“Trabajo con mujeres guaraníes de Orán y siempre la demanda es generar trabajo porque están siempre en la informalidad de ser bagayeras”. La investigadora del CONICET, docente y doctora en Antropología de la Universidad Nacional de Salta (UNSa), Eugenia Flores dio así una descripción de quienes trabajan en la frontera de manera informal pasando de un lado a otro mercaderías que no son producidas en Argentina, pero tampoco en Bolivia.
“Un escaso porcentaje de los habitantes se dedica al trabajo de los pequeños conglomerados de fincas de cultivo hortícola y fruticultura (…) de la zona. Aquí nos parece importante marcar que los procesos de privatización de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) en la década de los noventa fueron políticas de gobierno que generaron cambios económicos y sociales para muchas de las zonas extractivas salteñas, sobre todo en las ciudades de Tartagal y Mosconi (municipio del departamento San Martín), dice por su parte la doctora en Comunicación Andrea López, en su trabajo “Cuerpo, espacio y género. Las mujeres bagayeras en el límite Aguas Blancas, Argentina-Bermejo, Bolivia”.
La investigadora añade que de hecho “el impacto de una baja de 75 por ciento del empleo también se sintió en ciudades cercanas (a Tartagal y Mosconi) como San Ramón de la Nueva Orán y Aguas Blancas (en Orán), ya que, dada la cercanía geográfica, muchos pobladores de la zona se trasladaban para trabajar en esas ciudades”.
Otra causa que se suma a fortalecer el trabajo informal de pasador tiene que ver con el alto valor del peso argentino respecto al boliviano desde los 90 al presente. Solo durante la pandemia la relación se invirtió.
Una mochila pesada
“El trabajo del bagayeo implica caminar varias horas, sorteando obstáculos, con mochilas o lonas que pesan entre cuarenta y setenta kilos sobre sus espaldas”, indica López en el trabajo de investigación que pone énfasis en el protagonismo de las mujeres, más como pasadoras de mercadería, artículos electrónicos y ropa, que de hojas de coca.
Las compras se hacen en la ciudad boliviana de Bermejo (que limita con Aguas Blancas en Argentina). Después bagayeros y bagayeras se encargan de pasar la mercadería que excede la compra permitida por los controles aduaneros. Hoy ese monto se restringe a 300 dólares por persona mayor de edad, y 150 dólares por persona menor de edad.
El bagayeo se encarga de ingresar al país esa mercadería que adquirió por encima de los montos habilitados. Para evitar el primer control de Aduana y la Gendarmería Nacional se atraviesa el río Bermejo. “El cruce no se realiza por las chalanas (lanchas)… sino a través de ‘gomones’”, balsas hechizas con goma. Quienes viajan en estos gomones ya se exponen a un riesgo. De hecho, en 2021, tras haberse pinchado un gomón, fallecieron dos personas por la crecida del río.
Una vez en territorio argentino se reacomoda la mercadería en mochilas y lonas. Las mujeres se reorganizan en grupo. Son esperadas por remiseros que “ya tienen un acuerdo previo con las ‘patronas’. Ellos son los encargados de transportar a las mujeres, pero además son los informantes de la situación que pudieron observar o escuchar sobre el control del puesto 28 de Julio de Gendarmería Nacional, el segundo de los controles a sortear”, describe López.
Los remises las dejan a cien metros del puesto de control y por un camino alternativo pasan por detrás de este control. “Deben sortear distintos obstáculos, como tendido de alambrados de las fincas, crecidas del río y, lo más común, patrullajes y controles de oficiales de Gendarmería”.
Con hasta 70 kilos en la espalda estas mujeres caminan “alrededor de una hora”. Pueden demorar más cuando deben esconderse, o negociar para evitar el decomiso de la mercadería. Una vez terminado el recorrido, las bagayeras salen por un camino que termina 200 metros delante del control, donde las espera el remis que las dejó una hora antes detrás del puesto de la Gendarmería. Allí cargan nuevamente sus bultos y comienza la segunda parte del viaje, desde esta salida hasta la ciudad de Orán, sea en el playón situado enfrente de la terminal o en algunos de los galpones establecidos previamente con los compradores. Es allí donde su trabajo termina. La autora sostiene que este traslado les demanda al menos 8 horas.
“En una población donde la mano de obra es mayormente no calificada y mal remunerada, el oficio del bagayeo se presenta como una alternativa con mejoras salariales, ante una vida ‘destinada’ al empleo doméstico y/o las tareas en las escasas fincas de las zonas”, añade el artículo.
La hoja más buscada
El paso de hojas de coca tiene una complejidad propia desde el ingreso a la Argentina, donde se mantiene el contrasentido de que está legalizado el coqueo (la masticación del vegetal) pero no está permitido transportar la hoja ni comercializarla. Al ser legal su consumo, desde Bolivia puede salir la cantidad que se requiera (por las fronteras se registran toneladas), pero una vez en suelo argentino debe ser fraccionada para poder seguir su transporte.
“Que sea legal coquear, y sea una práctica tan extendida en esta región, pero que sea ilícito su ingreso del extranjero, provoca ‘situaciones muy paradojales’”, señaló el juez federal Leonardo Bavio en 2022 en una charla que mantuvo con otros jueces. "Por ejemplo, el propio gendarme que está en la frontera está coqueando, para prevenir el mal de altura, sin embargo, ve pasar una camioneta que lleva hojas de coca y la persigue, él está coqueando, y seguramente la persigue coqueando", había ejemplificado.
No por nada el precio de la coca es una información de suma importancia dada la cantidad de consumidores en la provincia que se mantienen preocupados cuando el precio varía, sea por la escasez del producto, o porque deben seguir los vaivenes del peso boliviano. El coqueo es transversal a grupos sociales y géneros, una práctica indígena que se mantiene hasta hoy en día. Sea por pasatiempo, o también para mantenerse alerta al momento de trabajar. Además, la hoja de coca es usada para celebraciones religiosas porque tiene un gran simbolismo en la cultura andina.
“Toda esta coca que entra de manera clandestina llega a plazas de consumo”, indicó la antropóloga Eugenia Flores. Para esta investigadora, mal se puede catalogar a los coqueros, chancheros, o pasadores de hojas coca de buenas a primeras “como narcotraficantes”.
“Hay que ver cómo se va construyendo a ese sector más vulnerabilizado”, advirtió Flores al considerar que es peligroso ponderarlo “como si fuera un enemigo interno desde la aplicación del Plan Güemes”.