en el pan y queso, va eligiendo y algunos se prestan al juego. Podría fundar su propia SAD. Peluquines Sociedad Anónima.
No hay inocencia en la imagen de los dos, ni visita espontánea. Hay una deliberada demostración de conveniencia mutua. No existe una foto inocua cuando los flashes iluminan al poder. No hay ingenuidad en los gestos. Es lo que se ve, obsceno como una jubilación mínima. Como si Palermo dijera sin decirlo: “Yo lo banco a Milei, por eso estoy acá”.
La reunión se dio en la Casa Rosada, tuvo un marco institucional y por lo tanto político. El cholulismo mutuo sería lo de menos. El presidente se lo había profesado a Palermo: “Cuando Martín se retiró del fútbol en cancha de Boca, mi tristeza fue tan grande que ya nunca más volví a la Bombonera”. Milei dice que Riquelme es populista, votó a Andrés Ibarra el candidato de Macri en las últimas elecciones y reniega de su pasada condición de hincha xeneize. Sueña con ver al club en el descenso.
El goleador histórico de Boca salió al balcón de la casa de gobierno con el presidente. Saludó a unos pocos transeúntes y confirmó su sentido de pertenencia a una nueva corriente política. La de los futbolistas con peluca. No solo hay peronistas o radicales con peluca en el Congreso. Los diputados y senadores sospechados de recibir coimas como Edgardo Kueider. Hay unos cuantos que se ganaron la vida pateando una pelota.
Se la juegan por Milei y lo que representa. Un ultraderechista misógino y gritón que manda apalear y gasear a los abuelos y abuelas que se movilizan, que despide a miles de trabajadores estatales, que aniquila los dispositivos en defensa de los derechos humanos, que deja sin medicamentos a los enfermos de cáncer, que atenta contra la educación pública y que siembra desgracias todos los días por la extensa geografía de Argentina. Palermo no ignora eso que pasa, aunque podría aducir que ahora vive en Paraguay –donde dirige a Olimpia– y se le pierde algún detalle. Sería ingenuo.
Los jugadores con peluca están cerca de completar un equipo. Con el Kun Agüero como influencer de las Sociedades Anónimas Deportivas, con macristas de la primera horneada como el propio Palermo, Tevez y el mellizo Guillermo Barros Schelotto, con campeones del mundo del seleccionado nacional como Ruggeri, Pumpido, Kempes y Tarantini que se fotografiaron sonrientes junto al vocero Adorni y Karina Milei y uno muy vigente como el Dibu Martínez, el primero que siguió en las redes sociales al presidente.
Palermo es el último emergente de esta ola de respaldos a un proyecto político excluyente, que empobrece, que está en las antípodas del origen plebeyo de nuestro fútbol. Colectivo, integrador, igualador y comunitario. El equipo de jugadores con peluca es todo lo contrario. Una farándula que, como diría Panzeri, integra el círculo obsceno y multitudinario del fútbol. Una construcción de sentido que ya vivimos en el deporte durante el menemismo.