Fue hace veinte años pero fue ayer. Y para muchos es puro presente. La masacre de Cromañón (una "tragedia" es algo inevitable, y aunque duela hay que recordar que Cromañón podría haber sido evitado) sigue aquí porque es una puñalada en la historia reciente y porque, aunque a veces no lo parezca, dejó una enseñanza duradera. Tuvo que pasar el tiempo y el pensamiento, el análisis en frío. En ese momento, simplemente todo quedó devastado.
La reacción oficial fue la esperable, sin matices: una ola indiscriminada de clausuras y el señalamiento del rock como el origen de todos los males. Si el género siempre fue visto con ojos torcidos, entonces resultó el perfecto chivo expiatorio. En Cromañón se combinaron atroces irresponsabilidades del cuerpo de inspectores del GCBA, la Policía, el dueño del local, su gerenciador y el grupo que estimuló el uso de fuego en lugares cerrados y asumió la organización de su show sin la capacidad necesaria. Para que cada sector asumiera su culpa debió darse un proceso judicial, bastante rápido para los tiempos que suele manejar el Poder Judicial, pero que llevó unos años. El rock, en cambio, debió empezar a pagar por todos desde el día uno.
Cromañón dejó consecuencias de toda clase. Una de ellas, muy beneficiosa: los músicos independientes ampliaron su conocimiento más allá del escenario, y contaron con la presencia del flamante Instituto Nacional de la Música, que se aplicó a organizar y difundir todo aquello que convenía no dejar en alguna zona gris de resolución. Pero aquel cierre general de los espacios de música en vivo, el dedito acusador, también terminó produciendo una consecuencia artística. Obligados a hacer el menor ruido posible, los nuevos artistas retomaron la guitarra acústica, descubrieron otras formas de componer y le dieron forma a un movimiento de frutos apreciables un par de años después. El rock potente no desapareció, pero el contexto obligó a otras formas de encarar el arte de la composición.
De cualquier manera, el panorama actual de la "música joven" tampoco puede ser examinado bajo el único prisma de Cromañón. Los jóvenes traperos no emergen a partir de ese contexto, sino de su propia --en este caso sí-- tragedia: algo llamado pandemia, otra forma de clausura. Otro acercamiento a la composición, ahora en el claustro hogareño y con nuevas herramientas tecnológicas que impulsaron la nueva vertiente musical.
Casi todos los artistas que hoy llenan estadios no habían nacido o estaban en pañales aquella noche espantosa en Once. Quizá por eso, y especialmente para ellos, la enseñanza de la masacre tiene que seguir entre nosotros. En este día. Y cada día.