A tono con ese aura de inasibilidad que se desprende (desde la perspectiva occidental) de la cultura japonesa, Takeshi Kitano se impone, casi, como el epítome contemporáneo de esa civilización paradojal, plena de sutilezas y aparentes contradicciones. Su figura asomó en la cartelera cinematográfica argentina en los años '90, fidelizando un público minoritario que se rindió frente a su impasibilidad expresiva, matizada con tics faciales y un sentido del humor sombrío. Películas como Violent cop, Boiling point, El verano de Kikujiro, Flores de fuego (ganadora del León de Oro en Venezia) y Sonatine, entre otras, nos entregaban a un cineasta que utilizaba la comedia negra o las violentas historias de yacuzas para expresar sus dilemas morales. Un hombre al mismo tiempo popular y de culto, clásico y moderno. Pero japonés.
La noticia ahora es el lanzamiento de un libro escrito por Kitano. Se llama Niño, fue publicado por una editorial mexicana (Elefanta) y se distribuyó en un puñado de librerías argentinas. No debería ser noticia porque el artista japonés lleva escritos más de 50 libros, entre poesía, ficción narrativa y crítica. Trabajo literario -hasta ahora- prácticamente desconocido por el público latinoamericano, que solo a través de apuntes biográficos ha podido esbozar el rompecabezas artístico de Kitano: un hombre que en los años 70 fue "Takeshi Beat" -uno de los animadores televisivos más populares de Japón-, un artista plástico que también incursionó en la música como cantante y además encontró tiempo para diseñar videojuegos.
El "Kitano escritor" sorprende en estos tres cuentos (que en Tokio fueron publicados originalmente en 1992) por su sensibilidad para tematizar la infancia sin recurrir a la mera nostalgia. El lector no encontrará la violencia explícita ni el nihilismo escatológico de sus films más emblemáticos, sino más bien una suave melancolía por la fragilidad de los vínculos, la pérdida prematura de la inocencia y los traumas que se forjan en circunstancias aparentemente nimias.
En los tres relatos ("El campeón del quimono enguatado", "Nido de estrellas" y "Okamesan", traducidos por Yoko Ogihara y Fernando Cordobés) que componen Niño aflora ese concepto japonés intraducible a la cosmovisión occidental, conocido como "mono no aware", que alude a cierta conciencia de la impermanencia y la brevedad de las cosas. Lo "infantil" es apenas el punto de partida para Kitano, que encuentra en ese mundo pulsiones de libertad que la vida se encarga de cercar y condicionar. "La niñez empieza realmente en el momento en el que uno descubre y obtiene su pequeña parcela de libertad. Y si la palabra 'libertad' suena exagerada, podría decir que se trata de confianza en uno mismo", escribe Kitano en el epílogo.
Tokio, Osaka y Kioto son los escenarios de estas sencillas historias de iniciaciones y desencantos que se referencian en la infancia aunque apuntan, quizás, a un estado que nunca se cierra del todo: la necesidad (cada tanto aparece) de esquivar la madurez.